TREINTA

Tres camiones de Emasesa vacían el lago de la plaza de España. Montones de curiosos se agolpan al otro lado del perímetro policial. Jiménez está sentado, abatido. Tiene un montoncito de piedras pequeñas y las tira a un arriate del parque mientras los camiones succionan el agua. La comisaria Cruz parece preocupada por Villanueva, está totalmente desquiciado. No para de dar paseos por la barandilla del lago. Jiménez lo mira.

—Por lo menos estese quieto. Si lo más difícil ha sido sacar los patos y convencer al de las barcas, que vaya cómo se ha puesto.

—¿Cómo lo ha conseguido al final?

—Los patos con mucha paciencia y al de las barcas le he dicho que ya que vaciamos el lago que se quede él con todas las monedas que haya en el fondo, que seguro que hay un dinero.

—Pero serán antiguas la mayoría, ¿no?

—Pues que vaya a la plaza del Cabildo a venderlas un domingo, a ver si ahora encima de secar el laguito, correr detrás de los patos y convencer al de las barcas voy a tener que ir al Banco de España con una hucha.

En ese momento, la gente agolpada comienza a gritar. Hay mujeres que se tapan. El nivel del agua comienza a bajar y se empieza a ver algo. Una especie de mástil de hierro blanco. Villanueva y Jiménez se levantan. Cada vez se va descubriendo más, es una especie de estructura inmensa de hierros y tela.