II

A LA PUESTA DEL SOL llegaron dos soldados, con el recado de que un rey llegaba y que pedía por favor cama limpia. Ama Modesta les preguntó si era su rey, y sabían el nombre, y ellos contestaron que ahora de últimas había tantos coronados, que sólo los escribanos llevaban la cuenta.

—Yo —dijo uno, moreno y pequeño y picado de viruelas— era guardamontes en la paz, y bajé a la ciudad solamente una vez, cuando tenía ocho años. Me llevaron para que el rey me librase de una verruga que me había salido en un párpado. El rey pasó en un sillón cubierto, y echó la mano por entre los damascos, y la verruga se fue.

—Pues yo —dijo el otro, que era también pequeño, pero regordo y rubio— nunca vi un rey hasta ahora. Estaba al lado de un charco, y uno que dijeron que era el Correo real le lavaba los pies. Con mucho mimo, eso sí. No le vi la cara, que la tenía cubierta con una servilleta floreada. Tardarán poco en llegar. El Correo dijo que le hicieras una buena cama al coronado, y que metieras en ella dos canecos. Nosotros cumplimos. ¿Queda un vaso de vino?

Ama Modesta los convidó a una jarrilla de tinto y los contempló, compasiva.

—¿Por qué estáis de soldados? ¿No tenéis hacienda?

—Amén de la guarda de los montes —dijo el moreno—, yo tenía un cabrón negro muy imparcial. Ahora lucho por ascender. Un sargento montado es una señoría.

—Yo —explicó el rubio— me alisté por ver mundo ¡Vas a ver mundo, Teófilo!, me dije, echando a correr tras el arcabuz. Y me metieron de retén en un castillo viejo, lleno de murciélagos, y el pozo cegado, que hay que ir a buscar agua a una mina apozada. Asomé la cabeza por una saetera para contemplar vuestro país de Valverde, tan sonado, y tropecé con los pies de un ahorcado, el antiguo señor de la Ribera, que gloria haya. ¡Mira!

Y mostró los zapatos bajos que gastaba, con hebilla de plata.

—¡Son de charol! —comentó ama Modesta—. Son como los del padre de mi señora, que en paz descanse.

—No sirven para la guerra, pero lucen —comentó el rubio.

Los soldados se fueron, y ama Modesta se asomó a la puerta por verlos marchar, y por si ya venía el rey aquel, guiado por el Correo. Pero era este, solo, quien se acercaba.

—¿Viene ese rey?

—Lo dejé descansando en un banco, en el jardín. ¿Está la señora visible?

—Se está peinando. Bajará ahora.

—Entonces —dijo el Correo—, voy a pasarlo antes de que baje la señora condesa. Quiere estar siempre muy preparado para las visitas.

—¿Le pongo un sillón?

—¡Igual le gusta!

—Puedo ponerle un almohadón para los pies —sugirió ama Modesta.

—Ponlo —asintió el Correo—. ¡Estos antiguos son muy mirados! y de beber, agua con azúcar, que el vino le da urticaria. Estos coronados, los más de ellos están podridos. Voy en su busca, que hay que decirle los escalones.

—¿Está ciego?

—Misterios, ama. Esta gente real no es gente como nosotros. ¡Tienen los Santos Óleos de perpetuo en la nuca!

Salió el Correo en busca del rey, y a poco apareció llevando de la mano a un gran fantasmón, vestido con una casaca amarilla.

Este paso lo escribió así Filón el Mozo, titulándolo:

PASO DEL REY Y EL CAPITÁN DIALOGANTE

ESCENA I

AMA MODESTA

¡Bienvenido sea el señor rey!

EL REY

¡Hola! Sentadme bien y abotonadme la casaca hasta las rodillas.

CORREO

Sí, señor. Hay almohadón para los pies.

EL REY

¡Descalzadme! Un rey viste mejor descalzo.

