PASO DEL MENDIGO
ESCENA I
Ama Modesta y el Correo.
AMA MODESTA
¡Buenos días, Correo!
CORREO
¿Cómo se descansó? ¡Buenos días nos dé Dios!
AMA MODESTA
¿Quién descansa en estos tiempos, Correo real?
CORREO
¿Hubo gente?
AMA MODESTA
¡Mujeres, pobres mujeres!
CORREO
[Posa la gran cartera en el suelo]. ¡Les dio el baile, les picó la araña roja! ¡Que huya un hombre de la guerra, pase, pero mujeres!
AMA MODESTA
¡Se puso de moda huir! Y aunque huyeran señoras de atavío, por miedo a una falta de respeto, pase, ¡pero pastoras y lavanderas! [Pausa]. ¿Hay carta? ¡No sé para qué te lo pregunto!
CORREO
¿Cómo ha de haber carta? ¿Quién la escribirá? Una carta, ama, supone que alguien estuvo con la pluma en la mano dando noticias, poniendo cómo va de salud, el tiempo que hace, noticias de intereses, y mete el papel en el sobre, y baja de prisa por la calle que lleva al correo, y echa la carta en el buzón. ¿Hay ese alguien? Pues no, no lo hay.
AMA MODESTA
Las que se aguardan en esta casa son cartas de amor.
CORREO
Peor todavía, Modesta, ama Modesta. Si no hay gente para escribir de intereses, ¿cómo va a haberla para cartas de amor?
AMA MODESTA
Pues ella las contesta.
CORREO
¿A quién? Escribe, eso sí, cartas muy razonadas, sí señor, muy bien puestas, de libro, que yo leí algunas. Dice: «¡Nunca salgo de mis sueños sonriendo! Pregúntaselo al lucero de la mañana». ¡Muy bonito! Pero, ¿a quién se lo dice? ¿Existe ese, está esperando, tiene una flor en la mano, se mira en un espejo porque quiere que la carta de encendido amor lo encuentre galán con los rizos mostrándose bajo la montera? No lo hay, ama. Las cartas van, corren. Es su destino. ¡Quién sabe adónde van a parar las más de las cartas que se escriben! Aunque pongas las señas de uno que hay, señor Londres, calle de los Tabacos, 14, bajo, Alejandría, y le llegue la carta, ¿es el que tú piensas quien la recibe? Tú escribes de un ánimo y él está de otro, y no ve en la carta el cuidado tuyo, ni te ve escribir la alegría o la tristeza. Las más de las cartas le llegan a uno de un extraño.
AMA MODESTA
Dos que bien se quieren, uno son.
CORREO
Pero te repito que esos a quien doña Inés escribe no los hay, ama. Son como figuras de poetas. Ella pone en el sobre: «Al caballero del verde tabardo, en París de Francia».
AMA MODESTA
¡Lo hay!
CORREO
¡Habrá cien! Pero la carta busca uno sólo. La carta dice así: [Hace que lee en un papel cualquiera que saca del bolsillo de la zamarra]. «Señor del tabardo verde, esta que yo soy, segura servidora, muere de amor acariciando pañuelos de seda colorada. Ya viene el invierno, y ando sola por la casa, abriendo puertas, sin miedo al frío, a quien llega enamorado». Y yo, el Correo, no voy a andar corriendo detrás de todos los que vea pasar por las calles de tabardo verde, diciéndoles que monten en el mejor caballo y salgan por esta torre, suspirando.
AMA MODESTA
¡Uno de tabardo verde lo conocería ella, digo yo!
CORREO
Pero ahora ya tiene el tabardo amarillo, o se pasó a la capa corta. No hay nadie, ama Modesta. Todos los que podrían escribirle a doña Inés son gentes de la imaginación, pedazos de niebla, que se ponen aquí para levantarse más allá, llevados por el viento. ¡Ella que siga soñando, y tú que no te canses de planchar pañuelos para que pueda seguir diciendo adiós desde las almenas!
