¡Ni chocolate ni chocolata!
Esto más que un consejo es la primera entrega del vocabulario de madres.
La mía nunca jamás nos daba un capricho. No. Ella creía que con que nos comprara una única vez un huevo Kinder íbamos a quedar marcadas de por vida por ese capricho, ya nunca jamás tendríamos fuerza de voluntad y nos dedicaríamos a la vida fácil y ociosa, y a todos los vicios posibles, «que son muchos, nena, ahí están para que tú caigas, y tú eres mucho de caer».
Así que tú le decías:
—Mamá, quiero un huevo de chocolate.
—No.
—Porfa, mami, cómprame un huevo. —Con cara de niña buenísima.
—No.
—Mamiiiii, que me voy portar superbien si me compras chocolate. —Aquí rebasaba su paciencia.
—¡Ni chocolate ni chocolata!, y como no te portes bien tú solica, te vas a enterar. Mi obligación es tenerte abrigada y bien comida, y la tuya, portarte bien. Así que, si tú no cumples, esta noche duermes en la terraza y vas a cenar huevos de chocolate imaginarios, que parece que te gustan mucho.
Sí, tampoco es que mi madre fuera el santo Job.
Cuando le cambiaba el género a cualquier cosa, ya sabías que no había esperanza.
—Mami, cómprame una Barbie que Martita tiene una superchula.
—Pues anda que no es chula tu muñeca Pepa.
—Mami, pero si le falta un ojo.
—¡Será culpa mía! No habérselo arrancado.
—Jooo, mami, que la Barbie es superguapa y tiene muchos vestidos.
—Y la Pepa se tira pedos.
—Mami, no es lo mismo. La Barbie tiene estilo y está delgada.
—Mira, a mí la Pepa me parece mucho más simpática que la escuálida esa, que no puede ser bueno que las niñas juguéis a princesas con muñecas que parecen pilinguis. —¡Eh!, otra palabra de madre, al menos de la mía: pilingui.
Y aquí llegaba el punto de no retorno:
—Ay, mami, si me quisieras me comprarías una Barbie.
—¡Qué Barbie ni qué barbo! Yo a tu edad jugaba con una caja de cartón durante horas. Y como vuelvas a decir una tontería de esas como que no te quiero, te regalo a los gitanos del circo, que ya me estás hartando.
Consecuencias:
—En mi mente, los huevos Kinder son un lujo tipo caviar. Vamos, sólo me los permito cuando cobro la extra y con miedo a convertirme en una drogadicta.
—Sonreía constantemente a los gitanos del circo preparando el terreno, por si un día me mandaba con ellos.
—Hubo una época en la que de mayor quería ser pilingui. Hasta que se lo dije a una vecina de mi madre.
Situación: me pregunta la amable señora: «Y de mayor ¿qué vas a ser?» «Yo, pilingui, como la Barbie.» Pellizco de la muerte, codazo, pisotón. Breve explicación a la vecina ojiplática: «Esta niña repite todo lo que oye en la tele. Desde luego, la televisión va a destrozar a esta generación.» Otro pellizco de la muerte en el ascensor. Un par de invitaciones cordiales a irme a vivir con los gitanos. Otro par menos cordiales. Pellizco de la muerte. Reflexión por mi parte: «Mami, pensándolo mejor seré profesora, porque lo de pilingui nos va a costar un disgusto.» «Nena, a veces no sé si es que eres muy lista o tremendamente tonta. De verdad que no lo sé.» Ahí, reforzando mi autoestima.
Excepciones para utilizar el cambio de género:
Pues en el fondo es gracioso. Ya me estoy viendo: «Ni pokemon ni pokeman», «Ni tele ni tela», «Ni ipod ni ipad». ¡Eh!, la madre de Steve Jobs era de las mías.
Versiones:
«Pues yo uso una variante, repitiendo el mismo género; no es tan original pero funciona: “¿Qué Ben Ten, ni qué Ben Ten?” Y reconozco que lo hago para evitar la expresión que usan algunas madres: “¿Qué Ben Ten ni qué niño muerto?”, que siempre me ha dado auténtico pavor.» Paula
«Mi madre, además del recurso este del género, a veces confrontaba frustraciones: “Mamá, quiero ese cochecito del escaparate.” “Y yo un Síseñor con las patas colgando del culo.” Te desarmaba. Mi hermana y yo aún no hemos descubierto qué aspecto tiene un Síseñor con las patas colgando del culo. Y lo hemos investigado.» Víctor Zurdo
«Lo siento, no sé lo que será un Síseñor con las patas colgando del culo. No obstante, si alguien sabe qué es un “Correquetevás con una Levita Atrás”, por favor, que me lo diga.» Anónimo
«Yo tampoco sé qué es un Síseñor con las patas colgando del culo, no tuve el gusto ni siquiera de oírselo a mi madre, ya que ella lo que quería era un Síseñor y un Mandeusted. Dichosas madres, qué pesadas son a veces, ¡pero cuánto las queremos!» Lucía M
«En mi casa la versión era “Mañana te lo compro”, hasta el punto de que el pequeño de mis hermanos en lugar de preguntar: “Mamá, ¿me compras esto?”, decía: “Mamá, me lo comprarás mañana, ¿verdad?”» Meriyeini
La opinión del experto:
«Los padres, muchas veces influenciados por la industria del juguete, proporcionan a sus hijos sólo juguetes educativos. Esto limita el juego que le permite aprender sobre el mundo real, sobre sí mismo y sobre su entorno, actividades tanto o más educativas que las obtenidas con los llamados juguetes educativos.» Doctor Juan Casado, jefe del servicio de Pediatría y del área de Cuidados Intensivos Pediátricos del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús de Madrid. (El gran libro de la pediatría.)
Necesito el teléfono de este señor, no llego a entender si una Barbie me hubiera hecho aprender algo sobre el mundo real. Ahora, mamá, el tangram no tiene nada de real. ¿Quién necesita hacer la figura de un canguro con triángulos? ¿Eh?