¿No tienes nada que contarme?
Yo era oír esa pregunta y me moría de miedo. La había liado, seguro, pero yo siempre andaba liándola y no sabía exactamente en cuál de todas me había pillado. Así que llegábamos a situaciones realmente imbéciles. Un ejemplo:
La primera vez que yo les pedí permiso a mis padres para ir a una discoteca con 14 años, ellos, por supuesto, me dijeron que no. Y yo, por supuesto, fui. Llegué a casa extasiada de ese mundo increíble que acababa de descubrir, en el que te pasabas toda la noche hablando en una esquina con tus amigas del colegio viendo a los chicos, en la otra esquina, hablando también con los mismos chicos con los que estaban todo el tiempo en clase. Ajá. Increíble. El caso es que llegué a casa pensando que el cielo era algo parecido a una discoteca y me encontré a mis padres en la cocina, separando lentejas:
—¿No tienes nada que contarme? —Te lo decía así, como si nada.
—Pues no, creo que no, vamos. —Y ya estaba vendida.
—¡Ah, bueno!… ¿De dónde vienes que es como si hubieras sudado? —¡Pregunta trampa, pregunta trampa!
—Pues es que estábamos en la plaza y han venido unos chicos con globos de agua. Entonces hemos empezado a correr y nos hemos tenido que esconder porque eran muy brutos; nos han encontrado y otra vez a correr.
—¿Y qué chicos eran ésos?
—Pues no sé, unos chicos.
—¿En abstracto o tenían nombres?
—Es que no los conocíamos, pero nos han estado persiguiendo toda la tarde.
Ella seguía separando lentejas como si nada.
—¿Y hasta dónde os han perseguido? —Lenteja pocha a la basura.
—Pues por el barrio.
—¡Ahhh!, por el barrio… —Lenteja buena al plato con agua.
—¿Eh? Sí, por el barrio. —A esas alturas yo ya me temía lo peor. Y acertaba.
—¿Y no has salido del barrio? —Lenteja pocha a la basura.
—Pues no…, bueno, creo que no.
—¿Y por qué tienes los ojos como tan negros?
«Me ha pillado. Se ha dado cuenta de que me he maquillado. Pero ¿cómo? Si me he limpiado en el ascensor, seis veces.»
—Pues no sé, será sucio…
—¡Ah…! ¿Y qué has hecho para ensuciarte así?
—Pues no sé, igual de correr o algo, del parque, eso, del parque. Es que una de las veces nos hemos escondido en el parque y el suelo estaba como negro. —Lo sé, yo era imbécil—. Tiene que ser de eso.
—Claro, claro. De la tierra negra del parque. —Lenteja buena al agua.
—Sí, sí, de la tierra, eso es.
—¿Y te lo has pasado bien? —Lenteja pocha a la basura.
—Sí, muy bien, aunque estoy un poco cansada y creo que me voy a ir a la cama…
—Pues ya puedes habértelo pasado de maravilla porque —y se ponía de pie y caían lentejas por todos los lados— ¡¡¡¡no vas a volver a ver la calle en meses!!!! ¿Me estás oyendo? Qué correr, ni qué globos de agua. Que te han visto entrando a la discoteca. Y me han llamado para decírmelo, que menuda vergüenza he pasado yo. Y mira que te hemos dado la oportunidad de que dijeras la verdad, y nooooo, tú con tus mentiras, con tus malas mentiras, por cierto. Tiempo te ha faltado para ir. Ayer te lo prohibimos, hoy vas. Y encima maquillada, porque esos ojos de mapache son de rímel. ¡A mí me vas a engañar tú! Muy bien. Pues como no nos podemos fiar de ti, tres meses sin salir de casa. Directa del colegio a tu cuarto.
—¡Pero mamá! Si a todas mis amigas les dejan…
—Encima no me grites que te enteras. Un pimiento me importan todas tus amigas. Y para la cama ya, que me tienes muy enfadada. ¡Catorce años! Yo fui a mi primera discoteca en la luna de miel. Vamos, hombre, la nena nos ha salido moderna. Pues ya te digo que por ahí no paso, antes te mando interna. Buena soy yo.
Consecuencias de la frase:
Pues creo que he estado tres veces en mi vida en una discoteca; llamadme influenciable, pero les cogí manía.
Mi vida social adolescente fue como el Guadiana: ahora tienes, ahora te la quito durante tres meses; ahora tienes, ahora te castigo cuatro meses, y así hasta que me fui de casa.
Excepciones para utilizarlo:
La verdad es que es una técnica cojonuda. Yo creo que a veces ella no sabía nada y me hacía la preguntita por si acaso, y allá que iba yo directa, al patíbulo de cabeza. Tú pones a un acusado frente al juez y que le pregunte: «¿No tienes nada que contarme?» El sistema judicial español se ahorraría mucho trabajo.
Lo siento, futuros hijos míos, éste me lo quedo. Id pensando al menos en buenas historias…
Versiones:
«A mí, mi madre siempre me decía: “No tires el bocadillo, que mamá lo va a saber.” Yo me iba cada día más lejos a tirar el bocadillo, miraba y remiraba veinte veces y, cuando volvía a casa, mi madre me miraba a los ojos y me decía: “¡Has tirado el bocadillo!” Claro, yo lloraba de tal forma que me delataba enseguida. Me parecía magia… ¿Cómo podía saberlo siempre? Todavía recuerdo la cara de mema que se me quedó cuando me contó que me lo decía para ver cómo reaccionaba.» Itxi
«Éste es todo un clásico de la guerra psicológica, sí señora. Sólo comparable con aquella de mi profesora que decía: “La que está hablando que sepa que lo he notado”, con la cara vuelta a la pizarra. ¡Creíamos que tenía ojos en la espalda! Ya de mayor, me confesó una vez que la vi que sabía que había siempre alguna hablando.» Superwoman
La opinión del experto:
«Los padres estamos muy atentos a los hijos, a lo que dicen, a lo que callan. Además hemos sido hijos y sabemos lo que callamos nosotros. Y si un padre está atento a los cambios conductuales, si un padre conoce a los amigos de los hijos, si habla con los tutores, se va a centrar bastante en decirle: “Oye, hijo, algo está pasando.” Si ves cómo llega a las dos de la noche, si tiene halitosis, si tiene las pupilas dilatadas o si ha salido con una chica y cae en un mutismo, pues vamos a saber si es que está consumiendo o está deprimido porque le han dejado. Los padres podemos escuchar muy bien si un fin de semana no llaman a nuestro hijo; si uno está con el fonendoscopio puesto, capta mucho lo que dicen, lo que mienten. Otra cosa es que a veces hay que dejarse engañar. No hay que ser siempre inquisitivo, no hay que estar siempre en posesión de la verdad. A veces, ves que un chaval va a tropezar y hay que dejarle, porque no corre riesgo y sin embargo es consciente. Hay que educar en la libertad y en la responsabilidad. A un niño hay que decirle: “Tienes cerebro, dos pulmones, dos riñones, un hígado, tú mismo. Un día podrás estar todo el día de putas (¡mamá, ha dicho putas!), otro día engancharte a la droga, otro día podrás ser un déspota con quien trabaje para ti; yo te voy a formar correcta, moralmente, pero dependerá de ti.”» Javier Urra