CAPÍTULO 31

Tenías que haber caído en otra casa

Esto nunca se le debería decir a un niño, porque un niño puede pensar:

Primero: los niños caen, lo que produce confusiones en cuanto a la reproducción humana.

Segundo: a mi madre le hubiera gustado que le hubiera caído otra niña distinta, más… más… No es que no se me ocurran cosas, es que son tantas que me cuesta ordenarlas: más limpia, ordenada, buena comedora, recta, educada, tranquila, obediente, conformista, disciplinada y, sobre todo, más normal. Voy a parar de enumerar para no deprimirme.

Tercero: ¿y si hubiera caído en casa de Martita? Tendría Barbie y piscina. ¡Oh, mundo cruel! Y yo con la muñeca Pepa que sólo sabe tirarse pedos y la piscina municipal con el profesor psicópata de natación:

—No llores, niña. Tampoco es tan grave que te caiga alguien encima desde el trampolín. Que eres muy blanda.

—Pero es que Manolito pesa setenta kilos.

—¡Ah! O sea que tenemos una niña que discrimina a los demás por su peso. Bueno, pues se me ocurre que piense en ello nadando otros…, pongamos…, treinta largos. Y suelta la burbuja, que te estoy viendo. Así no te vas a hacer fuerte, niña.

Cuándo utilizaba el consejo:

Siempre que me quejaba.

—Joo, mami, las vainas están malas.

—Tenías que haber caído en otra casa en la que te dieran de comer siempre vainas, para que aprendieras.

—Mami, nosotros nunca tenemos Nocilla.

—Tenías que haber caído en otra casa en la que te dieran de comer siempre vainas, para que aprendieras.

—Mami, yo lo que quiero cenar de verdad son Tranchetes, sólo Tranchetes.

—Tenías que haber caído en otra casa en la que te dieran de comer siempre vainas, para que aprendieras.

Luego se pregunta por qué narices le tengo tanta manía a las alubias.

—También podía haber caído en una casa en la que sólo me dieran Nocilla y Tranchetes —decía yo por lo bajini.

Pero el superoído de madre está siempre ahí, para amargarle el día a una.

—¡Ah, sí! Pues hala, venga, vete a buscar esa casa. Sí, sí, ya me estás oyendo. Anda, coge tus cosas. Ah, no, que tus cosas son nuestras. ¿O es que tú has pagado alguna? Venga, que sí, nena, que tienes mi permiso. Vete a ver si te quieren en otra casa; no sé, igual los gitanos del circo buscan niñas.

Y yo me comía las dichosas alubias.

Excepciones para utilizar este consejo:

Ninguna. Futuros hijos míos: habéis caído en mi casa. La vida es así. Espero tener piscina para cuando lleguéis; Nocilla ya tengo, algo es algo, pero algún día habrá que comer vainas. Lo dicho, la vida es así.

Versiones:

«¡Uy! Yo tengo una variante que utilizo con mis hijos cuando se ponen muy pelmas. Ser hijo es difícil, pero ser madre también tiene sus momentos. Yo a mis hijos les digo: “Haber elegido a otra mamá, porque elegisteis a ésta y ahora ya no se puede cambiar, os tenéis que quedar conmigo.”» Anónimo

«Mi madre todavía era peor. Su versión era algo así como: “A ti no te quieren ni los gitanos”, cosa que no entendía. Que no me quieren ni los gitanos ¿para qué?, ¿para venderme?» Valentina, mi amiga Cristina

«Mi madre tenía una variante de ésta, utilizable cuando había hecho algo malo que la decepcionaba: “No te conozco, ya no soy tu madre.” Lo primero que dice un niño es: “Mamá, no me digas eso”, y su contestación: “Niño, ¿pero tú quién eres?, ¿qué haces aquí, dónde está tu casa?” ya te remataba.» Quique

La opinión del experto:

«Respeta los alimentos que tu hijo rechaza. Igual que los adultos, los niños tienen sus alimentos preferidos, otros que no les acaban de convencer y alguno incluso que odian. No intentes amargarle preparándole comida que siempre rechaza. Recuerda que ningún alimento es imprescindible.» Doctor Juan Casado, jefe del servicio de Pediatría y del área de Cuidados Intensivos Pediátricos del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid. (El gran libro de la pediatría.)

Las vainas no eran necesarias. ¡No lo eran! Por Dios, qué penita no haber sabido leer antes.