DOS

Un gimnasio en Pozuelo, Madrid. Todo está nuevo. No huele a sudor a pesar de que está lleno. La gente tiene un evidente nivel alto de vida. El inspector Villanueva está corriendo en la cinta a muchísima velocidad. Se halla bastante más en forma de lo que estaba cuando estuvo en Sevilla. Llama la atención. Hay chicas en las elípticas de los lados que lo miran con escaso disimulo. Él corre, y corre, y corre más rápido. En pleno sprint suena su teléfono móvil. En toda la sala se oye el A mi manera de Siempre Así. Las miradas se transforman y Villanueva intenta descolgar lo antes posible avergonzado.

—Sí, sí, dígame.

—¿Inspector?

—Sí, sí, dígame, ¿quién es?

—Soy yo, Jiménez, perdone que le llame tan pronto. ¿Le he pillado acostado?

El inspector para la cinta y pulsa un botón en su reloj. Coge una toalla que tenía colgada en la máquina y se va secándose el sudor por la sala.

—No, no, qué va, estoy en el gimnasio.

—Yo me apunté a uno y me decían el cometa Halley porque aparecía una vez cada veinticinco años.

—¿Por qué me llama, Jiménez? ¿Ha cantado José Manuel Poto?

—Tiene varios discos, Villanueva, pero del cante que nos interesa de Poto todavía no hay novedad, sigue en la cárcel sin decir ni media. Le llamo por otra noticia mucho peor, me temo.

—¿Qué ha pasado?

—Hay otra víctima.

—¿Cómo que otra víctima? ¿Otro muerto? ¿Pero con una regañá?

—No, han elegido un arma aún más peculiar. Será mejor que coja el AVE lo antes posible y lo vea usted mismo, pero tenga una cosa clara: quien quiera que haya cometido esa carnicería quería que se le relacionara con el asesino de la regañá.