Pepe amarra a Villanueva de brazos y piernas al sillón de escay y se va hacia la pared del bar con más manchas de humedad. Coge un vaso de Duralex, lo pega y rasca con la uña hasta que unos cuantos trozos de pintura caen en el vaso.
—Estos caliches de mi pared son uno de los más desconocidos secretos de Sevilla. Son medio millón de veces más lisérgicos que el peyote más poderoso, 350 000 veces más alucinógenos que la ayahuasca. Harás un viaje a otra dimensión, de ti depende lo que encuentres.
Pepe se mete dentro de la barra, abre el grifo del agua caliente y echa un poco en el vaso con los caliches. Pepe se lo pone en los labios.
—Bébetelo.
Villanueva, atado, se lo bebe hasta el final. Pepe se quita el mandil, abre una de las persianas metálicas y se despide.
—Mañana por la mañana vendré a abrirte. Buena suerte.
Al segundo de oír el ruido de la persiana, un sudor frío inunda el cuerpo de Villanueva atado en el sillón de escay y comienzan las voces.