Villanueva casi corre por la calle Matahacas. Parece que hay alguien que le persigue, se para, se gira pero no ve a nadie. Vuelve a comenzar a correr. Ha sacado el teléfono y ha llamado a alguien.
—¡Jiménez! ¡Dese prisa! ¡Necesitamos saber cómo funcionan los suministros de Mahou!
Pasa la puerta del Urbano y del Matakas con el móvil en la mano.
—¡Me da igual que le dé asco! ¡Creo que sé lo que traman estos hijos de puta!
De repente, alguien lo llama desde una bodeguita llamada Intramuros. Es el hombre que en el bar de Pepe bebía el gin-tonic con un solo hielo.
—¡Madrileño! ¿Adónde vas tan corriendo? Vente y te invito a un montadito de pringá de La Algaba que la tiene hoy tremenda mi amigo Antoñito.
Villanueva se acerca. Tiene mala cara.
—Ahora no tengo tiempo, amigo, pero necesito que me hagas un favor.
—Si es darte dinero, olvídate.
—No, no, el otro día, cuando estuvimos en el bar de Pepe, ¿me dijisteis que en Guadalcanal había una fábrica de pesticidas?
—Eso es, el pueblo en el que más veneno se crea del mundo. Además, fuerte, ¿eh? Una gota de eso en contacto con la piel te lleva para el barrio de los pinos. No se lo venden a cualquiera porque fíjate la que podía liar un majareta con eso.
Villanueva casi no le deja acabar la frase, sale corriendo, para un taxi y entra. Le llega un mensaje al móvil, es Jiménez. Habla al taxista leyendo las coordenadas que le ha enviado Jiménez en un mensaje.
—Lléveme lo más rápido que pueda a la fábrica de Mahou, está al lado de la de Persan.