DIECINUEVE

Hay menos de cien personas agolpadas a la puerta de una caseta. Jiménez y Villanueva están un poco apartados. Parecen observadores. De repente empieza a salir gente de la caseta como si fuera una procesión de semana santa. En vez de un paso, llevan una silla de enea adornada con botellas de manzanilla, flores y langostinos. Una pata de pollo está atada en lo alto. La sacan a hombros y la gente la vitorea. Villanueva parece que no puede cerrar la boca.

—¿Me puede explicar qué es esto, Jiménez?

—Le presento a la hermandad de la Pata de Pollo Coronada.

—¿Perdón?

La comitiva sale de la caseta y enfila una de las calles del Real. La gente a su paso ríe y se santigua. Hay algunos que se meten entre la gente para tocar la pata y fingen entrar en éxtasis.

—Para serle sincero, Villanueva, no sé si los malos de nuestra película aprobarían esto o no. Le cuento, lleva ya algunos años haciéndose. La Semana Santa tiene muchas influencias en la Feria también, de hecho hay casetas de hermandades y hay otras que no son pero tienen nombres relacionados. El caso es que esto empezó por unos cuantos majaretas que lo hicieron un año y se convirtió en tradición.

—¿Me está hablando en serio?

—Vamos a ver, ¿pues no lo está viendo, carajo? La historia es que esta gente hace muchos años, se pondrían de grana y oro en la Feria, me imagino yo que ya no quedarían casetas abiertas y se fueron camino del centro por no irse a casa. La leyenda dice que fueron a un bar que hay cerca de la Encarnación, que se llama La Centuria. Allí se acabaron de poner finos hasta que abrió el Mercado de la Encarnación y con el puntazo compraron allí la mejor pata de pollo que vieron.

—¿Una pata de pollo?

—Sí. Ha oído bien. Con estas volvieron al Real, que ya estaba otra vez operativo y a última hora montaron esto que está usted viendo ahora.

—Dios mío.

—Esto es, y perdone que me ponga fino, una metáfora perfecta de lo que es Sevilla, tradición, pero disfrute, y hay a quien esto le parece una charlotada, por ejemplo a mí desde luego, pero no puedo negar que es la esencia del sevillano, reírse de sí mismo.

En ese momento suena el móvil de Villanueva, que mira la pantalla.

—Es la comisaria.

—¡Agüita! ¿A las dos de la mañana? Esa quiere candela.

Villanueva se mira disimuladamente la guita de su muñeca. Sigue ahí.

—¿Diga?

—¿Está con Jiménez?

—Sí.

—Vengan urgentemente a la Comisaría de la calle Betis, no se lo van a creer: el asesino se ha entregado.