No te separes del grupo
Cuándo utilizaba el consejo:
De la lista de 534 recomendaciones ordenadas por importancia cuando me iba de excursión, de viaje o a dar una vuelta a la manzana, una de las últimas era: «No te separes del grupo.»
En la lista también estaban: «Pórtate bien, como si yo te estuviera viendo, y sé educada, como te he enseñado. No hables mucho, que tú eres de hablar mucho y eso cansa. No te metas en lo oscuro. Lleva siempre las bragas limpias por si acaso tienes un accidente, que los médicos vean que eres una niña aseada. Nunca sabes qué te puede pasar. Da siempre las gracias, acuérdate, que eres mucho de olvidarte. No andes tarde por las calles, ni muy pronto, que a esas horas sólo hay maleantes. No te asomes por las ventanas, no aceptes nada de desconocidos y, sobre todo, nena, no te separes del grupo.»
Yo todavía no entiendo qué tipo de escudo protector le parecían a mi madre los grupos.
—Mamá, ¿y si el grupo se pierde?
—Pues tú te pierdes con el grupo.
—¿Y si le roban a todo el grupo?
—Pues tú los salvas, porque te he cosido un bolsillo interno en la falda y te puedes meter ahí el dinero. Los billetes, nena, a ver si te vas a meter las monedas y del peso se te cae la falda y andas con las bragas al aire. Lleva la mochila por delante, que así no te robarán. Que hay ladrones muy listos y ni te enteras. Que cuando tu tía Juani fue a Madrid, iba en el metro, que ya le dije yo que qué hacía ella en el metro, que para dos días que va, podían cogerse un taxi. Total, tu tío Manolo, que es un poco agarrado, pues ale, en metro. Y la Juani, que mira que es cuidadosa y llevaba el bolso cruzado delante, y con cremallera y todo, un bolso que le regalamos por Navidad, muy bonito, que parece casi de piel, de esos plásticos que lo aguantan todo. Bueno, pues se lo abrieron y ella tan tranquila. Que no notó nada, dice. Y la Juani, que es veinte veces más cuidadosa que tú, porque sabe lo que vale un peine y el esfuerzo que cuesta ganar dinero, no como tú, que te crees que los pájaros maman, se llevó un disgusto horrible. Con hipo me llamó la pobre, y sobre todo le daba pena porque llevaba en la cartera una foto de cuando éramos pequeñas, en la que salimos vestidas de flamencas, ¡más saladas! Y no tenemos copia. Que ya podría el ladrón haber devuelto la cartera, echarla a un buzón, que tu tía todavía va ilusionada cuando llega el cartero y eso que hace tres años desde lo de Madrid. ¿Me estás oyendo?
—Que sí, mamá, que no me separe del grupo.
—Pues eso.
Consecuencias del consejo:
Ligero aborregamiento. Allá donde hay un grupo, estoy yo.
Confusión cuando le decía a mi madre años después:
—Mamá, que a todo el grupo le dejan salir hasta las 12.
—A mí lo que hagan los hijos de los demás me importa un rábano. Tú a las 10 en casa, y puntual.
—Pero mamá, ¿qué me va a pasar, si voy en grupo?
—Te va a pasar que te vas a tirar castigada dos meses sin salir, que no son horas para que una niña ande por la calle. ¡Las 12! Yo hasta que no estuve casada con tu padre no salí por ahí a esas horas. A las 10 y no se hable más.
—Los tiempos cambian, mamá. —Ésta soy yo tentando mi suerte.
—A ver, que igual no me he explicado bien. ¿Qué entiendes tú por «no se hable más»?
Y me callaba, porque yo suicida no era.
Excepciones para utilizar el consejo:
Si sois el quinto Beatle. Si acabo siendo la madre del quinto Beatle, no os queda país para correr.
Versiones:
«Dos consejos de mi madre: “Hay que salir a la calle con la ropa interior limpia, y si se va al médico, mejor de estreno. Y antes de salir de casa, hay que dejar la cama hecha.” No importa que te levantes a las cuatro de la mañana para coger un avión y no tengas tiempo ni de tomarte un café. Es que si te pasa algo y tienen que ir a tu casa, se van a encontrar con que tienes la habitación revuelta. Por supuesto, los consejos pasaron a mi hija, pero a ella, a diferencia de mí, le entraron por un oído y le salieron por el otro. Como tiene que ser.» Lola
«Una de las obsesiones de mi madre, no sé si compartida, era dejarme superchafada cada vez que me compraba algo de ropa. Yo me la compro, e inmediatamente la estreno. Pues siempre me saltaba con la frasecita de: “¿Qué pasa?, ¿que a veces hay muertes repentinas?” Y, claro, ya no lo estrenabas con la misma alegría.» Waleska