AMA MODESTA

Lo descalzaré yo. [Se arrodilla delante del rey y le quita los borceguíes]. Si mi señora quisiese, podía echarle en los pies un perfume de mérito. Tiene un estante lleno. Los más de los perfumes son de Siria.

EL REY

¡No quiero nada! ¡Nunca me olieron los pies! Correo, ponme los ojos.

CORREO

Sí, Alteza. [El Correo mete la mano en la faltriquera del rey y saca de ella dos ojos de vidrio, que le pone con mucho cuidado, levantándole los párpados]. ¡Ya están!

EL REY

Pásame una luz por delante, comprobando si quedaron bien centrados.

CORREO

[Pasándole el candelabro por delante]. ¡Quedaron! ¡Imponen!

EL REY

Eso es lo que se pide, que impongan respeto. Yo siempre fui un rey serio. ¿Estoy abotonado?

CORREO

Hasta las rodillas, Alteza.

AMA MODESTA

¿No tiene sed, señor?

EL REY

Desde que quedé viudo paso meses sin probar el agua. ¿Qué se dice por aquí de la guerra?

AMA MODESTA

La gente huye, que se acaba el pan…

EL REY

Aún puedo llegar a ser el señor rey de los fugitivos. ¡Lástima que haya perdido la mitra y que me hayan robado el caballo! Ni un rey puede vivir en paz en tiempos como estos. ¡No tengo mujer, ni hijos, ni casa cubierta, y la bolsa vacía! ¿Quién anda por ahí arriba?

AMA MODESTA

Es mi señora, la condesa soberana, que baja a saludarlo.

EL REY

¡Que haga las reverencias, Correo! ¡Yo estoy dos grados más alto en el protocolo bizantino, y aún no decaí del todo!

Baja doña Inés. Como siempre, en la mano una flor.

ESCENA II

Dichos. Doña Inés.

DOÑA INÉS

¡Buenas noches al rey!

EL REY

¡Haz una reverencia, condesa!

DOÑA INÉS

[Haciendo dos reverencias de corte]. Alteza, sed bienvenidos al Paso de Valverde.

EL REY

¡Dame la mano, que te la voy a besar!

DOÑA INÉS

En una mano traigo una rosa y en la otra un colibrí. ¡No puedo daros la mano!

EL REY

Un colibrí. ¿De qué color es?

DOÑA INÉS

El colibrí de esta banda es escarlata, y sólo canta al irse el invierno, cuando desaparece la nieve y abren las fuentes.

EL REY

Siento no verlo. Suelta ese pájaro y dame la mano. Eso sí, que no venga volando a posarse en mi solideo.

DOÑA INÉS

[Hace que suelta el pajarito famoso, y le ofrece su mano izquierda al rey]. Aquí tenéis la mano que me calentaba el colibrí. ¡Salió por la ventana a la noche! ¡Le gusta la luna nueva!

EL REY

[Acariciándole la mano]. ¡No te la calentó mucho el colibrí! Es la mano izquierda un tulipán. Hace once años que estoy viudo. Me casaron de siete con una de diecinueve que tenía capital. Los padres de uno piensan en todo. Era gorda, muy gorda. Cuando se murió, me di cuenta de que nunca supiera lo que es amor.

CORREO

¡Pues era una señora muy risueña, cantando ópera, y meneando el polisón como las de París!

EL REY

¡Lo mismo insinúas que fui cornudo!

CORREO

¡A los siete años, qué sabe uno de eso!

EL REY

¡Yo no quiero morirme sin saber lo que es amor! ¡Di en este tópico! Lo primero de todo es ponerme en dialogante de amor, aprender a suspirar. ¡Tiene que haber alguna delgada de precio! ¿Dónde está el capitán?

AMA MODESTA

¿Uno de espada, con esclavina apuntada?

EL REY

¡El mismo!

AMA MODESTA

Pasó al atardecer con unas mujeres. Dijo que volvería. Como me pareció un caballero principal, le di a beber por la copa con pie de plata.

