CUARENTA

Dentro de la habitación está la comisaria maniatada. Hay tres personas cerca y una de ellas, grande, con el pelo largo y bigote sostiene una inyección del tamaño de un refresco de dos litros. Jiménez lo reconoce rápidamente.

—¡Pascual Montánchez!

Villanueva no aguanta más. Le da una patada a la puerta y entra con la pistola en alto.

—¡QUIETO MELENAS O TE PEGO UN TIRO, HIJO DE PUTA!

En ese momento, dos personas que estaban escondidas a los lados de la puerta reducen a Villanueva y Jiménez. Están atrapados. Pascual Montánchez suelta la inmensa jeringuilla y se acerca. Los atan con cíngulos de pies y manos y los encadenan junto a la comisaria, que está amordazada, a una tubería debajo de un pequeño techo que tapa unos contadores eléctricos. Pascual Montánchez se acerca.

—Ahí, guardaditos, debajo de los plomos, que puedan ver bien. Al final van a salir más de siete miarmicidios. Mira que no me fiaba de usted. A ver, sabía que lo de que se quedara quietecito no lo iba a hacer, y me venía bien, porque nos faltaba una víctima y así le dábamos carrete a esta. Que se lo digo con una composición mía: «Se le nota en la mirada… que vive enamorada…». Eso además era útil porque esa muerte pesaría sobre usted, y seguramente se olvidaría ya de Sevilla y nos dejaría tranquilos a nuestro aire pero…

—Hijo de puta.

A lo que añade Jiménez:

—Te voy a decir una cosa, no sé si te saldrá la charlotada esta bien pero te estás quedando cartón cartón, porque hemos llegado aquí porque se te cae la peluca, y en cuanto te metamos en la cárcel no van a querer tus discos ni en el Jueves de la calle Feria.

Pascual Montánchez y sus cinco secuaces comienzan a reírse a carcajadas.

—En la cárcel, ¿no? No sé, pero no veo yo muy favorable vuestra situación para que el desenlace de esta situación sea ese. ¿Sabes más bien lo que va a pasar, gordito?

El cantante saca un palodú afilado y comienza a pasárselo por el cuello. Jiménez no se amilana.

—Te voy a decir yo lo que tengo gordito…

—Bueno, no te enfades, hombre, gordito mío, te cuento lo que vas a ver, mira.

Pascual Montánchez se acerca a por la jeringa.

—Lo que hay aquí dentro es un veneno tan potente que si diluyéramos una sola gota en 10 000 litros de agua y otra gotita, pero de ese resultado, te cayera en la piel, morirías en menos de 30 segundos. Sabrás que los de Guadalcanal son brutitos para todo, pues si se ponen a hacer un veneno no se van a andar con tonterías. Se usa en plagas extremas, y está absolutamente controlada su difusión y venta, pero, claro, uno tiene amigos en todas partes.

—Tú no tienes amigos, si la gente no te aguanta en el grupo y se van yendo porque eres para un ratito…

—¡Se van porque me tienen envidia! ¡Y Cantores de Híspalis soy yo! ¡Que se entere el mundo ya!

Los sicarios se acercan y lo tranquilizan.

—Tranquilo, Pascual, que tienes un pronto muy malo.

—Debería gastar todo el veneno en el gordo este, pero tengo planes mejores. La Historia avanza a puñetazos, y aquí hace falta uno, una limpieza.

Villanueva le mira.

—Eso no es una limpieza, es un exterminio, va a morir mucha gente que por casualidad se equivoque de vaso, o borrachos que ya después de toda la semana en la Feria les de igual beberse lo que sea…

—Eso no puede pasar, un verdadero sevillano es capaz de distinguir una Cruzcampo por el color, y de los otros, a los que les da igual, no me preocupan, son débiles de mente que no nos sirven en nuestro proyecto.

—¿Qué proyecto?

—El proyecto de que Sevilla renazca, que se vayan los Ikea, los Carrefour, o los Lidl a tomar por saco, que la chacina se coma en papel de estraza, que las cuentas se lleven con tiza. No queremos pagar con tarjeta, ni grupos modernos, ni música electrónica, Sevillanas todo el año, tres semanas santas, fiesta obligatoria para el Rocío, ya está bien de permisividad, ya está bien de tocar los huevos. Se vuelve a García Morato, se cierran los bares de pizza, de mejicanos, los japoneses con su puta madre a su casa y serranitos y pringá roja para todo el mundo. Los Erasmus vetados y aquí que no venga nadie a tocar los huevos poniendo tuberías para tomar otra cerveza. Esto es Sevilla, la gente por ahí va a comprar al paki, y en Sevilla vamos a la Paqui.

—Estás loco.