[El Correo guarda el papel en el bolsillo de la zamarra. Ama Modesta abre el aparador y se dispone a darle al Correo un vaso de vino].
AMA MODESTA
[Confidencial, mientras echa vino]. Algunas noches pasan hombres. Yo estoy en cama, con la puerta abierta, a la escucha de lo que hablan con ella, y por oír el acento extranjero de los más. Los hombres siempre hablan de ellos, y mi paloma solamente entiende de amor. Ellos la llevan por donde quieren, por las arboledas de sus pensamientos, que mi doña Inés no puede con los vagos ensueños suyos, y teme perderlos en una revuelta de la memoria de los que hablan. Los hombres son todos gallos, al menos en el hablar. Cuando a alguno le escucho el punto de la voz ronca, parece que también se quisiera echar encima de mí.
CORREO
¡A lo mejor empreñas de palabra!
AMA MODESTA
No es cosa de risa, Correo. Y ella es pura como una golondrina que todavía no hubiese salido al aire de fuera del nido. Es como una fiebre, ¿sabes? Llega la sed hasta mí. Toda la casa se llena de sed. Y ellos se van, y la perla mía queda sola en el mundo, sollozando.
CORREO
¡Todos tenemos un tema! De mozo, yo soñaba que llegaba a rico. Me caían las onzas en la cara, y era como un jabón de olor fresco. Un día, en la posada de Lucerna, al levantarme encontré un carolus. Le caería a otro que había dormido en la misma cama. Nunca más volví a soñar con hacerme rico. ¡Perdido quedó el virgo del sueño! y dejé de ser mozo desde aquel día, y comenzaron a asomar en mi rostro las arrugas.
AMA MODESTA
¡Soñar es muy cansado!
CORREO
Pero es lo más antiguo que hay. ¡Antes que hablar!
Ama Modesta se para, escuchando ruidos en el primer piso. Se habrá levantado doña Inés. Ama Modesta se inclina sobre el Correo, que se sentó a beber el vino. Bebe a sorbos, goloso.
AMA MODESTA
Bajará ahora. Dile que no hay cartas, que con las guerras en las tierras y en los mares vecinos no pasan valijas, y que por miedo a los espías no dejan volar las palomas mensajeras. Puedes decirle también que encontraste uno en Florencia de Italia, que le va a escribir tan pronto como haya paso libre para cartas de amor. ¿Y cómo será ese?
CORREO
Puede ser alto, tirando a moreno, y sacando el reloj a cada poco.
ESCENA II
Dichos. Doña Inés.
Doña Inés asoma en la baranda del primer piso. Parece que encendiesen una luz allá arriba. Trae el rubio cabello suelto por la espalda, y una rosa blanca en la mano derecha.
DOÑA INÉS
¿De quién hablabais? ¿Hay cartas?
CORREO
¡Buenos días, señora mía!
DOÑA INÉS
¿Buenos días? ¿No es ya la hora serótina y viene la noche con sus pasos hoscos?
AMA MODESTA
¡Es mañanita temprano, sol mío! Viene el día lloviznando.
DOÑA INÉS
¡Dormí tanto! ¿Hay cartas? ¿Traes recados?
Baja lentamente las escaleras, inclinada sobre el balaustre. Baja como por música, la rosa donde tiene el corazón.
CORREO
[Poniéndose de pie, declamatorio]. Queman las cartas los soldados, roban las valijas por si vienen cartas con noticias de tesoros. ¡Ay, demonio de guerra! El hombre no sabe de la mujer, el padre del hijo, no hay romerías, y la gente duerme tirada por los suelos, con el miedo por almohada, y se pierde la ciencia de hacer las camas. Los Ducados se volvieron locos, andan los reyes perdidos por los caminos, y ni se siembra el pan, y las gentes huyen con un poco de fuego en la mano, de miedo que se acabe el fuego en el mundo. A las palomas mensajeras les tiran con flechas envenenadas.
