La cuna vacía:

la tragedia de una familia

por FELICITY BENSON

Dedico este libro a la memoria de mi padre, Melvyn Benson.

Agradecimientos

Doy las gracias a Ray y Angus Hines por permitirme contar su historia.

Doy las gracias asimismo a todos los miembros de la policía de la brigada criminal de Culver Valley, en especial al sargento Sam Kombothekra, por su inestimable generosidad y su conmovedora paciencia.

Estoy también en deuda con Julian Lance, Wendy Whitehead, Jackie Fletcher y el contingente de JABS, Paul Yardley, Glen y Sarah Jaggard, Ned Vento, Gillian Howard, doctor Russell Meredew, doctor Phil Dennison, doctor Jack Pelham, Rahila Yunis, Gaynor Mundy, Leah Gould, Stella White, Beryl Murie, Fiona Sharp, Antonia Duffy, Grace y Hannah Brownlee.

Gracias a Laurie por darme la oportunidad.

Gracias a Tamsin y a la peña de Better Brother Productions.

En último pero no por ello menos importante, lugar, gracias también a ti, Hugo, por tu incesante apoyo y por predecir acertadamente que algún día te querría más que a tu casa. Aunque solo un poco más.

Introducción

El lunes 5 de octubre de 2009, Angus Hines se levantó a las seis de la mañana, subió a un coche alquilado y desde su domicilio, situado en el barrio londinense de Notting Hill, se dirigió a Spilling, en Culver Valley. Su punto de destino era el número 9 de Bengeo Street, casa de Helen Yardley. Durante el trayecto escuchó el programa Today de BBC Radio 4. Paul, el marido de Helen, se había ido ya a trabajar, así que Helen estaba sola cuando llegó Angus, a las 8.20 de la mañana. Era un soleado día de otoño, con mucha luz y cielo despejado, sin ninguna nube a la vista.

Probablemente llamó al timbre de la puerta. Helen, sin duda, lo hizo pasar, aunque las relaciones entre ambos no eran cordiales y la última vez que se habían visto habían discutido. Angus pasó todo el día con Helen en la casa. Estuvieron solos. En cierto momento, Angus sacó una pistola que había conseguido a través de un conocido, una Beretta M9 de 9 milímetros. A las cinco en punto de la tarde disparó un tiro a Helen porque, según su propia declaración, la mujer no había aprobado un test que había ideado para ella, mejor dicho, no específicamente para ella, sino para todas las mujeres acusadas de matar niños que alegaban ser inocentes, mujeres como Sarah Jaggard, Dorne Llewellyn y, cómo no, la propia esposa de Angus, Ray. Fue su conexión personal con un caso de esta índole lo que lo impulsó a elaborar este test que él mismo denomina, no sin ironía, «Test Hines de la Culpabilidad», aunque en dos ocasiones me preguntó si no debería cambiar el nombre por el de «Test Hines de la Verdad». He aquí sus reglas, según sus propias palabras:

Poner en peligro de muerte a una mujer que puede ser o no culpable de matar a sus hijos. Convencerla de que la matarás si no dice la verdad, pero que la dejarás vivir si la dice. Sea cual sea la verdad, la dejarás vivir si la dice: hay que explicarlo así. Luego hay que preguntarle si cometió los asesinatos. Sea cual fuere la primera respuesta, no hay que darla por válida. Hay que seguir ordenándole que diga la verdad, como si no mereciera ningún crédito lo que ha dicho. Si cambia la respuesta, hay que repetirlo todo. Hay que ordenarle que diga la verdad, una y otra vez, y al final estará tan asustada y será tan incapaz de inventar una respuesta falsa que confesará la verdad. Cuando se llega a ese momento, se acaban las desviaciones y los cambios de versión: a partir de entonces se aferrará a una sola versión y esa será la versión auténtica de los hechos. Si siguen las desviaciones y las modificaciones de tal modo que es imposible saber la verdad, entonces hay que matarla, tal como se ha prometido.

