LA NODRIZA DE CLITEMNESTRA se llamaba Oretana, y decía que era de una familia de tejedores hespéridos, habiendo huido de su país por vergüenza, que bailando por broma en plenilunio, en compañía de otras mozas —y allá se llevan los pechos sin ceñidor, y la falda corta abre por el lado derecho hasta la cadera—; digo que bailando con un muñeco de mimbre cada una, al que habían puesto sombrero y calzas, sin saber cómo, ella de aquel baile salió preñada. Le echaron sus íntimas la culpa a las bragas, que eran de un cartero que pasaba por mujeriego. Salió Oretana, repito, del país, y fue a parir a un bosque cerca de Sicilia, y lo que dio a luz fue una especie de cestillo redondo, con asa rizada. No sabiendo qué hacer con él, lo dejó en una iglesia de bernardinas, colgado junto a la pila del agua bendita, porque ella no se había atrevido a bautizar a aquel extraño fruto de su vientre, y pensó que la gente que entraba en el templo, al santiguarse salpicaría al engendro, y aunque de tan oculto e imperfecto modo, pasaba el niño, por llamarlo así, a cristiano. Se llenó Oretana de leche, y estaba en la plaza de Tarento esperando clientes, que era un año de sequía y las vacas no daban, cuando apareció un pregonero con trompeta, solicitando ama de cría para una infanta de Grecia. Oretana se ofreció, y el pregonero venía acompañado de un criador persa de gatos sordos, gran catador de leche por exigencia de su oficio, el cual halló perfecta la de la hespérida, con el tanto de grasa pedido. Y así fue como Oretana pasó a ser nodriza de Clitemnestra. Cuando llegó la era de casar la niña, Oretana, que le había tomado amor a la infanta, dijo que prefería un elegante rico que entendiese de hebillas y pasease en carroza, y se disgustó cuando Clitemnestra fue dada a Agamenón, aunque era rey, porque lo tuvo por bárbaro, cazador que olía a perros, y siempre diciendo que atravesaba a dos escitas con su espada larga, que no había virgos y que el hombre no toleraba la charla de las mujeres. Oretana favoreció lo que pudo los amores de Egisto con la reina, y le echaba a este cantáridas en el desayuno, y cuando Agamenón halló la muerte a manos del usurpador, la nodriza se vengó del rey, llamándole cabrón desde lo más alto de las escaleras.