CAPÍTULO 63

Hasta que no se rompa,

no se compra otro

Mi madre se ríe de la obsolescencia programada. ¿Que fabrican las medias mal para que se hagan carreras? Pues ella aprende a remendarlas. ¿Que quedan fatal porque se ve como un pellizco en mitad de las rodillas? Pues a ella le importa un pimiento. Listo. Si fuera por mi madre el sistema capitalista se hubiera ido al traste hace años. Viviríamos en el Estado del Drama donde todo el mundo lleva coderas y rodilleras y todos los días se comen vainas. Vamos, el jodido paraíso.

Cuándo utilizaba el consejo:

Siempre que pedías algo, insisto, siempre.

—Mamá, quiero un walkman nuevo.

—Y yo un tren eléctrico. —Ahí, con esa lógica que te descompone porque empiezas a pensar: «¿Un tren eléctrico?, ¿para qué narices quiere ella un tren eléctrico?»

Te vuelves a centrar:

—¡Eh…! Bueno, pues yo un walkman nuevo, que éste ya no rebobina.

—A ver, nena, para un rato que me siento al día y tienes que venir a incordiar. Vete a jugar con tu hermana que no la oigo, y seguro que está haciendo algo malo.

—Que no te incordio más, pero necesito un walkman nuevo.

—Mira, nena, uno necesita respirar, comer, dormir y que le quieran. Todo lo demás no es necesario, es un plus. Y tú ya tienes pluses de sobra, si hasta tienes unos patines, mira si andas sobrada de pluses.

—Pero mamiii…

—Ay, qué pesada eres. A ver, trae ese ualman (ajá, mi madre habla inglés). ¿Cómo se enciende?

—Con el play, mami.

—A mí háblame clarito que estamos en España y somos españoles.

—Con el botón grande.

—¡Uy! Si se oye de maravilla, ¿qué andas diciendo que no funciona?

—Es que no puedo echar las canciones para atrás.

—Pues te las escuchas todas, que eres muy fina tú.

—Pero es que la cara B está vacía.

—¿Y por qué andas desaprovechando una cara entera? ¿Qué te crees, que las cintas me las regalan? Ya estás grabando en el otro lado. Y hasta que no se rompa, no se compra otro. Habrase visto.

—Pero no puedo rebobinar… —Muy pesada, lo sé, y poco intuitiva de dónde estaba el límite de su paciencia.

—Mira que me estás hartando, a ver si al final te tiro el ualman por la ventana y la única música que vas a oír van a ser mis gritos por soleares de par de mañana. Te coges un boli Bic y le das para atrás.

—Pero mamá…, además está como desteñido, ya no se lee ni lo que pone en las teclas.

—Chisttt, a callar ya. ¿Desgastado? Tú sí que me estás desgastando. Se oye, ¿no? Pues ya está bien. ¿O quieres que lo tire por la ventana? ¿Y a ti detrás?

Aquí ya no hacía falta intuición y me iba a buscar un boli Bic.

Consecuencias del consejo:

He roto miles de cosas a propósito. Y ella ha conseguido reparar el 80 por ciento de ellas: ropa remendada, juguetes pegados, estuches atados con gomas, incluso una vez me arregló los frenos de una bici BH azul de tercera mano (mi prima, su hermana y yo).

Segunda consecuencia: en mi casa la compra de esparadrapo, cinta aislante y pegamento alcanzaba cotas de mayorista.

Tercera consecuencia: éxtasis total ante las cosas nuevas. Con éxtasis me refiero a saltos, grititos y abrazos a la cosa nueva que fuera (una bici, unos patines, unas botas, una tele, una caja de galletas…).

Cuarta consecuencia: mala valoración actual de si algo está roto o no. Ejemplo: tengo una caja de música que no hace música y no cierra, tuve un coche en el que no funcionaban la radio, las ventanas, la bocina, el aire acondicionado y llevaba pegada con cinta aislante la guantera…

Quinta consecuencia: mi vida está llena de trucos. He tenido tantos objetos medio rotos que me he acostumbrado a que haya que ponerle una piedra al cable de la tele para que se pueda oír bien. Pero si lo que quiero ver es el DVD, tengo que quitar la piedra de la tele y poner un paquete de tabaco debajo del euroconector. Agotador.

Excepciones para utilizarlo:

Futuros hijos míos, este consejo me lo quedo. ¡Hombre ya, con tanta tontería de comprar y comprar! Más os vale que las coderas se pongan de moda. Dicho está, y os voy avisando de que si queréis cambiar de canal, hay que meterle un pañuelo de papel al mando, donde las pilas, porque se han aflojado los muelles.

Versiones:

«Eso que a ti te parecía un capricho de tu madre, en Cuba era el pan nuestro de cada día. Mi madre aprendió a forrar los muebles de la sala con la tela de las cortinas, los vestidos con falda ancha se ponían de través y me hacía vestidos tipo saco, a los zapatos que llevaba al instituto les ponía una especie de alza para que no se notara que estaban todo torcidos por detrás; esto especialmente me ha afectado mucho y cuando compro zapatos siempre miro que tengan un buen contrafuerte. Y a las bragas aprendí a hacerles unos remiendos que parecían verdaderas obras de arte. Por eso cuando llegué a España, durante los primeros años, cada vez que iba de compras compraba docenas de bragas, por si acaso. Y ahora tengo una cafetera que hay que mantener el reposafiltro con la mano para poder hacer el café, aunque me temo que mi hija que viene pasado mañana le dará la jubilación.» Lola

«Mi madre era igual. Eso de comprarte el vestido/abrigo dos tallas más grande para que te durara varios años. Cosiendo y descosiendo. Pero la “peor”, mi abuela: no nos dejaba sacar punta a los lápices de colores. Cuando se terminaba, teníamos que llevárselo para que lo verificase y entonces ella nos sacaba la punta… porque si no lo malgastábamos.» Cuchi