Nena, cuando te vayas,
apaga los fuegos
Yo esta frase no la entiendo. En serio.
Primero: lo dice como si yo tuviera los fuegos encendidos todo el rato. Como si los fuegos fueran las luces.
Segundo: me lo sigue diciendo. Tengo 33 años y nunca, repito, nunca he quemado una casa. Pero mi madre piensa que siempre estoy a punto de hacerlo.
Tercero: ¿qué fuegos? Si yo apenas cocino y como mucho enciendo uno para hacer pasta.
Cuarto: lo dice siempre que nos despedimos, como quien dice adiós. También por teléfono, que yo lo mismo no voy a salir de mi casa, pero ella, ante el miedo de que le prenda fuego al edificio, me lo dice: «Nena, cuando te vayas, apaga los fuegos.»
Consecuencias del consejo:
Pues, clarísimamente, siempre creo que me los he dejado encendidos. No hay como pensar si has apagado algo para que te entre la duda. Y si estoy en casa de mis padres, soy capaz de volver a comprobarlo de forma compulsiva. Trescientos kilómetros soy capaz de volver, aunque no haya cocinado. Porque, ¿te imaginas que un día se me olvida y prenden? ¿Te imaginas lo que tendría que aguantar? Pues yo sí, me hago a la idea perfectamente, y siento escalofríos sólo de pensarlo, en realidad me muero un poco sólo de pensarlo.
La segunda consecuencia es una inseguridad constante a producir una catástrofe, inundación o incendio. Vivo en tensión. Porque está claro que si tu madre es capaz de repetirte durante treinta y tres años, unas trescientas veces al año, que apagues los fuegos, la plancha, cierres los grifos, quites el gas y cierres la puerta, cada vez que se despide de ti, insisto CADA VEZ QUE SE DESPIDE DE TI, eso es que ve algo en ti que se te escapa, algo así como la capacidad de destruir el mundo.
Tercera consecuencia: cuando regreso a casa voy pensando: «Por Dios, que no se haya quemado, que no se haya quemado, que mi madre me mata.»
Cuarta consecuencia: yo veo un bombero y disimulo, como si hubiera hecho algo malo y estuviera a punto de pillarme.
Excepciones para utilizarlo:
Ninguna. Me niego a cargar a mis futuros hijos con el peso de producir un apocalipsis en cualquier momento. Ahora, eso sí, no sé cómo voy a hacer yo para fiarme de que los apagan, porque ¿te imaginas que se les olvida? ¿Te imaginas que se los dejan encendidos y me queman la casa? Mi madre me mata.
Versiones:
«La frase de mi madre es más práctica y realista: “Por favor, no pierdas la cartera.” Y la de mi padre, vaya a donde vaya y tenga los años que tenga: “Por favor, pórtate bien.” Tú provocarás Apocalipsis, pero yo para mi padre debo de ser un pendón florido.» Valentina, mi amiga Cristina.
«Yo me he vuelto del trabajo (a media mañana, vamos, que tuve que pedir permiso) porque pensé que me había dejado la plancha encendida, y la plancha es un aparato con una resistencia que se calienta y se enfría. Pero, hija, criadas en la paranoia… ¿Y lo de “como des un golpe a la televisión, explota” no te lo decían? Porque yo me he sorprendido diciéndoselo a mis hijas el día que les dio por jugar con una peonza en el salón. Sí, confieso, soy una drama mamá.» Kinchu
«Durante mi más tierna infancia y adolescencia, más de una vez, más de dos y más de tres, camino de casa de mis abuelos (a 50 km), de la playa (100 km) o de la excursión de turno, recuerdo haber tenido que dar mi padre la vuelta con el coche para echar un ojo a la plancha porque mi madre “estaba segurísima de haberla apagado pero mejor volvemos a mirar, por si acaso”. No sé por qué la muy petarda se ponía a planchar invariablemente antes de ir en coche a algún sitio, si siempre le pasaba lo mismo. Pero el caso es que aunque a mí nunca me ha dado el consejo de los fuegos, sí me ha contagiado de tal manera que no es normal la cantidad de mañanas que me paso en el trabajo plenamente convencida de que mi casa se está incendiando por culpa de la plancha del pelo.» Miss Amanda Jones