—Son formas de verlo. En cualquier caso te voy a decir lo que va a pasar, ahora vamos a contaminar, todavía un poco más, toda la Mahou que se va a distribuir en Sevilla con esta jeringuilla. Ya sabía yo que esta cerveza iba a servir para algo al final. Con que la mezcla caiga en tu piel mueres en medio minuto, ya te he dicho, imagina lo que puede hacerte por dentro bebiéndote una cerveza de estas de un trago. Es una selección absoluta de quién merece vivir y quién no. Una vez que inyectemos los dos litros largos que tenemos de veneno en este latiguillo, la magnífica red de distribución que nuestro alcalde ha montado hará el resto. No lo usaré todo, porque un poquito lo dejaré para vosotros, va a ser una pena que no podáis ver el renacer de Híspalis, lo primero que voy a hacer va a ser echar abajo la EM y poner una venta en la que guisen bien arroz.

—Os detendrán, cuando comience a morir gente os detendrán.

—Puede ser, pero no habrá pruebas, y además, ya la limpia estará hecha. Pero bueno, para qué esperar más, son casi las once, mi idea es que los fuegos ya sean un espectáculo que solo disfruten los sevillanos puros.

Villanueva, Jiménez y la comisaria están atados. Pascual Montánchez se aleja cantando «Chan, Chan, Chan, Chan, Chan. A bailar, a bailar, a bailar, alegres sevillanas». Coge la jeringa y destapa la aguja. Villanueva intenta forcejear pero le han atado bien con un cíngulo las muñecas y encadenado a una tubería. Mira el techo que tiene arriba, a los contadores de electricidad, parece intentar planear algo. Pascual Montánchez les mira y sonríe. Pincha el latiguillo e inyecta el veneno. Tiene un concentrado color azul, por lo que se distingue perfectamente en el primer depósito de cerveza. En ese momento la puerta se abre de un portazo y queda descolgada. Todos miran. Jiménez reconoce a la persona que entra por su camiseta de tirantes.

—¡PETAÍTO!

El joven costalero entra, mira a un lado y otro y grita.

—¡ESTO NO ACABARÁ ASÍ! ¡ESTA ES MI OPORTUNIDAD!

Los ayudantes de Pascual Montánchez intentan reducirlo. Es demasiado fuerte y con los cinco encima sigue andando hacia la salida del depósito envenenado.

—¡NO PODRÉIS CONMIGO!

Parece increíble pero el joven llega a la inmensa tubería de cobre a pesar de que los cinco hombres están encima de él, le golpean, le muerden, le intentan detener, pero no lo consiguen. El costalero abraza la tubería con los dos brazos y aprieta con todas sus fuerzas a pesar de estar rodeado. Jiménez le anima desde la tubería.

—¡Aprieta ahí, petaíto! ¡Aprieta que estás más fuerte que un limón!

—¡LLEVO SIGUIENDO COMO UN NINJA AL MADRILEÑO DESDE QUE LO VI EN PEPE! Y por cierto no veas si corre, hoy no hago cardio ya. En fin… ¡SALDARÉ MI DEUDA CON LA SEVILLANÍA!

El joven está tan fuera de sí que se sacude a los cinco hombres de encima, Jiménez lo mira perplejo.

—Se ha venido arriba en banderillas pero bien…

Petaíto coge la tubería y de un tirón la parte y la dobla hacia arriba. En ese momento litros y litros de cerveza salen disparados hacia el techo y provocan una increíble lluvia. Todos, menos la comisaria, Jiménez y Villanueva que están bajo el tejadillo, se mojan.

Pascual Montánchez y el resto de hombres comienzan a gritar de dolor.

—¡HIJO PUTAAAAAA!

Petaíto mira a su alrededor. Ve a Pascual Montánchez y a sus hombres muriéndose. Oye el repiquetear de la cerveza sobre el techo que resguarda a la comisaria, Villanueva y Jiménez y en ese instante abre los brazos y mira arriba dejándose empapar con una extraña expresión de paz en la cara. Jiménez le grita.

—¡PETAÍTO, NOOOO! ¡TÁPATE, MIARMA! ¡¡TÁPATE!!

El joven abre un momento los ojos y sonríe a Jiménez.

—Tenía que hacer que Sevilla me perdonara. Solo te pido una cosa: haz que me recuerden como a un buen patero.

El joven de la camiseta de tirantas vuelve a cerrar los ojos, y se entrega con serenidad en el rostro a la lluvia de cerveza para acabar diciendo para sí mismo.

—Manolo Santiago estaría orgulloso de mí.

El joven cae sin vida. Villanueva mira alrededor, todos están muertos. La lluvia de cerveza golpea el tejadillo bajo el que están. Villanueva y la comisaria se miran, sonríen y están a punto de besarse a pesar de la mordaza. Justo entonces Jiménez carraspea.

—Ejem, iros a un hotel.