Las dos primeras veces que le pregunté a Angus por lo sucedido cuando sometió a Helen Yardley a su Test de la Culpabilidad, no me lo dijo. Me pinchó diciendo: «Le gustaría saberlo, ¿eh?» y parecía disfrutar de su superior conocimiento y mi frustrada ignorancia. De súbito, y sin que al parecer mediase ningún motivo, cambió de idea y me anunció que estaba dispuesto a contarme lo que ocurrió en casa de Helen el lunes 5 de octubre. Su relación de los hechos duró casi tres horas. Resumiré la información en poquísimas palabras y ahorraré a quienes lean esto los aspectos más escalofriantes de la historia; yo, personalmente, me los habría ahorrado todos.

Angus me contó que Helen estuvo muy poco tiempo —menos de media hora— cambiando su versión y pasando de la inocencia a la culpabilidad, hasta que finalmente admitió haber asfixiado a sus dos pequeños. Por eso le pegó un tiro, según él: para castigarla, porque era una asesina. Pero antes de dispararle estuvo varias horas escuchando su larga confesión, una confesión completa: lo que había hecho, por qué lo había hecho y cómo se sintió.

El presente libro recoge la historia de la familia Hines —Ray, Angus, Marcella y Nathaniel— y la investigación policial de los asesinatos de Helen Yardley y Judith Duffy. La historia no empieza por el asesinato de Helen Yardley a manos de Angus Hines. En la medida en que podemos decidir el origen de una historia, yo diría que esta empezó en 1998, cuando Angus y Ray Hines tuvieron a su primogénita, Marcella. He empezado por un episodio posterior, la muerte de Helen Yardley, en octubre de 2009, no porque sea violento y escalofriante, y atraiga la atención, sino porque quiero separarlo del resto del libro, porque creo que la versión que dio Angus del mismo, y la que yo reproduzco, es mentira. Hay otra razón por la que he condensado y resumido lo que Angus me contó sobre lo ocurrido aquel día en casa de Helen: que no quiero dedicar más espacio del necesario a lo que estoy convencida de que no es verdad.

Los lectores, al final del libro, se habrán formado una opinión sobre Angus y estarán en situación de juzgar por sí mismos si es un hombre que infringiría las condiciones de su propio Test de la Culpabilidad (o de la Verdad), según las cuales solo la mentira merece la muerte, y mataría a Helen Yardley a pesar de haberle contado la verdad de su culpabilidad. Tal vez piensen que no se atrevió a dejarla con vida porque lo había visto y habría podido denunciarlo a la policía. Mi impresión, por si sirve de algo, es que Angus en ningún momento tuvo miedo de ser descubierto: de hecho, repartió libremente lo que según él eran pistas claras sobre su culpabilidad, como se verá en los capítulos que siguen.

El respeto de Angus por la ley se limita a un puñado de investigadores: entre ellos, el agente Simon Waterhouse y la sargento Charlotte Zailer, por razones que se irán comprendiendo. En general, sin embargo, siente poco respeto por la policía y por el sistema legislativo, y mi hipótesis —y debo insistir en que es solo una hipótesis— es que piensa que nadie sino él merece conocer la verdad de lo ocurrido entre él y Helen Yardley el lunes 5 de octubre de 2009. Pienso que está convencido de que, en cuanto que inventor del Test de la Culpabilidad (o de la Verdad), es el único que merece conocer sus resultados.

¿Mató a Helen por eso, para que no pudiera contar a nadie su versión de lo sucedido aquel día? ¿Para ser en todo momento el único propietario de esa información? Dados el placer que siente monopolizando el conocimiento y el poder que le garantiza ante la ignorancia de los demás, ¿significa que lo que me contó es lo contrario de lo que sucedió en realidad? ¿Encontró algún placer desorientándome? Y si fue así, ¿significa eso que su Test demostró en realidad que Helen era inocente? Creo que esto es improbable porque sigue siendo un hecho que la mató de un tiro; las normas de Angus dicen claramente que a quien cuenta la verdad se le permite vivir.