DOÑA INÉS

[Coge la copa y la mira a la luz del candelabro]. Tiene los labios delgados. ¡Dejaron la señal en la copa!

EL REY

¡Mujeres! Tienen un rey de presente y están buscando en una copa los labios de un capitán. ¡Es mi capitán, el que guarda mi real persona, un criado mandado, uno que está a sueldo! ¡Si no cobra no come! Todos los días, antes de que me duerma, me recita prosas de amor. Llegado el momento, quiero hacer una declaración floreada. Hoy tengo mucho sueño y queda dispensado. Correo, ¡quítame los ojos!

CORREO

Sí, Alteza. ¡Son unas piedras muy hermosas! [Le quita los ojos y se los mete en la faldriquera].

DOÑA INÉS

¡Brillaban como esmeraldas de Indias! ¡Nunca ojos tan bellos me miraron con tanto asombro!

EL REY

[Muy galante]. ¡Alondra, te miraron por mí! Los que tenía puestos ahora eran mis ojos de otoño, pero los tengo también de verano y de primavera. ¡Un rey no es un pordiosero! Mañana, señora mía, te he de recitar una prosa en el jardín, con los ojos de verano puestos. Y tú tienes que responderme con otra. ¡Piensa que hace once años que quedé viudo, y que desde entonces los asuntos de gobierno no me permitieron acercarme a una mujer!

DOÑA INÉS

[Graciosamente burlando]. ¡Me gustan los príncipes castos y valerosos! Amo la tronada y el relámpago, estando sola en el campo. ¡Un hombre es un viento loco o no es nada! Tú, rey, serás una hermosa tempestad.

EL REY

¡Si pones esa voz, no dormiré! ¡Ay, qué paloma! ¡Cálzame los borceguíes, por favor!

DOÑA INÉS

¡Lo que me place! [Se arrodilla y lo calza]. ¡Tus pies parecen dos halcones gemelos!

EL REY

¡Ah, unos pies nobles, los pies de un rey militar! Me pusiste los borceguíes cambiados, el del pie derecho en el izquierdo y el del izquierdo en el derecho ¡Deja, no los toques! ¡Tomo esto como una misteriosa señal galante!

Mientras doña Inés calzaba al rey, entró el capitán, que se quedó en a puerta.

ESCENA III

Dichos. El capitán.

CAPITÁN

¡Misterioso amor, madeja nunca devanada!

EL REY

Capitán, ¿por dónde anduviste? ¡Me iba a acostar in ti!

DOÑA INÉS

¡Misteriosos encuentros en la noche, cuando va ponerse la luna!

CAPITÁN

¡Encuentros de pájaros en las tinieblas!

EL REY

¡Ese saludo no me lo enseñaste!

CAPITÁN

[Sin hacer caso al rey, siempre dirigiéndose a doña Inés]. Encuentros de picos de aves, que se cambian cintas con nombres escritos.

DOÑA INÉS

¡Timidez de las palabras!

CAPITÁN

¡Largo silencio que morirá en un beso!

EL REY

¡A la orden, capitán! ¡Mañana hay que enseñarme se punto!

CAPITÁN

¡Alteza, mañana daremos dos lecciones!

EL REY

¡Los años pasan, capitán! ¡No quiero morirme sin saber lo que es amor!

DOÑA INÉS

¡Nadie debería morir sin saber lo que es amor, capitán!

EL REY

Necesito descansar.

AMA MODESTA

¡Hay una cama hecha en el segundo! Ahora mismo llevo los dos canecos.

EL REY

Hoy no los preciso. Que me abaniquen con plumas la nuca mientras subo las escaleras.

AMA MODESTA

Hay un abanico napolitano.

EL REY

¿Está permitido, capitán?

CAPITÁN

¡Sí, Alteza, que estamos en guerra!

EL REY

Me olvidaba. ¡Demonio de guerra! Buenas noches, señora mía. ¿Cómo os llamáis?

DOÑA INÉS Doña Inés.

