CAPÍTULO 44

Nena, eso es un lujo capitalista

Mi madre es un ser contradictorio. Desde que recuerdo, ha deseado que yo fuera normal y me ha educado para no serlo.

Yo de pequeña quería ser diplomática y a mi madre le daba mucha rabia porque le parecía raro. Jugaba a los diplomáticos con mi hermana y, sí, era raro:

—Tú ponte en esa silla y coge ese vaso como si fuera una copa de vino; vamos a discutir sobre política internacional. Yo soy España y tú eres Portugal.

—Jooo, yo no quiero ser Portugal —decía mi hermana.

—Pues Francia no puedes ser, porque con los franceses no se puede discutir.

Muy raro. La culpa en realidad era de mis padres, que me explicaban cosas complicadísimas para una niña y a mí se me grababan a fuego.

A ellos les hacía gracia que yo repitiera cosas así, hasta que se les fue de las manos.

—Nena, a ver si jugamos a cosas más normales. Por ejemplo a papás y mamás, o a profesoras.

—¿Qué tiene de malo ser diplomática? Si vosotros siempre decís que es el mejor trabajo del mundo…

—Nada, no tiene nada de malo, pero tú tienes 9 años y deberías jugar con muñecas.

—¡Pues cómprame una Barbie!

—No empecemos, ¿eh? No empecemos.

¿Pero qué querías, mamá? ¡Si mis muñecas parecían una reunión de las Naciones Unidas!

Otra frase que mis padres me repetían constantemente era: «Eso es un lujo capitalista.» Para que os hagáis una idea: la Nocilla, el pan Bimbo, el chocolate, los cereales, cualquier galleta que no fuera María, los Petit Suisse, la Coca-Cola: todo era un lujo capitalista. Y el Mini Babybel, un superlujo capitalista.

—Mamá, quiero Cola Cao.

—La leche se toma sola. Si quisieran que la tomaras con chocolate, las vacas la harían así.

—Pero mamá, toooodoooo el mundo toma la leche con Cola Cao.

—Pues nosotros no, porque es un lujo capitalista.

Claro que como yo no tenía ni idea de qué significaba aquello, pues no podía discutirlo.

Un día en la panadería del barrio, con todas las vecinas alrededor, mi amiga Martita le pidió a mi madre que le comprara una napolitana de chocolate. Y a mí me faltó tiempo:

—Martita, eso es un lujo capitalista y nosotros no lo compramos.

—¡Ay, qué salada es la niña! —me dijo la típica vecina malvada que vio que allí había materia para la humillación—. ¿Y tú qué quieres ser de mayor, guapa?

—Yo, diplomática, para beber siempre buen vino y viajar mucho.

Pellizco de la muerte, pisotón y mi madre de un rojo escarlata.

—Esta niña, de verdad, que no sé de dónde saca esas cosas.

Tirones del brazo hasta casa, gritos en el ascensor, pellizco de la muerte, repellizco.

—Un día me matas de un disgusto. Pero ¿quién te mandará a ti decir esas cosas en público? Te voy a meter interna, te prometo que te voy a meter interna para que aprendas.

Consecuencias del consejo:

Me pasé años creyendo que «lujo capitalista» debía de ser un insulto parecido a «hijo de puta».

Valoro poco a los diplomáticos: mi imagen de ellos se reduce a gente bebiendo vino y hablando en palacios impresionantes.

No me gusta la Coca-Cola, el Cola Cao justito y nada los Petit Suisse. Si de pequeña nunca te has acostumbrado a esos sabores, pues de mayor te parecen extraños, sobre todo la Coca-Cola. Esto te hace rara. Muy rara. En los cumpleaños infantiles, en los botellones con el calimocho y en la treintena con los cubatas.

Excepciones para utilizarlo:

Futuros hijos míos, no os pienso decir frases que no comprendáis, pero quiero ser la madre de un diplomático y beber buen vino y vivir retirada en un palacio. ¿Ha quedado claro? Pues eso.

Versiones:

«En mi casa los cereales tipo Kellogg’s eran algo que sólo salía por la tele, “virtual”: se veían, pero en realidad no existían, y el Bimbo no entró hasta que yo tuve a mi hijo. Mi madre criticaba a mi tía porque les daba a mis primas Donuts para el colegio o sándwiches en vez de bocatas de pan, pan, pero no porque fueran menos saludables, no (en esa época no se llevaba eso de poco saludable), sino porque era un derroche de dinero. ¿Coca-Cola? Eso sólo se tomaba en las comuniones o si íbamos de visita a alguna casa. En la mía, sólo La Casera. Si íbamos a un bar, las niñas no tomaban refrescos, se pedía una botella de litro de Casera. Creo recordar que no me tomé un refresco de botellín hasta que empecé a salir con mis amigas.» Bea

«En mi casa, cuando yo era pequeña, la verdad es que en la nevera siempre solía haber Coca-Colas, tónicas, Fantas y cerveza San Miguel. Sí, pero ¡ay del que un miércoles por la tarde se le ocurriera salir con una de esas botellitas en la mano! “Mamá, ¿puedo tomar una Coca-Cola?” “No.” “¿Por qué?” “¿Y si te las bebes y viene una visita a casa? ¿Qué les doy, agua del grifo? Además, de eso sólo se bebe una, y un día especial.” Así que nos pasábamos el día rezando para que llegara una visita, que le ofrecieran algo, y así como quien no quiere la cosa, pedir un vasito pequeño delante de ellos. Con las patatas fritas, las cajas de pastas de Surtido Cuétara y demás chuminadas por el estilo pasaba lo mismo. Claro que había temporadas en que las visitas escaseaban, o a las que venían no les apetecía tomar nada, así que los botellines seguían almacenándose en la nevera, saludándonos cada vez que la abríamos para sacar la caja de leche para el desayuno.» Carolina