—De verdad, Rafael, que cada año te lo curras más, ¿eh? Qué cosa más bonita, mira, mira, la portada, la noria… Mira, si has puesto hasta un grupito de canis con sus sombreritos blancos robando un reloj…
—Hombre, Jiménez, con todo el tiempo que tengo…
Villanueva y Jiménez están apoyados en la parte de atrás de un Renault 19, Chamade. El maletero está abierto y en la bandeja hay una reproducción de toda la Feria motorizada, como si fuera un belén.
—Rafael, te voy a presentar a un amigo mío, Villanueva, es inspector y viene de Madrid.
—Encantado.
—Igualmente.
—Villanueva, aquí mi amigo Rafael es un jubilado que se gana la vida con el maletero del coche. Llega Navidad, pues él monta su belén con sus figuritas, que llega el Rocío, pues cambia y pone sus carretas, sus bueyes o su río Quema, y ahora en Feria, pues hace lo propio con el Real, y además se entera de todo. Rafael, ¿y si te invitamos a comer en las Golondrinas?
—Entonces largo sin problemas, que no veas cómo arrastro. Id pidiendo una de punta de solomillo, coged mesa dentro y llama a tus amigos los municipales para que no me multen que voy a aparcar el coche en lo de los taxis.
Rafael no para de comer en las Golondrinas. Le mete a las zanahorias aliñadas y pide platos de jamón uno detrás de otro.
—Con el estómago vacío es que no me acuerdo de nada.
Cuando se acaba el último montadito, Jiménez va a por él.
—Rafael, estamos en un caso muy serio.
—Me puedo imaginar por dónde van los tiros, en la calle se acaba enterando uno de todo.
—¿Qué sabes?
—Supongo que de lo que hablamos es del asesino del palodú, ¿no?
—Exacto.
—Sé que lo de PodioFK, porque parecía Kennedy en Dallas, es de vuestro hombre.
—¿Quién te lo ha dicho?
—Se oyen cosas, y algunas que asustan, ya sabes, hacía tiempo que no escuchaba hablar de nadie como de ese monstruo.
—¿Cómo? ¿Qué quieres decir?
—Da igual, seguramente sean habladurías, ya sabes cómo es esta ciudad.
—Me da igual, ¿qué dicen de él?
—Verás, prácticamente lo pintan como un monstruo, dicen que es grande, muy alto, fuerte, muy rápido, que tiene un brillo especial en los ojos que aterra a quien lo ve… y que está con los Serva.
—¿Los Serva?
—Ya sabéis lo que es, no me vengáis con milongas. Son ese grupo clandestino que se ha empeñado en repartir monedas de sevillanía, ellos deciden qué es Sevilla y qué no. A mí de momento me han dejado tranquilo con mi negocio, pero, por ejemplo, cuando llega el Territorios, el festival ese, yo quería poner como lo que yo hago pero de grupos de música. Y aparcarme en la puerta de los conciertos.
—Sí.
—Sí, no, que vino uno y me dijo que me estuviera quietecito que ya lo de poner a los reyes magos en camello en vez de en caballo como ha sido toda la vida les había molestado a los Serva.
Villanueva tiene los ojos abiertos. Se atreve a hablar por primera vez.
—Disculpe, Rafael, pero ¿podría identificarlos?
—¿Este de dónde es, Jiménez? Mire, el poder que tienen es que nadie sabe quiénes son. Tú hablas con un conocido en un bar y le cuentas que quieres hacer algo, y de repente te dicen: «Uy, pues no sé yo a los Serva qué les va a parecer eso…», y es una opinión, y tú no sabes si ese tío es el hermano mayor de esa gente, o el diputado de tramo, o si simplemente se ha marcado un farol, pero te aseguro que ya se te quitan las ganas de hacer lo que sea.
—¿Por qué?
—Pues porque si sigues haciéndolo puedes tener consecuencias. Yo estoy harto de decírselo a Howard, el negrito que vende Kleenex en Plaza de Armas, a ese lo tienen enfilado desde que se vistió de Mamá Noel. Y al chino ese cabezón que reparte comida por el centro, el del restaurante Jesús del Gran Poder, ese que le busca novia a sus niños chinos, a ese de momento ya le pinchan la rueda de la moto y se está pensando volverse según me dijo el otro día, porque no paran de amenazarlo. Llamó a unos mafiosos chinos que vinieron y que esta gente tienen como si fuera un seguro y tal, y les dieron una paliza en el Callejón de la Inquisición que se fueron como vinieron y no han vuelto. Por no hablar del indio de Bellavista…, bueno, os podéis imaginar.
—Ya, ¿y cómo podemos llegar a ellos?
—Mire, inspector, le va a parecer raro, pero igual es algo demasiado grande, igual está persiguiendo una sombra y usted se tiene que convertir en otra sombra. Piénselo.
En ese momento el móvil de Villanueva suena. Hay un mensaje que cambia la expresión de las tres personas.
Ha llegado una nota al ABC, dice lo siguiente: «Candela te hemos dado nosotros a ti, 5/7».