Domingo de Feria. Villanueva llega al Uno de San Román. Está abierto y entra. Hay varias conversaciones. Villanueva se apoya en la barra. No parece haber reparado en el loro de atrás. En ese momento el ave comienza a gritar:
—¡Guapa la cara! ¡Guapa la cara! ¡Diputado! ¡Mantolín! ¡Mantolín! ¡Corneta!
El inspector se da la vuelta y mira sorprendido al loro, que parece responderle.
—¡Cara de bote de veneno! ¡Mango de paraguas!
El camarero se acerca desde detrás de la barra hacia Villanueva.
—No le haga caso al loro, el hijo puti repite todo lo que oye a los clientes, sin saber ni lo que dice. ¿Qué va a tomar?
—Póngame un café.
—¿Solo?
—Sí, por favor.
Villanueva parece no saber qué hacer. Simplemente mira hacia la barra, y parece escuchar conversaciones. Hay un grupo de tres a la derecha que no paran de reírse:
—Pero, vamos a ver, ¿me dejas que lo cuente yo?
—Bueno, si no se lo van a creer… por lo menos que se rían.
—Mira, estábamos este y yo en el pueblo y fuimos a buscar gurumelos. Total, que se nos hace tarde, anocheció y me dice: «Coge tú el coche que yo de noche no conduzco». Total, que yo le pregunto por qué.
—Ya está, a ver cómo lo cuenta…
—En el pueblo la mayoría trabaja en una mina y resulta que a este le tocó un tiempo de noche. Y uno de los días volvía de madrugada por una carretera allí de campo y vio una luz, ¿no?
—Que sí, que me da igual que no os lo creáis, pero que es verdad, una luz cegadora se puso enfrente de mí y tuve que parar el coche. Y entonces, de repente, bajaron dos seres muy altos y verdes de la luz.
En este momento todos están con un ataque de risa. El loro comienza a hablar.
—¡Fantasma! ¡Fantasma!
El hombre sigue.
—Hijo puta el loro, que os juro que es verdad, coño, ¿qué gano yo contándolo?
—No, pero esperad, que lo mejor no es eso, lo mejor es que los hombres se acercan a ti, ¿no?
—Sí.
—Se te para uno de esos seres con capas, ¿no? Enfrente.
—Sí, sí, unas capas como plateadas.
—Y uno de ellos… ay… que me muero de la risa, y uno de ellos se te para delante con la capa y la luz, te pone la mano en el hombro y qué es lo que te dijo.
—Pues me puso su mano caliente en el hombro, me miró a los ojos con su penetrante mirada y me dijo: «¿Qué pasa, Pepe?».
Todos estallan de la risa sin remedio.
—Mira, Pepe, yo no sé si es verdad o no, pero el giro que tiene la historia hace que me dé igual. ¿No vendrías tú calentito de la mina y las luces eran un Patrol y los extraterrestres verdes, guardias civiles?
—Tu prima eran, no sé para qué cuento nada.
—Hombre, coño, reconoce que encontrarte con un extraterrestre que puede venir de más allá de Sevilla Este, que se ha recorrido medio universo, y que lo primero que te diga sea «¿Qué pasa, Pepe?» es para reírse, ¿no?
Villanueva sigue escuchando. Parece tener media sonrisa en la cara a pesar de todo. Se acaba el café y pide una cerveza.
—¿Me pone una cerveza?
—¿De barril o de botellín?
—Da igual, la que tenga pero que sea Mahou…
Todo el mundo en el bar se queda callado y mira a Villanueva. El camarero también se incomoda. Esa tensión la rompe el loro.
—¡Mahou! ¡Veneno!
Todos se ríen, incluido Villanueva. Y el loro continúa.
—¡Peste! ¡Feria! ¡Mahou! ¡GUADALCANAL! ¡Veneno!
Villanueva mira en su mano la servilleta que cogió de La Carbonería. Mira al loro. Deja un billete de cinco euros y sale corriendo del bar. Parece saber, por fin, qué va a pasar.