SIETE

Villanueva y Jiménez llegan al módulo de máxima seguridad de Sevilla II. Esperan en una habitación de paredes, suelo y techo blancos en la que solo hay un inmenso espejo, una mesa y tres sillas. Esperan en silencio. Villanueva parece pensativo. Jiménez le mira y habla.

—Usted le metía, ¿no?

—¿Cómo?

—Digo que si le metía a la comisaria.

—¿Que si le metía el qué?

—El qué va a ser, hombre, de todo menos miedo, está buena, ¿no?, les he visto yo así tontorrones…

—Jiménez, ¿usted cree que es el momento?

—Hombre, es que un empujón fuerte tiene, la verdad, tiene que estar dura.

El sonido de la puerta interrumpe la conversación. Se abre y un par de policías empujan una camilla vertical con ruedas en la que está José Manuel Poto. Le contiene una camisa de fuerza, va totalmente vestido de blanco y lleva una aterradora máscara que le tapa la mayoría de la cara. Jiménez se levanta de un salto y no puede reprimir el susto.

—¡Coño con el Poto!

Los policías desatan a José Manuel Poto de la camilla mientras mira fijamente a Villanueva y Jiménez con una media sonrisa que se adivina detrás de la máscara. Hace constantemente un desagradable sonido como de tragar saliva. Lo sientan en la silla y lo atan a unas argollas que hay en el suelo. Villanueva y Jiménez están petrificados. Villanueva pregunta a uno de los policías.

—¿Tan peligroso es? ¿Es necesaria esa máscara?

—Hombre, morder morder, no muerde, pero es que no para de cantar y a los otros reclusos los tiene locos. A él le gusta porque dice que le resalta los ojos tan bonitos que tiene. Ahora se la quitamos, que además se le cae la baba con ella.

José Manuel Poto está sentado frente a ellos. Atado a las fijaciones al suelo que le evitan moverse de la silla. Le han quitado la máscara. Y los policías se han ido. El cantante mira divertido a los dos policías. Están los tres solos, Villanueva se inclina hacia él.

—¿Quiénes sois, José Manuel?

—Como le dijo el Dioni a Jesús Quintero cuando le preguntó en su programa de Canal Sur dónde estaba el dinero, «A ti te lo voy a decir».

—¿Por qué no colaboras? Sabes que te van a caer unos cuantos años.

—Mis fanes no me olvidarán, ya verás, además, no hay nada contra mí, un disco que si lo oyes al revés dice algo parecido al nombre de un alemán, esa es toda la prueba que tenéis en mi contra. Es verdad que mi abogado no es muy optimista…

—¿Ah no? ¿Y eso?

—Lo llamé para preguntarle cómo iba mi recurso y me dijo, «muy bien, muy bien, tu recurso va de maravilla, eso sí, si te puedes escapar, te escapas».

Jiménez se ríe.

—Es que lo peor es que tiene arte el hijo puti.

—No vas a volver a dar un concierto en tu vida, José Manuel, a no ser que colabores con nosotros. Eres un tío fuerte, sí, y creo que aguantarías aquí tiempo, sin tus amigos, sin tu familia, te veo capaz de aguantar, pero sin dar un concierto… eso es otra cosa.

Poto parece mirar hacia abajo. Sonríe.

—No va a ser tan sencillo, policías de pacotilla.

Jiménez parece que intenta conciliar.

—José Manuel, por Dios, entra en razón, acuérdate del concierto que diste en la plaza Sony de la Expo, se caía la plaza, en la ciudad no se recuerda nada igual a cuando cantaste allí Me está dando pena de ti.

José Manuel parece pensativo, mira hacia el espejo y vuelve la cara hacia Villanueva.

—Diles que dejen de grabar y hablaremos en serio.