QUINCE

La zona está acordonada. Villanueva se acerca con la placa a uno de los policías locales que controlan el perímetro.

La comisaria está hablando con miembros de la policía científica cuando llega Villanueva.

—Hola.

—¿Dónde estaba inspector? Llevo llamándole un buen rato, y tampoco consigo encontrar a Jiménez, ¿está con usted?

—Lo siento, no, lo dejé hace unas horas, ¿no está aquí? ¿Qué ha pasado?

La comisaria retira una lona que hace de puerta a una especie de carpa que evita que ninguno de los curiosos que se agolpan alrededor vea nada. El cadáver de una mujer está encima de un poni. La comisaria mira a Villanueva.

—Parece que ha sido asfixiada, como ve, en este caso no le han clavado una estaca en el pecho, pero sí le han taponado las fosas nasales con dos trozos de palodú. No he hablado con la forense porque no ha llegado aún, pero parece que le taparon la respiración por la nariz con el palodú y la asfixiaron tapándole la boca con algo.

—Dios mío, ¿sabemos quién es?

—Ni idea, no tenía ninguna identificación.

En ese momento entra Jiménez en la carpa.

—Perdón por el retraso pero me he pasado por la caseta de la Policía a saludar y ya me han liado, luego además me ha visto mi cuñado que estaba en la de Wilfredo el Belloso y cualquiera le decía que tenía prisa… ¡Coño, esta es Melinda!

La comisaria mira a Villanueva y luego otra vez a Jiménez.

—¿La conoce?

—Hombre, pues claro, esta es Melinda la de los gofres, deprisa, debemos ir a su puesto a la Calle del Infierno.