—Buen trabajo, agentes.
—Nada, una vecina de 80 años avisó de que estaba la música muy alta. No le habríamos echado cuenta de no ser porque el piso se suponía que estaba vacío. Cuando llegamos el tirador ya se había marchado, claro, pero es obvio que el disparo se hizo desde aquí.
Jiménez y Villanueva son guiados por un agente que habla por un inmenso piso vacío hasta el balcón.
—Qué buen piso, ¿no? —pregunta Villanueva.
—Tendrá lo menos 180 metros cuadrados. En este barrio, Los Remedios, son relativamente habituales estos pisos tan grandes.
—¿Es un barrio de gente de dinero?
Jiménez se apresura en responder.
—¿Dinero? Aquí piso sí, pero se comen muchos macarrones. Le digo yo que aquí se vende más Avecrem que en Triana.
Finalmente llegan al balcón. Da justo a la Feria.
—Aquí lo tienen, hay dos botellines de Cruzcampo que mandaremos a analizar, uno con la etiqueta despegada y detrás esto escrito: «4/7».
Villanueva lo lee y habla para sí mismo.
—Lo cuentan como muerto, saben que lo han sacado de la circulación.
El agente continúa.
—También hay un reproductor de CD enchufado y el arma del disparo. Estamos esperando el informe de balística, pero no parece que haya dudas.
Villanueva se agacha, se pone unos guantes y coge los botellines y los mira. Ahora coge el arma. Jiménez la mira también.
—Villanueva, me juego la vida a que esta escopeta de balines se la han robado a uno de un puesto de la Calle del Infierno, porque mira el cañón cómo lo tiene de torcido, con esta no hay quién parta un palillo, vamos. Si le dio en la papada te digo yo que el tipo apuntó a un caballo.
—Es evidente que lo único que querían era dar un susto…
—Hombre, susto sí, pero un balinazo de estos en un ojo te deja pipa.
Villanueva suelta el arma, saca unas pinzas, pide un sobre de pruebas y coge una maraña de pelos. Son negros y otra vez larguísimos.
—Es nuestro hombre, Jiménez.
—Sí, y se está quedando cartón.
Villanueva se vuelve al policía.
—¿Han encontrado algo más?
—Dos monedas de 25 pesetas, una de las del agujero en el medio y otra de las grandes. No sabemos si pertenecieron al tirador o estaban ya en el piso. Seguramente fueran del hombre que disparó, porque el piso estuvo alquilado hace cuatro años, y entonces ya había euros. Lo extraño es por qué llevaba ese hombre monedas que no están en curso. Parece que se le cayeron al levantarse para irse.
—Curioso, una cosa más sobre la vecina que llamó, seguramente el tirador puso música alta para amortiguar el sonido del disparo, pero ¿les dijo qué música sonaba en el piso? ¿No sería alguna de José Manuel Poto?
—Pues no, nos dijo que eran las sevillanas de «A bailar, A bailar» una y otra vez, pero con lo cerca que está el Real, puede ser que el sonido viniera proyectado de alguna caseta.
Jiménez mira a Villanueva con aire sombrío.
—Acompáñeme, a lo mejor Rafael puede ayudarnos.
—¿Quién?
—Rafael, un confidente mío, tiene setenta años y es conocido porque pone un belén todos los años en el maletero del coche, y en esta época una feria. Si algo pasa en la ciudad, Rafael lo sabe.