Angus Hines

Transcripción de la entrevista 1

16 de febrero de 2009

AH: ¿Y bien? Imagino que tiene usted preguntas que hacerme y que no está aquí únicamente para grabar silencio.

LN: Me sorprende que haya accedido a esta entrevista, se lo digo con toda franqueza.

AH: Quiere decir que si estuviera usted en mi lugar, ¿se escondería por vergüenza?

LN: Me sorprende que haya accedido a hablar conmigo. Usted conoce mi postura. Sabe que estoy haciendo una película sobre…

AH: ¿Quiere decir que sé en qué lado está?

LN: Sí.

(Pausa)

AH: ¿Cree que es conveniente tomar partido?

LN: Conveniente no. Esencial.

AH: Entonces, para que todo quede claro, ¿de parte de quién está?

LN: De Ray. Y de Helen Yardley, y de todas las demás mujeres inocentes que han sido encarceladas por matar niños a los que no mataron.

AH: ¿Cuántas en total? ¿Ha calculado usted el total?

LN: Son demasiadas. De momento JPCI presiona para que se revisen cinco casos y hay como mínimo otros tres casos que conozco de… mujeres inocentes, encerradas en el sistema penitenciario británico por culpa de las mentiras de su amiga la doctora Judith Duffy.

AH: ¿Mi amiga? Ah, ya entiendo. Así que en un lado lo tenemos a usted, y a mi exmujer y a las docenas de madres calumniadas y cuidadores de ambos sexos que han sido víctimas de eso que creo que usted llama caza de brujas de nuestros días…

LN: Porque lo es.

AH: … y en el otro lado estamos yo, Judith Duffy… ¿alguien más?

LN: Muchos otros. Todos cuantos han desempeñado algún papel en la destrucción de la vida de Ray, de Helen, de Sarah Jaggard y otras mujeres como ellas.

AH: Y en esa guerra santa que libran esos ejércitos tan claramente definidos, ¿quién está de parte de mis hijos? ¿Quién está de parte de Marcella y de Nathaniel?

LN: Si piensa usted…

AH: Yo. Yo estoy de su parte. Es el único partido que tomo. Es el único bando en que he estado siempre. Y por eso he accedido a ser entrevistado… por usted, por cualquiera que me lo pida. Podrá usted presentarme cuantas veces quiera como el malo de su documental de la BBC, pero si me presenta debidamente y sin tergiversaciones, creo que el público verá la verdad que hay detrás de sus mentiras.

LN: ¿Mis mentiras? ¿Qué mentiras he contado?

AH: ¿Deliberadamente? Probablemente ninguna. Pero ir por la vida con anteojeras y diseminar prejuicios cada vez que se presenta la ocasión es una forma de mentir.

LN: ¿Voy con anteojeras, según usted?

AH: El bosque le impide ver los árboles.

LN: Serán los árboles los que me impiden ver el bosque. Es lo que suele decirse al menos.

AH (Riendo): «¡Oh, no dudemos nunca jamás / de lo que nadie sabe con seguridad!».

LN: Entiendo. ¿Así que llevo anteojeras porque siempre he creído en la inocencia de su mujer? ¿A diferencia de usted, que la traicionó?

AH: Yo no creo haberla traicionado. Y, para que conste, también yo creo ahora que es inocente. Y lo creo ahora con más firmeza por haber creído antes lo contrario, aunque no espero que esto lo entienda una persona con un enfoque tan simplista de las cosas como el suyo.

LN: ¿Es esa su forma de decir que lo lamenta? ¿Se ha disculpado ante Ray por haber dudado de ella? ¿Lo ha intentado siquiera?

AH: No tengo nada que lamentar. Lo único que he hecho ha sido negarme en todo momento a ofender a nadie, ni a mi mujer…

LN: Exmujer.

AH: … ni a mis hijos, mintiendo. Cuando la policía informó al principio de que Ray era sospechosa de homicidio, dudé de su inocencia, es verdad. También dudé de su culpabilidad. No estaba en condiciones de saber con seguridad cómo habían muerto Marcella y Nathaniel, porque no estaba en casa cuando sucedió, en ninguno de los dos casos. La policía sospechaba, y a mí no me entraba en la cabeza que pudiera sospechar sin ningún fundamento. No habría sospechado de no ser así, ¿no le parece? Dos muertes sin causa aparente en la misma familia no es usual. Marcella y Nathaniel gozaban de perfecta salud días antes de fallecer. No les ocurría nada.

LN: ¿Es usted pediatra? Tendré que corregir mis datos. Aquí pone «fotógrafo».

