Tengamos la fiesta en paz
A nosotros, llegar al cariño nos cuesta. Nuestra particular Nochebuena comenzó con mi madre cocinando. Justo encendió el fuego y se puso a llorar, y así llegamos hasta sentarnos en la mesa. Ella lloraba por nostalgia de los que no estaban, y también de los que sí estaban, y se iba bebiendo un vino dulce malagueño que a ratos le calmaba, a ratos le daba rienda suelta para gritarnos.
Primera bronca: vestimenta.
—Pero ¿qué es eso que has decidido ponerte hoy? Justo hoy. Lo haces para fastidiar porque si no, no lo entiendo, con lo mona que estás con el vestido que te regalé y no con ese pingo de mercadillo. Y haz el favor de retirarte el pelo de la cara que estás más guapa. Y a mí no me tuerzas el morro. Tengamos la fiesta en paz, nena. ¡Ay! Si tu abuelo estuviera aquí para ver lo guapa que estás. (Y se pone a llorar mientras le da un traguito al vino.)
Segunda bronca: el árbol.
Desde siempre, todas la Navidades en mi casa hay un enfrentamiento a muerte. Mi hermana y yo somos partidarias de las bolas de colores, es decir, de todos los colores. Y mi madre es muy de flor de Pascua, bolas rojas y cabello de ángel plateado, punto.
—Pero ¿qué narices le habéis hecho al pobre árbol? Anda, anda. Ya estáis quitando esas bolas, que eso más que un abeto parece un matojo hawaiano. Los árboles de colores son horteras. ¿No has visto el que sacan los Reyes? Pues yo quiero uno como ése, elegante y discreto.
—¡Jo, mamá!, por un año nos podías dejar poner uno un poco más alegre.
—A ver, nena, no confundas alegría con desorden, ¿eh? Eso que habéis colocado es un fantoche y ya me lo estás quitando, que luego tenemos la copita con los vecinos y van a pensar que en esta casa viven cuatro monos daltónicos. Tengamos la fiesta en paz. ¡Ay! Si tu abuela viera lo bonito que tengo el belén con su niño Jesús bien cuidadito… (Y se pone a llorar otro poco.)
Tercera bronca: el discurso del rey.
—Ni se te ocurra apagar la tele; quiero que los reyes sepan que les vemos, que así se demuestra el apoyo del pueblo.
—Pero qué van a saber ellos, si nosotros no tenemos un audímetro.
—Pues de alguna manera contará. Tú me dejas la tele puesta aunque estemos cocinando.
—Pero, mamá, ¿no te das cuenta de que la monarquía es un sistema obsoleto? (Le mete un trago al vino que tengo claro que no significa nada bueno.)
—¡Por Dios, nena! No digas blasfemias, que tú tendrás muchos estudios, pero nuestros reyes son los mejores del mundo. Tú no habías nacido, por eso no te enteras. Si te oyera tu tía Pilar… ¡Obsoleto! Te voy a dar obsoleto a ti. Pero mira qué majo es. ¡Ay! Si los políticos le hicieran un poco más de caso… Algo mejor nos iría, y eso que está muy mayor, y ahí sigue, porque el nuestro es un rey con el que se puede contar, y muy cercano, que se le nota. Y yo también soy muy de la reina, que siempre va tan bien, tan correcta. Ésa sí que es una mujer elegante y no las pelandruscas que salen en la tele. ¡Y mira el árbol! Nenaaaa, deja todo eso y ven al salón. ¡Mira el árbol! Es como el nuestro, nena, igual, igual. Bueno, el suyo es más grande, pero el mismo estilo. Si me hicieras más caso… Ya vas a ver las vecinas cuando se den cuenta de que tenemos el mismo árbol de Navidad que los reyes.
—Mamá, tampoco es tan igual…
—¡He dicho que el mismo! Tengamos la fiesta en paz, nena, tengamos la fiesta en paz.
Cuarta bronca: la compota de manzana.
—Mamá, ¿por qué hay que hacer compota? No le gusta a nadie.
—Pero qué manía le tenéis. La compota es digestiva, y una tradición que llevamos haciendo toda la vida.
