Los mejores disfraces son los que
te haces tú misma
Sesenta y ocho consejos después me presento oficialmente: la niña de la foto soy yo. No creo que nadie vaya a reconocer a la adulta que soy en esa niña vestida de vieja, así que, allá vamos, en plan kamikaze, esto es casi una salida del armario pero es que una imagen vale más que mil palabras, y ésta debe de valer dos mil o tres mil millones.
Esa niña soy yo, y ése es el disfraz que mi madre eligió para mi primer carnaval. Otros que recuerdo con cierta, digamos, humillación son el de elefante, de judía ortodoxa, de basura, de código de barras, de su propia idea de Madonna…
Cuándo utilizaba el consejo:
Pues cada vez que me he tenido que disfrazar hemos pasado por eso:
—Mami, la semana que viene tenemos que ir disfrazados al cole, y yo quiero ir de princesa.
—¡Bah, bah! Princesas hay montones. Tú tranquila, ya vamos a pensar en alguno más divertido.
—Yo no quiero ser divertida. Quiero ser una princesa. A Martita le han comprado uno superchulo con diadema y varita. Quiero ése.
—Mira, yo no me pienso gastar 3.000 pesetas en un disfraz para que, encima, todas las niñas vayáis iguales, que lo bonito de disfrazarse es que no te reconozcan y hacer como que eres otra persona. Ya vas a ver que con cuatro cosas que tenemos por ahí hacemos el disfraz más original del cole. Que los mejores disfraces son los que te haces tú misma.
—Mami, que no quiero ser original, quiero ser una princesa.
—Qué pesada eres, que te he dicho que no. Tú hazme caso, que vas a causar sensación.
En eso tenía razón. Tendríais que ver mi álbum familiar.
Ella tiene una explicación para todos los disfraces que eligió para mí. A mí no me convence ninguna.
Vieja chocha:
—Mamá, vale que no me disfrazaras de princesa, pero ¿de vieja chocha?
—¡Ay, nena! qué risas nos echamos todos. Pero mira lo salada que estabas. Y no te reconocía nadie. Que te mandé a casa de tu tía a llamar a la puerta y no se dio cuenta de que eras tú. ¡Ay! Yo no podía aguantarme la risa. De verdad que casi me hago pis encima. Y anda que no estabas contenta, porque tú te pensaste que te habían confundido con una vieja chocha. ¡Años estuviste pensando eso! Porque ¿tú sabes que ella de lo que no se dio cuenta es de que eras su sobrina? No es que creyera que realmente eras una vieja…
—Mamá, tengo 33 años.
Elefante:
—Ay, el mejor disfraz que has tenido. Si tenía hasta una polea para que tú solica te subieras y te bajaras la trompa. Pues anda que no me lo pidieron otros padres. Saladísimo era. Y anda que no me costó coserlo y que aquello funcionara. Nadie iba como tú, la más original de todo el cole.
Por lo menos no se me veía la cara…
De judío ortodoxo:
—Pues no sé quién trajo ese casquete a casa pero, chica, nos vino que ni pintado. ¿Ves?, ésos son los buenos disfraces, con un gorrico y ya estabas saladísima, si lo de menos es la ropa.
Nadie ha confesado nunca quién regaló ese casquete a mis padres, porque como yo me entere…
De basura:
Tal cual. Cogió unas bolsas de basura, les hizo un hueco para que sacara la cabeza y me pegó mierda encima.
—Pero era reciclada, que lo dices así y parece que llevabas raspas de pescado y que olías mal o algo. Eran tetrabricks y papelicos, y cosas así. Graciosísima. Bueno, ese año había una niña que iba de torera que casi te gana, pero no, la más salada de todas tú. Y sin gastarnos una peseta, nena, así es como tienen que ser los disfraces.
Consecuencias del consejo:
Qué os voy a contar:
Ganadora absoluta a «la más salada» todos los carnavales.
Cenas familiares en las que mis primos se atragantan recordando las fotos.
El novio de mi hermana me respeta menos desde que conoció los álbumes familiares.
Cuarta consecuencia: estado de total histeria un año que los Reyes me trajeron un disfraz comprado de Escarlata O’Hara, con su falda, su cancán, su vuelo, su chal, su pamela… Dormí un mes con aquel disfraz, incluida la pamela.
Quinta consecuencia: de adulta me he disfrazado de cualquier cosa, aunque a mi madre ya no le hacía tanta gracia:
—Pero nena, ¿de qué vas vestida con ese gorro de piscina?
—De marciana, mamá. ¿No ves las antenas?
—Que tienes 25 años, ¿tú crees que los marcianos van mucho a nadar?
—¿No estoy salada?
—No, estás más bien ridícula, no pareces un marciano. Y ya estás en edad de echarte novio, que con esa pinta lo dudo. Además, ese gorro de silicona te va a cortar el riego, y no andas muy sobrada.
Tenía razón, después de andar toda la noche por ahí, al quitarme el gorro me notaba el pulso en las orejas, durante dos semanas.
Excepciones para utilizarlo:
Futuros hijos míos, mirad la imagen otra vez. Os pienso comprar el disfraz más chulo del mundo, de princesa, de superhéroe, de lo que sea.
Vamos, que pido un crédito si hace falta.
Versiones:
«Yo he vivido de todo también. Los más “salaos”: disfrazada de “científico loco”, con una peluca que sabe Dios de dónde salió, unas gafas sin cristales, el jersey del revés con una calculadora pegada; de nadadora, al cole en bañador, chanclas y albornoz. Pero sin traumas. Veinte años más de terapia y queda superado.» Paulacasito
«A mi madre le encantaba vestirme de dama antigua y de gitana de faralaes. Punto. Como si no tuviera bastante con tenerme el resto del año con faldas tipo coliflor y llena de cancanes, que hasta para ir al zoo me llevaban así. Creo que por eso odio los carnavales.» Lola
La opinión del experto:
«Deja que la imaginación de tu hijo se desborde. Los disfraces son estupendos para interpretar un papel. Dales a tus hijos ropa vieja para que se diviertan con ella.» Jo Frost. (Supernanny. Consejos prácticos y sensatos para educar a tus hijos.)
A ver, supernanny, y si la que fomentaba la imaginación y se divertía era la madre, ¿entonces qué? Y ¿qué hay de malo en interpretar el papel de princesa? ¡Una vez! Aunque fuera una sola vez.