DIECIOCHO

Miércoles de Feria. Villanueva entra en el despacho de Jiménez con la cara desencajada.

—Jiménez, quiero que me lleve a la Feria.

—Ole, pues vámonos para la Feria, cariño mío. ¿Llamo a un coche de caballos o vamos en el coche-patrulla?

Villanueva y Jiménez caminan por el Real. Villanueva no para de mirar a todas partes y Jiménez de saludar y pararse.

—Jiménez, no entiendo a qué nos estamos enfrentando. Con el anterior asesino me costó siete víctimas no sumergirme en la Semana Santa, ser de fuera. No quiero que esto pase otra vez. Llevamos tres muertes, el periodista, el excomisario y la de los gofres. No puede haber más. Quiero que me cuente.

—Me parece magnífico, ¡adiós, Pepe! ¡Cogedlo ahí! Pues el movimiento se demuestra andando, elija una caseta.

—Esa de ahí enfrente.

—¿La de las rayas rojas o verdes?

—La verde.

—Perfecto.

Jiménez y Villanueva van hacia la caseta y Jiménez se acerca al vigilante.

—Acabamos de salir hace un rato, estamos ahí con Paco.

—¿Eh? Ah, vale, vale, sí, sí, es verdad, pasad.

Villanueva y Jiménez entran en una caseta en la que la gente baila en una primera parte y bebe en una segunda mitad. Hay placas de cerámica con premios de otros años a la mejor decoración. Hay tela de encaje por todas partes.

—Ea, pues ya ha visto lo privadas que son las casetas en Sevilla. Cuando eres chico sí, pero cuando uno ya es mayor, con echarle cara es raro que no entres.

—Ya veo, sí.

—Comencemos por el principio, tema 1: la Feria es la fiesta del aparenteo por excelencia, existe una leyenda urbana de que hay gente que pide créditos para poder invitar a la gente en su caseta y demostrar que tiene mucho dinero, aunque después se peguen todo el año pagando los montaditos y los platos de jamón.

—Diríamos que es un poco irresponsable, ¿no?

—Bueno, primero, que no lo hace todo el mundo, y segundo, que es, creo, no solo una cuestión de aparentar, es más un deseo de agradar a la gente a la que quieres, de que esté a gusto en tu caseta, que es una extensión de tu casa. Si alguien va a merendar a su casa, usted saca pastas o lo que sea, ¿no? Y si está solo no le mete mano a las pastas, ¿verdad?

—Sí, supongo que sí.

—Pues algo así. Voy a pedir una botella de manzanilla, unos montaditos, tortilla y un platito de jamón, que viene a ser el McMenú del feriante, ¿le parece?

—Usted manda.

—La Feria y la Semana Santa son la identidad de Sevilla pero embrutecida. Aunque cada uno suele tirar más para uno o para otra. ¿Se acuerda de Silvio? ¿El rockero del que le hablé?

—El que no dejó Sevilla nunca, ¿no?

—Sí, más o menos. Silvio tiene mil frases que a mí me encantan, y en una de ellas se define así: «Ciego antes que sordo, negro antes que gitano, Semana Santa antes que Feria, cualquier cosa antes que protestante», y yo pienso que decía protestante de protestar, porque otra vez dijo: «Estar descontento con este mundo es no haber entendido nada». Ahí queda eso.

—Entiendo.

—Esta es una ciudad absolutamente dual.

—Sí, hace poco estuve hablando sobre eso con un cartucho de patatas fritas en la mano, «papas», como le dicen ustedes.

—Papas buenas las de tinto. Es usted una caja de sorpresas, ya me contará algún día sus aventuras en solitario. Fíjese, si hasta en Feria las rayas son o rojas o verdes. En fin, que a lo que vamos, un sevillano feriante es un sevillano exagerado, más gracioso, más sociable, más borracho, más chulo, más guasón.

Villanueva asiente y bebe del catavino.

—Está fuerte la manzanilla.

—Pues por ahí no paso, rebujito no voy a pedir.

—¿Por qué?

—Pues porque eso es una guarrería, coño, la Feria de unos años para acá se está diluyendo. Es algo parecido a lo que le conté en Llorens, los salones de juego aquellos. Resulta que el 3% del dinero que se genera al año en la ciudad viene de este rectángulo de albero durante esta semana. Eso hace que cada vez se quiera hacer una fiesta más facilita para que venga mucha gente y gasten dinerito: cada vez hay más casetas públicas, se bebe más rebujito, hay tapas modernitas, casetas con música electrónica, por cierto, deme la mano y pida un deseo.

—¿Cómo?

—Le voy a atar la guita de la manzanilla, la leyenda dice que se pide un deseo cuando se ata y se cumple cuando se cae.

—Valiente moñada, Jiménez.

—Bueno, es gratis, ¿no? Ya está.

—Y toda esa transformación de la Feria… ¿Puede ser el motivo por el que sea el punto de mira de nuestros hombres?

—No tenga la menor duda.

—Con su permiso me voy a tomar una cerveza porque con la manzanilla esta no puedo. Además hay Mahou que es la que me gusta.

Jiménez se sorprende al ver el tirador de Mahou y llama al camarero.

—Perdona, niño, ven para acá, ¿no tenéis Cruzcampo?

—Este año no, ¿no te has enterado? El ayuntamiento, como está tieso, ha firmado un acuerdo con Mahou. Ha cobrado una pasta a cambio de permitir que instalen un sistema de tuberías para suministrar cerveza a cada caseta de la Feria. Y parece que lo van a extender a toda la ciudad.

—Anda, hombre, eso cómo va a ser…

—Que sí, que sí, que han aprovechado los agujeros que hizo ONO para la fibra óptica y han metido una especie de salmuera ancha, es como un cervezaducto.

—¿Ve lo que le digo, Villanueva? Qué asco, por Dios, no se tome eso, toma, niño, cóbrate que es casi la hora y quiero llevarle a conocer algo que pocos sevillanos conocen: la hermandad de la Pata de Pollo Coronada.