CAPÍTULO 38

Nena, los pantalones tienen

que llegar a la cintura

—Nena, los pantalones tienen que llegar a la cintura. Por eso la parte de arriba se llama cintura. Donde se pone el cinturón. ¿Ves como es muy fácil de entender? Las palabras lo dicen bien clarito. Si hubieran querido que llevaras los pantalones a la cadera, esa zona se llamaría cadera. Pero no, no, no… Se llama cintura y es exactamente ahí donde te tienen que llegar los vaqueros.

—¿Si hubieran querido quiénes?

—Dios y los inventores de los pantalones. Y como digas una palabra más, este año te pagas la ropa tú. Que te estás volviendo muy, muy respondona. Y hortera. También te estás volviendo un poco hortera.

Cuándo utilizaba el consejo:

Invariablemente este consejo viene justo después de cogerme de los pantalones cuando los llevo puestos y meterme un tirón hacia arriba. Es ligeramente doloroso y absolutamente irritante, sobre todo a los 33 años.

Primero el tirón, y luego:

—De verdad que no entiendo esa manía de llevar los pantalones bajos. No te favorecen nada. El cuerpo de la mujer está hecho para ceñirse en la cintura, CINTURA, y el del hombre en la cadera, CADERA. Te lo repito así despacito, porque parece que a ritmo normal no te entra. ¡Pero si te marca todos los cuadriles! Porque tú estás flaca, pero eres mujer de cuadriles. Pero noooo. Ahora llega la moda y todas como tontas a deformaros la silueta. Porque ese corte te deforma la silueta. Sólo yo te digo la verdad. Tus amigas te dirán que vas monísima. Seguro. Pero yo soy tu madre y estoy obligada a decirte la verdad: pareces un palo.

—Mamá, no tienes ni idea de lo que se lleva —le decía yo a los 15 años.

—Ni falta que me hace, nena. De toda la vida de Dios, los cánones de belleza son los que son. Básicamente porque la cintura está donde está. ¿Lo entiendes?

—Los cánones también cambian.

—Pues no, los cánones son para siempre. Si no se llamarían modas, y si fueran como esta moda de llevar los pantalones por la cadera, se llamarían modas de mierda.

—Mamá, has dicho «mierda»…

—Y poco me parece. Que viene un tarado y dice que lo que se lleva es ponerse una gallina en la cabeza, y ale, todas corriendo a comprar vuestra gallina.

—Pero mamaaá… Todo el mundo los lleva así.

—A mí lo que haga todo el mundo me importa un pepino. No te pienso pagar esos vaqueros; pero si se te ve toda la tripa… Una fulanilla es lo que pareces. Por ahí no paso. ¡Una hija mía vestida como una fulana! Cuando tengas tu dinero te compras lo que quieras, mientras tanto elijo yo.

Vale, mamá, el dinero era tuyo. Pero a los 33 años sigues tirando de mis pantalones y explicándome la diferencia entre cadera y cintura. Lo entiendo, pero no quiero parecer el Cachuli. Es una decisión personal.

Consecuencias del consejo:

Leves. Quitando que hasta los 18 llevaba pantalones sobaqueros, por lo que he tenido que quemar tres álbumes familiares.

Cierta desorientación en mi madre: «Nena, ¿no había fotos del viaje a Nerja? Es que no las encuentro. Para mí que teníamos una foto de los cuatro en la puerta de las cuevas de Nerja, en las que estábamos todos muy bien. Tu hermana con ese vestido con babero que le quedaba tan mono. Chica, la recuerdo perfectamente, pero no hay manera de encontrarla.»

Excepciones para utilizarlo con mis hijos:

Espero con toda mi ilusión que no vuelva la moda cachuli, por vuestro bien, el mío y el de las futuras generaciones. Eso y los pantalones nevados, por favor, que no vuelvan los horribles pantalones nevados.

Versiones:

«Los pantalones tenían que ir a la cintura, lo primero claramente por estética y después para tener los riñones calientes. A través de los riñones se cogían catarros, cistitis y tifus, cosa que teniéndolos tapados hacía que te inmunizaras.» Noemí

«“Ven, que le meto el bajo a los pantalones. No tires para arriba, que luego te los vuelves a dejar caídos y los llevas arrastrando. Te duran los bajos dos días. Qué manera de tirar el dinero. Cómo os gusta llevarlo todo roto.” Porque a mi madre no le importa dónde empiezan los pantalones, sino dónde acaban. Un día, al llegar a comer en concentración familiar, y ante el rechazo frontal a mi indumentaria, amenacé con quitarme los pantalones y comer en gallumbos. Muerto el perro, se acabó la rabia. Mano de santo, oiga.» Víctor Zurdo