—Pero si sólo os la coméis la tía y tú.
—Porque somos las que sabemos de la vida.
—Mamá, eso era un postre cuando no había dinero para comer dulces buenos, ahora no tiene sentido y te tiras veinticuatro horas de trabajo para hacerla.
—Porque se necesitan veinticuatro horas exactamente, hirviendo despacito, para que salga igual que la de tu abuela, que una vez la hice rápido y menudo desastre. Me llevé un disgusto… Y tu tía igual. (Ligero lloriqueo.) Y no está de más que aprendáis que nosotros no hemos tenido tanto dulce, que sois todos unos señoritingos. A mí de pequeña, una naranja me parecía un lujo, nena, y no como tú, que dices que te da dentera morder los gajos. Así que a callar y me sigues removiendo esa compota, tengamos la fiesta en paz.
Quinta bronca: los regalos.
En mi casa, el día de Navidad tenemos un detalle, porque por supuesto que mi madre es más de Reyes, odia a Papá Noel, y el Olentzero (un carbonero que es el que trae los regalos en mi tierra) le parece «un poco sucio, sin gracia y con pinta de comerse a los niños». Así que los regalos no los trae ningún ser mágico, sino nosotros mismos. Bueno, pues este año se me olvidaron los regalos en Madrid, y yo era la encargada de dos personas. Así que me fui a una librería y compré libros. Durante la entrega mi madre sonreía; ahora, que cuando fui a la cocina:
—¿Libros? Que yo no tengo nada contra los libros, que son muy útiles, pero y los zapatos que habías comprado para tu hermana, ¿dónde están?
—Es que se me han olvidado los regalos en casa y he comprado en la librería de abajo lo que me ha dado tiempo.
—Claro, eso te pasa por dejarlo siempre para última hora. Que ya te veo haciendo la maleta esta mañana, que tú más que maletas haces hatillos de mendigo, que ya he visto cómo traes la ropa, toda hecha un bolo. Porque no te has dado cuenta, pero ya le he metido una planchada. Eres un desastre. Que los libros están bien, pero un día vas a dejarte olvidada la cabeza. Y tu hermana ha sonreído porque es de sonreír, pero tú sabes que no lee nada. Y no será porque yo no lo haya intentado, y obligado también, porque la hemos obligado, pero chica, no es de leer. ¡Y tú le traes un libro! Si es que todo lo tengo que hacer yo… Bueno, lleva la compota para la cocina y tengamos la fiesta en paz.
Consecuencias:
A mí las fiestas en paz como que no me van. Si no hay bronca, pues para mí no hay fiesta.
Segunda consecuencia: en mi casa había que beber antes de la cena, si no, no lo soportabas. Así que mi «no drama papá» sacaba una botellita de vermut y allí que íbamos, con alegría.
Excepciones para utilizarlo:
La frase me hace gracia. Y futuros hijos míos, espero que seáis de bolas de colores, de espumillón del gordo y luces intermitentes, porque nuestro pino va a ser reventón, reventón. Y si no os gusta, a callar, y tengamos la fiesta en paz.
Versiones:
«Yo más que de Málaga Virgen soy del vinillo tinto; un buen Riberita de Duero antes de la cena sienta divinamente, sobre todo si en la mesa puede haber dramas familiares.» Belén
«A mí también me gusta el vino dulce, mi suegra siempre me lo tenía en la mesa cuando íbamos a almorzar a su casa. Y también soy de las que me pongo con la llorona después de un par de vasitos, aunque primero canto.» Lola
«En mi casa había variantes, pero muy por el estilo. Lo de la compota de manzana en mi casa son las conservas de membrillo. Ni el Tato quiere luego membrillo en conserva o carne de membrillo, pero en vez de dejar que el árbol se pierda y olvidar esta pesadilla, todos los años hay que pasarse un fin de semana pelando, cortando, cociendo, removiendo, probando, envasando y almacenando los dichosos membrillos, porque “¿dejar que se pierdan los membrillos? Ni hablar, con la de gente que hay muriéndose de hambre, además que en esta casa se hacen y punto, pare usted de contar”.» Mortiziia