A todos los que habéis leído el blog, me habéis escrito y acompañado en estos casi dos años. Ojalá pudiera nombraros a todos y regalaros una chistorra campeona. ¡El viaje ha sido la leche!
A Ana Bustelo, mi editora, que me citó en el café Gijón para decirme que le interesaba el libro y me hizo la paleta más feliz del mundo. Gracias también por dejarme publicar la página de agradecimientos más larga de la historia, y eso que me dejo tanta gente…
A Cristina Iraizoz, Cristina Goñi y Maite Echeverría, por la compañía perenne y el humor. Sobre todo por el humor. A las amigas que me juntaron en el recreo y siguen conmigo treinta años después: Amaia Barea, María Hermoso de Mendoza, Laura Flamarique y Viki Huarte. A Idoia Chourraut, que sabemos que no será nunca una drama mamá. A Iban Fernández, Mari José Aliaga, Estefanía Heredero y Bruno Suárez, que me hicieron la mejor publicidad que se puede hacer, la que viene desde el cariño. A todos mis compañeros de trabajo por aguantarme todo el rollo que les he dado. A José Tercero, que me dio muchas pistas sobre el 2.0. A Beñat del Coso, porque su humor siempre es una inspiración. A Mar Moreno y su Juan, por ser mis agentes en la sombra, y alegrarse conmigo como sólo los buenos amigos saben hacerlo. A Isabel León, porque siempre me animó a escribir, incluso cuando yo era una intensa. A Javier Cid, por ir de avanzadilla en esto de publicar y tranquilizarme con las correcciones. A mis primas y tíos de mis dos familias, por la mejor campaña de promoción pre-editorial que ha conocido este país. A los Mañús, a los cuatro, por haber compartido casi todo con nosotros. A mi hermana Silvia, por tantas cosas que jamás me cabrían aquí. Silvita, qué no te diría yo. A mi cuñado Joaquín Donézar, por cuidármela tan bien y por el mejor chocolate del mundo. A José Manuel Chasco, que me hizo miles de cenas, bajó la basura, me puso bonito el blog y me preparó vermuts, mientras yo tecleaba sin descanso. Gracias por tanta paciencia y por apoyarme desde el principio, incluso por saber cuándo no importaba llorar y escribir a la vez.
Y, sobre todo, gracias a mis padres: Joaquín Ascunce y Concha Guerrero. Mamá, gracias por dejarme inventarte, mezclarte con fantasías, aguantar el tipo y saber reírte conmigo incluso cuando hemos estado sin un motivo para reírnos. Y por cuidarme tanto, tanto… Aunque esto no quita para que sepas que, si me caso, pienso llevar el pelo suelto. Las cosas como son.
Gracias a mi padre por regalarme los poemas de Bécquer con 11 años, por comprarme todos los libros que pedí y también los que no le pedí, y por decirme una vez: «Si alguna vez escribes un libro, que no sea cagándote en tus padres como hacen todos los escritores.»