AH: Me temo que tendrá que corregir más cosas. Me ascendieron hace tiempo. Soy jefe de la sección gráfica del London on Sunday. Ahora son otros los que hacen el trabajo pesado. Yo me paso las horas sentado ante mi mesa, comiendo galletas de chocolate y mirando el Big Ben por la ventana. ¿Ve lo fácil que es confundir una suposición incorrecta con un hecho? A diferencia de usted, yo no hago suposiciones. No las hice en relación con Ray. Ella amaba a los niños, su amor por ellos era sincero y auténtico, sobre eso nunca he tenido dudas. Pero al mismo tiempo pensaba con sentido práctico si no habría ciertos… ciertos estados psicológicos en los que el amor por los propios hijos fuera compatible con hacerles daño. Por el historial de Ray.

LN: Ah, vamos. Ray se sienta en el alféizar de la ventana a fumar un cigarrillo y, cuando se da cuenta, la poli ha acordonado la casa y se cuela en su dormitorio, donde ella oye que los agentes llaman a su médico de cabecera para preguntarle cuál es el porcentaje de probabilidades de que salte al vacío.

AH: Esa es una versión de la historia, una de las muchas que ha presentado ella misma con el paso de los años: una variación del tema «lo único que yo quería era paz, tranquilidad y un pitillo». En el juicio trató de hacerlo pasar por un episodio de depresión posparto, asegurando que no recordaba bien ni el alféizar de la ventana ni el cigarrillo.

LN: A Ray no le ocurre nada, ni en el plano psicológico ni en ningún otro. Es una mujer sana y normal.

AH: ¿Le parece normal subirse a una ventana peligrosamente alta y sentarse en un estrecho alféizar para fumar un cigarrillo? Por no mencionar que esto sucedió al día siguiente de regresar a casa y me refiero a su misteriosa desaparición cuando Marcella tenía solo dos semanas de edad. Volvió nueve días después, tan misteriosamente como se había ido, sin querer explicar ni dónde había estado ni por qué se había marchado, y cuando insisto, corre escaleras arriba y se encarama en la ventana. Si su mujer se comporta así y después es acusada de haber matado a sus dos criaturas, ¿va a decirme que no tendría usted dudas?

LN: Si Ray sufría una depresión posparto, ¿de quién era la culpa? Usted durmió a pierna suelta las primeras catorce noches de vida de Marcella, mientras Ray tenía que levantarse cada hora y media para darle el pecho. Durante dos semanas tuvo que cuidar de una niña exigente sin que usted la ayudase en nada, y entonces llegó a la conclusión…

AH: … de que si yo no sentía en propia carne las dificultades de aquella experiencia, nunca la entendería, y por eso cogió la puerta y me abandonó a mis propios recursos. La variante feminista de «mi marido es un sexista cabrón».

LN: Llámelo como quiera. Para mí es la verdad.

AH: Nueve días después de irse, regresó y comprobó que no había sabido arreglármelas solo, como al parecer había tenido que saber; como soy un hombre de la vieja escuela, había llamado a mi madre inmediatamente. Y como el único deseo de Ray había sido convertir nuestra casa en una utopía de la igualdad de los géneros y a mí en Mary Poppins, se puso furiosa conmigo y con mi madre. Se subió a la ventana para huir de nosotros. ¿Lo entiende? Estoy tan acostumbrado a las mentiras como usted.

(Pausa)

El caso es que desde el momento que volví del hospital con Ray y con Marcella, cumplí con mi papel y cuidé de la pequeña el tiempo que me correspondía, si no más. Si lloraba de noche, yo era el primero que se levantaba de la cama. Mientras Ray le daba el pecho, yo preparaba té para los dos, unas veces hablábamos, otras oíamos la radio. Cuando nos cansábamos de las dos cosas, descorríamos las cortinas del dormitorio y mirábamos las ventanas de los vecinos, a ver qué se cocía por allí. Poca cosa. Los afortunados cabrones dormían a aquellas horas.

(Pausa larga)

Era yo quien le cambiaba los pañales a Marcella y volvía a dormirla. No una vez ni dos, sino todas las veces. Cuando volvía a la cama, Ray ya se había dormido. Iba a comprar al supermercado, lavaba, planchaba, preparaba la cena…

LN: Entonces, ¿por qué lo abandonó Ray?

AH: No solo me abandonó a mí. También abandonó a Marcella. ¿En ningún momento se ha preguntado si una mujer capaz de abandonar a su niña recién nacida podría llegar a matarla unas semanas después?

LN: En ningún momento.

AH: ¿Una mujer que no tiene empacho en mentir bajo juramento, dando a entender en el juicio que sufría de depresión posparto y luego diciéndole a usted que todo se debió a la política feminista que había decidido adoptar?