EL REY

En confianza, yo me llamo Segismundo. ¡Adiós!

DOÑA INÉS

¡Adiós, señor rey!

El Correo guía al rey por las escaleras, y detrás va ama Modesta abanicando la nuca real.

ESCENA IV

Doña Inés y el capitán.

DOÑA INÉS

¡Encuentros en la noche cerrada, cuando todas las aves del mundo y la luna nueva se fueron! Cualquier palabra entonces se llena de luz y sube hasta las estrellas.

[El capitán se apoya en el respaldo del sillón que había ocupado el rey, y mientras habla, doña Inés se va acercando, se sienta y apoya una mejilla en el revés de una mano del capitán].

CAPITÁN

Las estrellas siempre están a la escucha de las palabras de los amantes. ¿Qué es hablar un corazón? En los ríos hay piedras que cantan al pasar el agua. En los ríos hay peces de plata que van y vienen, callados peregrinos. ¿Quién habla, quién canta? ¿Cantan, acaso, las mariposas que vienen en la noche a la luz de la casa? ¿Dónde he cogido estas palabras que voy vertiendo con mi boca, chispas, sabrosura somnífera, plumón de alondra, pétalos de rosa que se desprenden por saber de dónde viene el viento?

DOÑA INÉS

¡Mi corazón es un vaso que derrama!

CAPITÁN

¡Esa es otra lección! Los corazones son vasos llenos de caliente jengibre. ¿Quién osará añadir la gota que los hará verter? ¿O no la hay? Mejor sería llenarlos con nuestros sueños, y beber un poco yo de lo tuyo y tú de lo mío. ¡Démonos los secretos pensamientos! ¿Puedo ver si en el agua de tu vaso navega un clavel? ¡Miraré con mis labios calientes!

DOÑA INÉS

¡Labios finos, quizá crueles! Los adiviné en la copa en que has bebido. ¡Mira si te esperaba! ¿Se conocerán en los míos?

CAPITÁN

[Incorporándose y apartándose]. Si mezclas las lecciones, no te puedo seguir. Estábamos en el párrafo segundo de la comparación de los corazones con vasos de finísimo cristal.

DOÑA NÉS

[Levantándose]. ¿Mezclar lecciones? ¿Párrafo segundo? ¿Qué dices?

CAPITÁN

¡Las lecciones del libro! Con esto de la guerra casi se me olvidó la mitad. No puedo decirlo salteado.

DOÑA INÉS

¿Qué libro?

CAPITÁN

El Conversador Feliz de Amor. Ya me dijo mi mujer que no me fuese sin el libro, que podría quizá ganar algún dinero escribiendo alguna carta de ausente. Pero, en tiempo de guerra, ¡quién pensaba! ¡Y me sale cada asunto!

DOÑA INÉS

¿Por el libro? ¿Cabe amor en las letras de un libro? ¡Vete! ¡Mentira todo! ¡Palabras escritas! ¡Por el libro, Dios! [Huye escaleras arriba, llorando].

CAPITÁN

¿Y qué tiene de malo por el libro? ¡Se para donde uno quiere!

TELÓN

Este rey Segismundo fue uno de los reyes antiguos de los Ducados, y se daba de primo con Egisto, según anotaciones de Filón. Segismundo se perdió en la tempestad que sorprendió a un grupo de fugitivos bajando hacia el mar, por la sierra, y eso que lo llevaban en el medio, porque decía que estando ungido preservaba del rayo. Pasados años apareció un ciego en Micenas, tocando un triángulo de plata, que tenía tres voces, según grosor de lado, y cantaba acompañándose con él canciones pícaras. Pasaba hambre, y a todos preguntaba de qué lado caía su país, pero no se acordaba del nombre de este. Y Filón, por hacerle honor al muerto mísero en exilio, no lo quiso poner en sus apuntes, y hace que los dos soldados que anuncian que llega a la torre no sepan decir si es su rey o no. Escrúpulos morales que no son frecuentes en autores de comedias.