Domingo de preFeria. Villanueva y Jiménez pasean por el centro.
—Espero que me diga ya adónde me quiere llevar. De momento nos hemos tomado un café muy rico en La Campana, de acuerdo, pero me tiene absolutamente perdido, Jiménez.
—Hágame caso, estaba haciendo tiempo para que abrieran los salones recreativos Llorens de aquí de la calle Sierpes, ya están.
—¿Me va a llevar a unos salones recreativos?
—No son unos salones cualquiera. Son uno de los secretos menos conocidos de Sevilla, muchos sevillanos ni siquiera los conocen. Cuando comenzó toda la investigación esta de rancios intentando combatir la contaminación de la ciudad, fue el primer sitio en el que pensé.
—Explíquese, Jiménez.
—No digo que aquí haya ningún malo, todo lo contrario, pero es una de esas cosas por las que estoy seguro que les hierve la sangre a estos locos que estamos persiguiendo y como ve, no hay protección policial, seguramente la bella comisaria ni sepa de su existencia, estando en plena calle Sierpes. Entre.
Villanueva y Jiménez entran. Es un espacio bastante grande, de más o menos 200 o 300 metros cuadrados plagado de máquinas recreativas. La mayoría son esas máquinas llenas de monedas a punto de caer, en las que pruebas suerte echando otra esperando que caigan cuantas más mejor. En los laterales hay videojuegos y detrás dos barras de bar que en este momento están vacías. Parece temprano. Villanueva está desconcertado.
—Bueno, un sitio curioso, con sus máquinas, hacía tiempo que no entraba en un local de este tipo, cada vez me he acostumbrado más a locales de apuestas deportivas, más de una vez he ido por problemas en Madrid.
Jiménez sonríe.
—Villanueva, no le he traído para que vea a cuatro viejos viciosos, simplemente levante la mirada y mire al techo que es de traca.
Villanueva mira hacia arriba y descubre un techo inesperado. Se trata de casetones de madera neomudéjares que nada tienen que ver con el uso que se les da ahora. La estructura del edificio parece un tesoro oculto, incoherente con las máquinas de juego.
—Dios mío…
—¿Ha visto, Villanueva? Nunca unas tragaperras tuvieron mejor sitio, ¿verdad?
—Pero ¿qué es esto?
—Esto fue hace muchos años la Sede Sevillana de Conciertos, aquí actuó Manuel de Falla, por ejemplo, y luego se convirtió en uno de los cines con mejor recuerdo de los sevillanos, hasta que en los 80, comenzaron las moñadas de cines nuevos, y todos al Nervión Plaza, que hay que ser hortera. El único cine de verdad que resiste es el Cervantes, por ahí por la Alameda.
—Es increíble.
—Pues eso, imagine que una ciudad que tiene un tesoro así, en vez de cuidarlo y ponerlo en valor, lo convierte en un salón recreativo medio clandestino. Yo creo que es normal que la gente se mosquee.
—No, desde luego, otra cosa es que mates a alguien por esto.
—Claro, por supuesto, ahí ya sabe que vamos a muerte juntos, nunca mejor dicho, pero entienda que si estás medio ido de la cabeza, y te ponen cosas como estas, te rebotes.
—Qué ciudad tan compleja tienen, Jiménez.
—Para mí quien mejor la entendió fue Silvio.
—¿El cubano?
—El cubano, el coño de su prima, como ya le dije una vez, Villanueva. Silvio el rockero, cofrade y rockero.
—Ni idea.
—Bueno, era un enamorado de Sevilla, fue a Madrid a dar un concierto y la gente se sorprendió tanto del estilo que tenía que cuando acabó no dejaban actuar a los siguientes. Cuentan que si hubiera querido entonces, habría hecho carrera allí. Un periodista de Radio Nacional le preguntó: «Silvio, qué éxito, ¿no?». Si él hubiera entrado al trapo igual le habría caído algún contrato, pero Sevilla le tiraba más y dijo: «Yo no sé por qué, porque yo no soy cantante, y este no es batería». El periodista se quedó a cuadros y le dijo: «¿Entonces qué son?», y Silvio dijo: «Ilusionistas».
—Vaya.
—Esa es Sevilla, una ciudad por la que vale la pena renunciar a todo. Se lo digo yo. En fin, es mejor que descanse, todos los policías de la provincia están buscando un cuerpo, no vamos a conseguir nada nosotros por nuestra cuenta, mañana es lunes de Feria, y creo que es más útil que estemos frescos.