CAPÍTULO 30

Nena, como te caigas, vas a cobrar

—¿Voy a cobrar cien pesetas, mamá? —Ajá, soy de la generación de las pesetas y de los chistes malos.

—Mira, como te sigas haciendo la graciosa no te va a hacer falta caerte para cobrar. Y bájate de esa barandilla, que te vas a abrir la crisma y luego vendrán los lloros.

Oye, dicho y hecho. Es que mi madre te dice algo tipo «ten cuidado con ese vaso que se te va a caer», y al maldito vaso parece que le faltan segundos para estamparse contra el suelo. Y por supuesto que a mi madre le faltan menos segundos aún para añadir: «Te lo dije, nena.»

Yo creo que es un superpoder de madres. En realidad, si ella no dijera nada, el vaso jamás se caería, pero se cae y vienen los lloros y las crismas abiertas.

«Crisma» es una de esas palabras que no tengo ni idea de qué significa, supongo que cabeza, y que sólo se la he oído a mi madre en dos variantes: romper la crisma y abrir la crisma (segunda entrega del vocabulario de madre).

Y también está esa gran frase de madre: «Luego vendrán los lloros.» Tengo que confesar que durante años, para mí, los lloros eran unos seres tipo el coco, malvados, que iban a venir a castigarme por portarme mal. Descubrí lo que eran la primera vez que me abrí la crisma. La escena: yo llorando con una herida en la cabeza y mi madre:

«Te lo dije. Ah, no, no, a mí con lloros no me vengas. Que te lo he dicho: bájate de ese patinete, que tú tienes el mismo equilibrio que un calabacín; estás mejor tumbada. Pero noooo, tú ni caso: que mira cómo me deslizo, que mira qué velocidad… Pues ¡hala! Ya lo has aprendido: la velocidad en la vida no trae nada bueno nunca, y tú sobre ruedas… pues tampoco puedes traer nada bueno. ¡Pero si tenías ocho meses y todavía no te sujetabas la cabeza! ¡Que las vecinas me decían que te pusiera collarín para que se fijara un poco el cuello, que no era normal! Y sí que estabas un poco rara, y así te has quedado, rara. Que ya es desgracia. Habiendo podido ser normal, normal, pues mira, nos ha tocado que seas rara.»

Insisto: yo lloraba con una herida en la cabeza.

Consecuencias:

Puro y rotundo pánico cada vez que mi madre dice cosas tipo: «Tú sigue así, que te van a echar a la calle en dos días.» Oye, pues justo: fueron dos días y a la calle.

Le hago caso, al menos con las cosas básicas, le hago caso: «Nena, si no sabes cocinar vas a morir sola.» A ver quién tiene narices de no hacerle caso. ¿Eh? ¿A ver, quién? Vamos, que hago una paella para chuparse los dedos y estoy aprendiendo a deconstruir la tortilla de patatas. Bueno, para qué mentir, mis tortillas siempre son deconstruidas, jamás me cuajan. Mierda, voy a morir sola.

Excepciones para utilizar el consejo:

Futuros hijos míos, lo siento, pero el consejo me importa un pimiento, lo que quiero son esos superpoderes premonitorios ya mismo y decirme por las noches: «Nena, como mañana eches la primitiva, te van a tocar veinte kilos.» ¡Y a vivir!, que es lo mío.

Versiones:

«Que no son superpoderes, que es más fácil, una cuestión de probabilidades: si te subes en la barandilla o vas a toda velocidad en un patinete lo raro es que no te caigas.» Anónimo

«Dicho que va de la mano de “Como te peguen en el cole, te pego yo más” y que se aplicaba cuando te quejabas de mosquearte con algún “amigo” y tu madre juzgaba que no habías sabido “defenderte”. Qué jodienda.» Miryam

«Una variación muy mítica de las abuelas gallegas es el “Vas caeeeer” (te vas a caer) que te regalan cuando ya estás estampado en el suelo. No conozco a ningún gallego al que su abuela no le haya dicho eso en su niñez, y varias veces.» Anónimo