DOÑA INÉS
¿Nadie te habló de mí? Una palabra bien la guardarías en la memoria. ¿Quién te la robaría, escondida entre las otras?
CORREO
¡Me hablaron!
DOÑA INÉS
[Corre hacia él, le coge las manos]. ¿Dónde fue, cómo era, dio señas, dijo nombre? ¡Detente, no contestes todavía, piensa, recuerda bien, no vayas a equivocarte, no vayas a equivocarme! ¡El sol y la luna tienen sus caminos!
AMA MODESTA
Siempre trajo noticias ciertas. Acuérdate de cuando anunció al milano. ¡Después pasó aquel de la gorra blanca, tan convidador!
DOÑA INÉS
¿Uno de gorra blanca? ¡Nunca tal conocí! ¡El único hombre para quien miré en la vida fue este de Florencia de Italia!
AMA MODESTA
[Sorprendida]. ¿Cómo sabes? ¿Quién te lo dijo?
CORREO
¿Escuchasteis? ¿Quién dijo que fue en Florencia?
DOÑA INÉS
¿Puedo no saber, acaso, dónde tengo mi corazón a tomar el sol?
Ama Modesta y el Correo se miran, pasmándose de la adivinación. Doña Inés se ruboriza y besa la rosa.
CORREO
Se acercó a mí, y me preguntó si era yo el Correo titulado del Paso de Valverde y la Torre del Vado, y le respondí que sí, quitándome la gorra, que lo vi muy principal. Era alto, muy moreno, y sin embargo gracioso, y con la barba recortada a dos puntas. Es moda allí. Me preguntó si podíamos tener una conversación en un patio, y le dije que sí. Sacó el reloj dos o tres veces mientras hablábamos. Me dijo, poniéndose muy grave: «Dile a aquella que tú sabes, mi rubio cabello, que cuando haya paso libre para cartas de amor que le escribiré contándole todos los jardines de mi corazón». Y con las puntas de los dedos, un beso echó al aire.
DOÑA INÉS
¡Felipe, Felipe mío, tan lejos! ¿No te dijo que se llamaba Felipe?
AMA MODESTA
No tendría tiempo. Si miraba tantas veces la hora, es que tendría prisa.
DOÑA INÉS
¿Algo más urgente que yo? ¿Sacaba el reloj, Correo?
CORREO
Por lo menos nueve veces durante aquel coloquio.
AMA MODESTA
Los hombres tienen muchas urgencias.
DOÑA INÉS
¿Cómo hacía, Correo?
CORREO
[Sacando del bolsillo del chaleco su grande reloj de plata y llevándolo al oído]. Hacía así. Hizo así las nueve veces.
DOÑA INÉS
¡Déjame tu reloj! [Lo coge y lo lleva al oído. Ha dejado caer la rosa. Tiene el reloj del Correo en el cuenco de las dos manos, junto al oído]. ¡Corazón, lleno, galopante corazón! ¡Bien te escucho, amor, batir! [Al Correo]. ¿Decías que no traías carta de amor? ¡Aquí la tengo, todo un escrito corazón! ¡Bate, bate por mí, en Florencia de Italia, a la orilla del río, príncipe de los lirios! ¡Pam, pam, pam, pam!… ¡Hasta morir! ¡Hasta morir, ciego siervo de amor! [Pone el reloj en las mejillas, en el pecho, encima del corazón, sobre el vientre, apretándolo con las dos manos]. ¡Hasta no vivir! ¿Cómo podría responderte ahora mismo que soy toda de ti, una hojita de acacia que la lleva el viento?
Cae el telón lentamente.
Eumón de Tracia sacó su reloj y lo escuchó, y se dijo que sería muy hermoso el tener un amor lejano y saber de él así. Y se dolió de sí mismo, que nunca lo habían amado tanto, ni se le habían ocurrido tales imaginaciones amorosas.