Villanueva mira sorprendido al cantante. Se levanta, observa la camisa de fuerza, comprueba que está bien atado y que no puede moverse. Se gira hacia el espejo y hace un gesto de asentimiento. Seguramente alguien al otro lado del espejo pulse una tecla de STOP.
—Han dejado de grabar, hazte la idea de que no nos oye nadie.
El cantante se convierte y se llena de ira de repente.
—Tuviste un golpe de suerte, hijo de puta, pero no sabes lo que tienes entre manos, no tienes ni la más remota idea de la ruina que se te viene encima. Y puedo entender que quieras jodernos porque eres de fuera, pero al que no entiendo es al gordo este, con la barriga esa que tiene.
Jiménez se mira sorprendido la barriga y dice:
—Gordo mi nabo, gilipollas.
—Al búcaro este lo van a convertir en chicharrones, no le cojas cariño.
Villanueva se levanta de la silla, le da un manotazo a la mesa y la tira. Coge a Poto por la pechera de la camisa de fuerza y le habla desde cerca.
—¿Eso es una amenaza, Poto?
José Manuel Poto vuelve a tragar saliva como con la careta y comienza a reírse de manera casi histérica.
—Uy, parece que se ha enfadado el mandril. Sí, es una amenaza, discúlpame, para compensarte te voy a dar una sorpresa, ¿me puedes decir la hora? Tengo reloj, pero los carajas de los celadores me pusieron la camisa de fuerza encima y no lo puedo ver, que por cierto, tenía una alarma a las siete de la mañana y no veas las ganas que tengo de apagarla.
—Son las seis y cinco —responde Jiménez.
—¡Pues por el culo te la hinco, gordo!
Villanueva le hace un gesto de calma a Jiménez, que se muerde el labio con impotencia.
—No estoy hablando contigo, panceta, seis en punto pasadas, ¿no? De acuerdo, pues me complace informarles de que mientras ustedes han estado perdiendo el tiempo aquí conmigo, ya tienen un segundo muerto, aunque no lo verán hasta pasado… bueno, ya el otro.
En ese momento entran los policías.
—El tiempo se ha acabado. Tenemos que llevarnos al cantante.
Villanueva lo suelta y vuelve a su silla. Los agentes comienzan a subir al cantante a la camilla.
—¿José Manuel, te vas a portar bien o te tenemos que poner la careta?
Poto los mira presumido.
—En cuanto os deis la vuelta estoy cantando Por Ella, para qué os voy a decir otra cosa.
—Bueno, ahora lo vemos, anda.
Los policías desatan del suelo a José Manuel Poto y lo ponen en la camilla vertical con ruedas en la que lo trajeron. El cantante hace ese ruido de sorber saliva y se despide entre risas.
—Adiós, señores, que tengan una buena búsqueda.
Jiménez le responde:
—Poto, una sola cosa, te pasaré el teléfono del abogado.
—¿Qué abogado?
—¡EL QUE TENGO AQUÍ COLGADO!
Poto se enfurece.
—¡TE MATARÉ CON MIS PROPIAS MANOS!