Carothers insiste en que no hubo alternativa, hasta que la escritura fonética separó el pensamiento de la acción, sino considerar a todos los hombres responsables tanto de sus pensamientos como de sus actos. Su mayor contribución es haber señalado la escisión entre el mundo mágico del oído y el mundo neutro del ojo, así como la aparición, en esta ruptura, del individuo destribalizado. Se sigue, desde luego, que el hombre conocedor del alfabeto, cuando lo encontramos en el mundo griego, es un hombre escindido, un esquizofrénico, como lo han sido todos los hombres que saben leer desde la invención del alfabeto fonético. La mera escritura, sin embargo, no tiene la fuerza peculiar de la tecnología fonética para destribalizar al hombre. Dado el alfabeto fonético, con su abstracción de significado del sonido y la traslación de sonidos a un código visual, los hombres se vieron asidos a una experiencia que los transformaba. Ningún sistema pictográfico, ideográfico o jeroglífico de escritura tiene el poder destribalizador del alfabeto fonético. Ninguna otra clase de escritura, sino la fonética, ha sacado jamás al hombre del mundo posesivo, de interdependencia total y de relación mutua que es la red auditiva. Desde aquel mundo mágico y resonante de relaciones simultáneas que es el espacio oral y acústico, solo existe un camino hacia la libertad e independencia del hombre destribalizado. Este camino es el alfabeto fonético, que lleva al hombre al mismo tiempo a grados variables de esquizofrenia dualista.
Bertrand Russell, en su History of Western Philosophy(pág 39) describe del siguiente modo esta condición del mundo griego en las primeras angustias de la dicotomía y del trauma producidos por la alfabetización:
No todos los griegos, pero sí un gran número de ellos, fueron apasionados, infelices, en lucha consigo mismo, impulsados en una dirección por el intelecto, en otra por las pasiones, con imaginación para concebir el cielo, y la terca afirmación de sí mismo que crea el infierno. Tenían una máxima, «nada con exceso», pero en realidad eran excesivos en todo —en el pensamiento puro, en poesía, en religión y en pecado—. Fue la combinación de pasión e intelecto lo que los hizo grandes, mientras fueron grandes… En realidad, hubo en Grecia dos tendencias: una apasionada, religiosa, mística; otra temporal, alegre, empírica, racionalista e interesada en la adquisición de conocimientos sobre una multitud de hechos.
La división de facultades que resulta de la dilatación o exteriorización tecnológica de uno u otro de los sentidos es un carácter tan penetrante del siglo pasado que hoy hemos tomado conciencia, por primera vez en la historia, de cómo se inician tales mutaciones de la cultura. Aquellos que padecen la primera embestida de una nueva tecnología, sea el alfabeto o la radio, responden muy intensamente porque las nuevas proporciones de los sentidos, establecidas inmediatamente por la dilatación tecnológica del ojo o del oído, ofrecen al hombre un sorprendente mundo nuevo, que evoca una nueva y vigorosa «conclusión», o nuevo modelo de interacción entre todos los sentidos en su conjunto. Sin embargo, la primera conmoción se va disipando gradualmente a medida que la comunidad entera asimila el nuevo hábito de percepción en todas las áreas de su trabajo y asociación. La verdadera revolución se produce en esa más tardía y prolongada fase de «ajuste» de toda la vida social y personal al nuevo modelo de percepción establecido por la nueva tecnología.
Los romanos llevaron a cabo la traducción de la cultura del alfabeto a términos visuales. Los griegos, tanto los primitivos como los bizantinos, en su desconfianza por la acción y el conocimiento aplicado, se aferraron a gran parte de la vieja cultura oral.
Porque el conocimiento aplicado, sea en las estructuras militares o sea en la organización industrial, depende de la uniformidad y homogeneidad de los pueblos. El simbolista Edgard Allan Poe escribió: «Es cierto que el simple acto de redactar tiende en gran medida a hacer lógico el pensamiento. La escritura lineal y alfabética hizo posible la súbita invención de gramáticas» del pensamiento y de la ciencia por los griegos. Estas gramáticas o deletreos explícitos de procesos sociales y personales fueron visualizaciones de funciones y relaciones no visuales. Las funciones y los procesos no eran nuevos. Pero el método de análisis detenido y visual, es decir, el alfabeto fonético, fue tan nuevo para los griegos como la cámara cinematográfica para nuestro siglo.
Más tarde podremos preguntarnos por qué la fanática especialización de los fenicios, que extrajeron el alfabeto de la cultura jeroglífica, no liberó en ellos ninguna otra actividad intelectual o artística. De momento, es oportuno hacer notar que Cicerón, el sintetizador enciclopedista del mundo romano, al contemplar el mundo griego, reprocha a Sócrates haber sido el primero en producir la escisión de la mente y el corazón. Los presocráticos todavía tuvieron, en general, una cultura analfabeta.
Sócrates estuvo en la frontera entre aquel mundo oral y la cultura visual del alfabeto.
Pero no escribió nada. La Edad Media consideró a Platón como el simple escriba o amanuense de Sócrates. Y Santo Tomás de Aquino consideró que ni Sócrates ni Nuestro Señor confiaron sus enseñanzas a la escritura porque no es posible por medio de ella la clase de interacción entre las mentes, necesaria en el adoctrinamiento. [7]