LN: No todas las personas que mienten son asesinas.

AH: Cierto. Es verdad que Ray mintió, pero como le dije antes, tampoco creo ya que hiciera daño a Marcella ni a Nathaniel.

LN: Todos mentimos de vez en cuando, pero pocos matamos a nuestros hijos. Casi todos los hombres conceden a sus esposas el beneficio de la duda. Paul Yardley lo hizo. Glen Jaggard también.

AH: Para conceder a alguien el beneficio de la duda antes hay que concebir la duda. Todo lo que he oído de Yardley y Jaggard me da a entender que ellos no dudaron en ningún momento. Antes habló usted de normalidad. ¿Cree usted que eso es normal? ¿Que es natural?

(Pausa)

Yo no creía que Ray fuera una asesina. Lo único que sabía era que nuestras dos criaturas habían muerto, con cuatro años de diferencia, y algunas personas pensaban que Ray había podido ser la responsable. Yo no creía que fuera una asesina y tampoco creía que no lo fuera. No lo sabía.

LN: La consecuencia de esa ignorancia suya fue que Ray tuvo que pasar el período previo al juicio con un hombre que ya no era su amante esposo, sino un siniestro desconocido que recogía datos y la observaba en busca de indicios de culpabilidad o inocencia. ¿Qué cree usted que debió de ser eso para ella? Y luego, cuando la declararon culpable, usted concedió una entrevista fuera del juzgado en que afirmaba que se alegraba de que se hubiera hecho justicia con la asesina de sus hijos y que iba a iniciar los trámites del divorcio lo antes posible. ¿O malinterpretaron sus palabras?

AH: No. Dije exactamente eso.

LN: Ni siquiera tuvo la decencia de hablar primero con Ray en privado, antes de proclamar su repudio delante de una caterva de reporteros y fotógrafos. Usted no volvió a hablar con Ray hasta que la pusieron en libertad. ¿No es cierto?

AH: No entiendo esto como un problema de lealtad. ¿Es desleal preguntarse si tu esposa ha podido matar a tus hijos cuando eso es lo que se está preguntando el resto del país? ¿Cuando la oyes mentir en el juicio? No solo mintió sobre sus motivos para abandonar el domicilio…

LN: Aun prescindiendo de la versión creativa de los hechos que ha dado usted, la gente pensará ahora que es usted un monstruo sin corazón. ¿Y si Ray hubiera sido absuelta? ¿Qué habría sentido por ella en tal caso?

AH: No se trata de sentimientos. Quiero a Ray. Siempre la he querido y siempre la querré, pero también quería justicia para Marcella y Nathaniel. Era una situación difícil. Puesto que me daba cuenta de que nunca lo sabría con seguridad —y nadie puede vivir con la incertidumbre para siempre, yo en particular no—, tomé una decisión: fuera cual fuese el veredicto del tribunal, lo acataría. Si el veredicto hubiera sido inocente, habría creído inocente a Ray.

LN: Dejemos esto totalmente claro: ¿dice usted que si el veredicto hubiera sido el opuesto, sus dudas se habrían desvanecido sin más ni más?

AH: Habría hecho lo posible por que así fuera. No digo que no habría necesitado cierta cantidad de disciplina, pero eso fue lo que decidí. Para eso tenemos un sistema de justicia, ¿no? Para que tome decisiones que ningún individuo se espera que tome por su cuenta.

LN: ¿Ha oído usted hablar de los Seis de Birmingham?

AH: He oído hablar de ellos. Y de los Cuatro de Guildford y de los Tres de Broadwater Farm, Winston Silcott y sus colegas. Y de los Siete de Chippenham, los Nueve de Penzance, los Cinco de Basingstoke, los Dos de Bath Spa…

LN: Está usted desvariando.

AH: ¿Cuántos casos falsos tendré que inventar para que entienda usted mi punto de vista?

(Pausa)

¿Sabe? En cierto modo es muy tranquilizador hablar con usted. No tiene la menor esperanza de entender a un individuo como yo. Ni a Ray.

LN: ¿Cómo se sintió cuando Ray ganó la apelación y se anularon sus condenas?

AH: Me pregunté si aquello significaba que era inocente.

LN: ¿Se sentía usted un poco culpable entonces?

AH: ¿Yo? Yo no maté a mis hijos, ni mentí a un tribunal, ni emití un veredicto equivocado. ¿De qué tenía que sentirme culpable?

LN: ¿Lamenta haberse divorciado de su mujer?

AH: No.

LN: Pero usted ya no cree que fuera una asesina.

AH: No. Pero sí cuando me divorcié, lo que significa que obré bien en aquel momento, de acuerdo con la información que tenía entonces.