CAPÍTULO 47

Tu cuarto está manga por hombro

Me encantaba lo de «manga por hombro». De pequeña me parecía una frase mágica, aunque mi madre sabía quitarle la magia rapidito:

—Tu habitación está manga por hombro, tienes media hora para ordenarla. Aquí no hay quien encuentre nada.

—Pero yo sé dónde están las cosas, mami.

—Porque tienes el cerebro tan desordenado como el cuarto. No quiero repetirlo, ¿eh? Tienes media hora.

—¿Cuánto es media hora?

—Pero qué pesada eres, en serio, nena. ¿Ves la aguja grande? Pues cuando llegue a las seis… Estoy pensando que para tu cumple te voy a regalar un juego educativo para aprender las horas.

—Mamá, no quiero juegos educativos nunca más, son superaburridos y yo ya estoy supereducada.

—Superpesada, eso es lo que eres; media hora, te lo he dicho, luego no vengas con que no te he advertido.

Yo me arrastraba hasta mi cuarto con la enorme tristeza de saber que me esperaba un juego educativo por mi cumple, y me daba mucha pena, y para consolarme me ponía a jugar con el tangram, y como aún me daba más pena, construía una casita para las Barriguitas con el tangram, y aún la pena era mayor porque la casa era amorfa, y entonces me asustaba y salía corriendo al pasillo y gritaba:

—¡Mamaaaaaá! ¿Ha llegado la aguja grande a las seis?

—No, pero le falta un periquete y espero que no haya nada fuera de su sitio.

Yo volvía a mi cuarto y a patadas metía cosas debajo de la cama, y los juguetes los guardaba en el armario al montón, y los Clics caían dentro de los zapatos, y la ropa a mogollón encima de todo aquello, porque yo pensaba que mi madre nunca jamás iba a abrir nada de aquello. En mi mente de niña los armarios debían de ser como invisibles, porque en serio que no lo entiendo. La aguja grande llegaba a las seis. Mi madre entraba en el cuarto y, con ese poder que sólo tienen las madres, descubría todos los sitios, sin que se le escapara ninguno. Y cada vez que encontraba algo lo tiraba al centro de la habitación hasta que se hizo un montón del doble de altura que la nena y entonces sí que sí:

—Tienes media hora. Todo lo que no esté en su sitio lo tiro a la basura. ¿Me entiendes ahora? Yo creo que sí, y si hace falta, mañana te vas al cole sin calcetines. ¿Está todo claro?

Clarísimo. Dejé desordenado el tangram, un libro sobre las fábulas de Esopo (pero qué mierda de libro infantil era ése) y una muñeca de porcelana que me daba miedo. No coló. Y por la chulería, me tuvo secuestradas durante un mes las marionetas de los tres cerditos que tantas tardes de asueto me habían dado.

Consecuencias de la frase:

Pues el desorden no se me ha corregido. Al contrario, he desarrollado un sofisticado método de desorden que parece que no se ve, pero ahí está. Y me tengo que guiar por rutas tipo: ¿Dónde estarán las tijeras? Lo primero: en el cajón de las tijeras sé que no. En el bote para los bolis sé que nunca las pondría, demasiado obvio. ¿En el cajón de la cocina de los cubiertos? Podría ser, si no hubiera encontrado las tijeras de la cocina y hubiera recurrido a ellas. Miro, pero no están ninguna de las dos. ¿Qué es lo último que he cortado? Rebusco por mi casa y encuentro etiquetas de la ropa (seis montones en distintos lugares), pero no: todas están cortadas con los dientes. Ya sólo me queda la pregunta: ¿dónde puede que me hiciera gracia guardarlas? Pues sí, clavadas en una planta, después de pensar: «Nunca se me va a olvidar que las tengo aquí.»

Psé, lo sé, esto sí que es magia, y no la tontería esa de «manga por hombro».

Excepciones para utilizarlo:

Mirad, uno de mis mayores temores como futura madre es perder un niño. Ya he perdido varios: dos primos, un vecino y una hermana. Lo sé, tengo un don. Así que paso del orden. Futuros hijos míos: me da igual que todo esté manga por hombro, pero, por Dios, vosotros donde pueda veros.

Versiones:

«Aquí la de mi madre era: “Esto parece una leonera.” Y qué quieres que te diga, las leoneras son jaulas mucho más minimalistas.» Miryam

«Mi madre decía que mi habitación iba a “pegar un trueno”. Yo me imaginaba todas las cosas derrumbándose, incluida la cama y las estanterías.» Raquel