Los interruptores de la luz también se limpian
Pues sí, yo no lo sabía, y hasta el momento en que mi madre me dio ese consejo, jamás había necesitado limpiarlos. O puede que alguna vez, de manera inconsciente, les hubiera pasado un paño. Pero no me levantaba un día y pensaba: «Hoy me toca limpiar los interruptores.» Ni paseaba por mi casa y pensaba: «Por Dios, tengo que limpiar ese interruptor, está asqueroso.» Vivía más feliz.
Cuándo lo utilizaba:
La primera vez que vino a mi casa. Yo llevaba cuatro días limpiando cada rincón, y luego volviéndolo a limpiar por si acaso, para superar la prueba de Don Limpio de mi madre. Echó un ojo por encima de los muebles, el salón, pasó el dedo por las estanterías… Yo estaba pletórica. Lo había conseguido, no había ni un poquito de polvo. Entonces, de soslayo, dijo: «Los interruptores de la luz también se limpian.» Y me vine abajo.
Consecuencias del consejo:
Sufro. Sufro cuando va a venir a mi casa por si hay algún objeto en el que yo jamás haya reparado. Sufro limpiando como una loca y, sobre todo, sufro cuando veo un interruptor sucio. Antes no sufría, y de eso se trata. No es cuestión de limpiar todo, sino de que no te molesten esas pequeñas suciedades.
Excepciones para usar este consejo:
No lo sé. Si los interruptores de casa de mis hijos están negros y se te pegan los dedos… creo que no podré contenerme. Es culpa de mi madre: si no me hubiera dicho que hay que limpiarlos…
Variante del consejo:
La segunda vez que vino a mi casa los interruptores estaban impolutos. Así que, de soslayo, dijo: «Entre las ranuras del radiador también se limpia.» Sí, mamá, también.
Versiones:
«Pues mi madre no es la reina de la limpieza; de hecho, en ocasiones deja que desear, pero lo de los interruptores sí que lo hace. Yo ya no puedo ir a ningún sitio sin fijarme en ellos. Incluso los he limpiado a escondidas en casa de algún amigo… Me da vergüenza, pero no lo puedo evitar.» Alejandra