Es posible que Helen vacilara en cierto momento, pero defendiera su inocencia hasta el final y que Angus, a pesar de todo, no la creyera, en cuyo caso se habría dado cuenta de que el Test fallaba. ¿Bastó esto para convencerlo de que debía matarla? Creo que es posible. También creo posible, dada las relaciones entre Helen y Angus —relaciones que se verán en las páginas que siguen—, que la mujer se negara de plano a seguirle el juego y no respondiera en absoluto. ¿Estaba decidida a enfrentarse a él, a pesar de que Angus tenía un arma? El silencio de Helen habría representado una derrota para él y ella debió de saberlo. ¿O estuvo todo el tiempo «desviando y cambiando» su versión, por emplear la terminología de Angus? ¿Contó cosas diferentes, esperando dar con una que hiciera al hombre bajar el arma y marcharse? ¿O la mató sencillamente porque no consiguió saber cuál era la verdad?

Si Angus no descubrió aquel día que su Test tenía fallos, ¿descubrió tal vez un fallo en sí mismo, al ser incapaz de cumplir las condiciones con las que se había comprometido? Antes de ser un asesino había sido un padre cariñoso que perdió a dos hijos y luego a su mujer, cuando fue acusada injustamente de haberlos matado. ¿Confesó Helen que había asfixiado a sus niños y Angus, lleno de ira y asco, no pudo contener el irresistible deseo de apretar el gatillo? Si fue eso lo que sucedió, es posible que nunca se lo cuente a nadie, ya que se enorgullece de ser un planificador que lo controla y lo prevé todo. Nunca admitiría que se dejó vencer por las emociones porque eso sería negar las premisas de las que había partido.

Espero, como también lo esperan Paul Yardley y Hannah Brownlee, que Angus nos cuente algún día lo que sucedió realmente en Bengeo Street número 9 el lunes 5 de octubre. El proceso es lento, pero haré lo posible por minar la imagen que tiene de sí mismo como individuo superdotado que lo controla todo. He tratado de explicarle que su Test no es válido: la gente no se comporta según pautas previsibles cuando se la amenaza con una ejecución inminente. Cuando se ordena a una persona que diga la verdad sobre el acontecimiento más traumático de su vida, es posible que opte por la versión que desea creer —por ejemplo, una mentira— y se aferre a ella sobre la base de que la vida no tendría sentido si admitiera la dolorosa verdad. También es posible que cuente la verdad sin paliativos y se atenga a ella; o que titubee mientras cuenta una misma versión y pase de una variante a otra. Angus no tiene forma de saber cómo reaccionará una persona a la tortura, sea culpable o inocente. Para mí no tiene vuelta de hoja, pero él repite que me equivoco.

Se cierra en banda cuando le señalo el principal defecto de su Test: que supone juzgar, condenar y ejecutar a otros seres humanos, tres cosas que nadie debería hacer nunca. Si lo que los lectores van a leer demuestra algo, es que necesitamos comprensión y humildad, y que cuanto más tolerantes sean las personas y más aprendan a perdonar, en ellas mismas y en los demás, menos cosas habrá que necesiten ser perdonadas en este mundo. Si la voluntad de comprender y ayudar consigue reemplazar la tendencia a juzgar y condenar, incluso cuando se cometen crímenes atroces —sobre todo cuando se cometen crímenes atroces—, menos crímenes atroces se cometerán en el futuro. Un error muy extendido es la creencia de que comprender y ayudar a un delincuente significa dejar que su crimen quede impune; no se trata de esto y espero que la presente historia lo demuestre. Creo personalmente que, al margen de las medidas jurídicas que se tomen contra la persona que delinque, ningún delito queda impune: lo que hacemos tiene en nosotros un efecto del que no podemos escapar.

Antes de entregar al editor la versión definitiva de este libro, fui a visitar a Angus a la cárcel y le llevé el manuscrito. Hice que leyera esta introducción. Cuando le pregunté si tenía alguna objeción que hacer, negó con la cabeza y me lo devolvió. «Publíquelo», dijo.