TRECE

Querida Araceli,

Me he metido en un lío y temo que esto te salpique de alguna manera.

En casi cincuenta años nunca me he alejado de la legalidad ni por dinero, ni por poder, ni por nada, solo lo he hecho, y al final, por Sevilla. Sí, por Sevilla.

Ahora entenderás.

Sevilla está en peligro, o al menos de eso me han convencido. Ya no sé ni qué pensar. No sabes en qué lío me he metido.

Ojalá no puedas leer nunca esta carta porque eso significará que no me ha pasado nada, pero tengo miedo.

Hace un tiempo conocí a un grupo de personas que me hablaron de una especie de club de defensa de las Sevillanas Maneras, ya sabes el asco que me da un hippie y una flauta y un perro y un chaleco de lana, que al novio ese que se echó la niña casi lo mato cuando apareció con el zarcillo y la churrita de mono esa, la rasta se llamaba, ¿no?, total, que al final me fui metiendo más y más con ellos.

No voy a decirte que sea inocente. Uno llega a una edad en la que ya no hay tanto que perder, y pensé que debía arriesgar en preservar a mi ciudad de tanto estímulo negativo, de los papafritas, vamos. Ya no tengo edad para tonterías.

Pero esta gente va en serio.

Se han dado palizas, organizaron lo de las Setas, las muertes de la regañá; todo es discutible, está claro, pero el objetivo es desde luego loable: no más croquetas de cosas raras, no más platos cuadrados, ni gazpachos de Peta Zetas, una vuelta a los orígenes de chacina en papel estraza y cuenta con tiza en barra.

Tengo que reconocerte que las muertes de todos aquellos modernos a golpe de regañá me parecieron bien, y lo de dinamitar las Setas de la Encarnación me pareció requetebién, pero no se van a parar aquí.

Tienen una estructura militar basada en la pirámide: hay un líder que no conozco y al que todos temen, que lo dirige todo. Después hay alguien que ejecuta y que no se destapa nunca la cara cuando estoy yo. «P» le llaman, parece un lobo.

Creo que han dejado de confiar en mí. Hablan de grandes planes, dicen que ya está bien de «miarmicidios», que hay un plan mayor.

Hoy me han citado en un lugar extraño, temo que me hagan algo, pero tengo que ir porque si no, estoy seguro de que irían a por ti o a por los niños, que ya podían ir a por el novio ese de la niña y quemarle la tienda de piercings, coño.

Si me ocurre algo verás esta carta tarde o temprano, más temprano que tarde con todo lo que limpias, y solo espero que me perdones. Si no ocurre nada, en cuanto llegue la destruiré, ponte guapa y el lunes vamos al alumbrao con los Conradi, que ya sé que él es un poco sieso pero son buena gente.

Te quiere, Miguel.

Villanueva deja de leer y guarda la carta otra vez en el sobre amarillo en el que venía. La viuda no para de llorar. La comisaria llama a un agente por teléfono y la acompañan fuera.

—Araceli, muchas gracias por venir tan pronto, vamos a encontrar a los que le hicieron eso a Miguel.

—Dios le oiga.

La viuda abandona el despacho. La comisaria mira a Villanueva.

—¿Sabe cómo ha sido?

—No sé más que lo evidente.

—Lo han estrangulado, mirándole a los ojos, y después le han atado con raíces de palodú a una cruz de penitente de la Quinta Angustia.

—¿Cómo han sabido la hermandad?

—Es muy reconocible, son dos troncos irregulares. Hemos llamado y parece que no saben nada.

Villanueva resopla y se frota la cara con las manos.

—Dios mío, esta ciudad está loca.

Se levanta y va a salir del despacho. Parece destruido, cuando oye la voz de la comisaria Cruz:

—Por cierto, no se vaya, inspector, una buena noticia, en el crucifijo, además de las estacas de palodú, han encontrado algunos pelos largos, muy largos. Los hemos analizado y son de la misma melena que el que encontró en Matalascañas.

—Es lo único que tenemos.

—Eso y que no es un pelo de mujer, es un pelo larguísimo, sí, pero de hombre. Comenzamos a cerrar el círculo: nuestro asesino tiene melena.