Cuando el rey Lear declara sus «mas encubiertas intenciones», es decir, la subdivisión de su reino, expresa un propósito vanguardista y de gran osadía política para los comienzos del Siglo XVII.
Conservaremos solo
de rey el nombre con sus atributos.
Mando, rentas y ejecución del resto,
amados hijos, vuestros son;
y, en prueba, reparto
esta corona entre vosotros.
Lear esta expresando la modernísima idea de la delegación de autoridad central. Los isabelinos hubiesen identificado en seguida sus «encubiertas intenciones» como maquiavelismo de izquierda. Entonces, en los comienzos del siglo XVII, los nuevos modelos de poder y organización, discutidos en el siglo precedente, se dejaban sentir en todos los niveles de la vida social y privada. El rey Lear es una exposición de la nueva estrategia de cultura y poder en cuanto afecta al estado, la familia y la psiquis individual:
Entre tanto expondremos nuestras más encubiertas intenciones.
Dadnos el mapa aquel.
Sabed que dividimos nuestro reino en tres partes.
Los mapas también eran una novedad en el siglo XVI, época de la proyección de Mercator, y constituían la clave de una nueva visión de las periferias de poder y riqueza. Colón fue cartógrafo antes de ser navegante; y el descubrimiento de que resultaba posible seguir un curso en línea recta, como si el espacio fuese uniforme y continuo, fue una de las mayores conmociones del conocimiento humano en el Renacimiento. Y, lo que es mas importante, el mapa presenta inmediatamente un tema principal del Rey Lear esto es, el aislamiento del sentido visual como una especie de ceguera.
Ya en la primera escena de la obra expresa Lear sus «encubiertas intenciones», empleando un término de la jerga maquiavélica. Antes, en la misma escena, se alude a lo tenebroso de la naturaleza en la jactancia de Gloucester por la ilegitimidad de su bello hijo natural Edmundo:
«Pero, Señor, yo tengo un hijo legítimo, como de un año mas que este, y que sin embargo no me es mas querido» Mas adelante, Edgard alude a la jocosidad con que Gloucester habla del modo como lo engendró:
El lugar tenebroso y de pecado
donde te engendró él,
los ojos le ha costado.
(V, III)
Edmundo, el hijo natural, abre la segunda escena de la obra con:
Mi deidad eres tú, Naturaleza.
A tu ley mis servicios supedito
¿Por qué he de soportar ese tormento
de la costumbre y permitir sumiso
que la gazmoñería de los pueblos
me desherede, por haber nacido
doce o catorce lunas a la zaga
de un hermano?
Edmundo tiene l'esprit de quantité, tan esencial en la mensura táctil y en la impersonalidad de la mente empírica. Se presenta a Edmundo como una fuerza de la naturaleza, excéntrico a la simple experiencia humana y a la «gazmoñería de los pueblos». Es un agente primordial de la fragmentación de las instituciones humanas, pero el gran fragmentador es el mismo Lear, con su inspirada idea de establecer una monarquía constitucional delegando su autoridad. Su propio plan es convertirse en especialista.
Conservaremos solo
de rey el nombre con sus atributos.
Siguiéndole el humor, Gonerila y Regana se lanzan al acto de devoción filial con una competitiva intensidad de especialista. Es Lear quien las fragmenta al imponer un divisivo concurso de elogios:
Hijas mías, decidme
(pues que renunciaremos al gobierno,
al interés por nuestros territorios,
a los cuidados todos del estado),
¿cuál podremos decir que más nos ama?
Que un legado mayor dejar podamos
allí donde Natura desafíe
a los merecimientos. Gonerila,
vos que sois la mayor, hablad primero.
El individualismo competitivo era motivo de escándalo en una sociedad largo tiempo investida de valores corporativos y colectivos.
El papel representado por la imprenta en la institución de nuevos modos de cultura no es insólito. Pero una consecuencia natural de la acción especializante de las nuevas formas de conocimiento fue que todas las formas de poder adquirieron un carácter acusadamente centralizados En tanto que la función del monarca feudal había sido inclusiva, pues que en realidad el rey incluía en sí mismo a todos sus súbditos, el príncipe del Renacimiento tendió a constituirse en un centro exclusivo de poder, rodeado de sus súbditos individuales. Y el resultado de tal centralismo, resultante a su vez de muchos adelantos nuevos en las comunicaciones y el comercio, fue la costumbre de delegar poderes y la especialización de muchas funciones en áreas e individuos distintos.
En El rey Lear como en otras obras, Shakespeare demuestra una total clarividencia en cuanto se refiere a las consecuencias, para el individuo y para la sociedad, de la renuncia o dejación de atributos y funciones en aras de la rapidez, la precisión y el creciente poder. Su perspicacia se manifiesta con tanta riqueza en sus versos que resulta difícil elegir entre ellos. Pero ya en las mismas palabras iniciales del aria de Gonerila estamos profundamente inmersos en tal perspicacia:
Os amo más que las palabras puedan
haceroslo saber. Me sois más caro
que la luz de mis ojos, que el espacio
y que la libertad.
La renuncia a los propios sentidos, el desnudarse de ellos, será uno de los temas de esta tragedia. La separación de la vista de los demás sentidos ha quedado ya bien de manifiesto en la alusión de Lear a sus «más encubiertas intenciones», al tiempo que utiliza el recurso meramente visual del mapa. Pero ya que Gonerila se muestra dispuesta a renunciar a la vista en prueba de devoción filial, Regana ridiculiza su reto con:
Me declaro
enemiga de cualquier otro goce
que pueda procurar el más preciado
canon de los sentidos…
Regana renunciará a todos los sentidos humanos con tal de poseer el amor de Lear. La alusión a «el más preciado canon de los sentidos» nos muestra a Shakespeare haciendo una demostración casi escolástica de la necesidad de una proporción e interacción entre los sentidos como elementos constitutivos esenciales de la racionalidad. Este tema suyo en El rey Lear es el mismo de John Donne en An Anatomy of the World:
Todo esta hecho pedazos, la coherencia huida;
todo justo consumo, y toda relación:
Soberano, vasallo, padre, hijo, son cosas
olvidadas. Las cosas únicas con que puede
llegar el hombre a FeniX…
La ruptura del «más preciado canon de los sentidos» significa el aislamiento o separación de un sentido de otro por sus distintas intensidades, con la consiguiente irracionalidad y el conflicto entre las facultades, las personas y las funciones. Esta ruptura de la proporción entre las facultades o sentidos, personas y funciones, es el tema que Shakespeare toca más tarde.
Cuando Cordelia observa la súbita agilidad de aquellas especialistas en devoción filial, Gonerila y Regana, dice:
Estoy segura que es mi amor
mucho más rico que mi lengua.
Su racional plenitud no es nada junto a la especialización de sus hermanas. No tiene un punto de vista fijo desde donde lanzar rayos de elocuencia. Sus hermanas se saben el papel de cada situación particular, están perfiladas por la fragmentación de los sentidos y de los motivos de cálculo exacto. Como Lear, son Maquiavelos de vanguardia, capaces de afrontar explícita y científicamente cada situación. Son resueltas y se han liberado conscientemente no solo del canon de los sentidos, sino también de su equivalente moral: la «conciencia». Porque la proporción entre los motivos «hace unos cobardes de todos nosotros». Y Cordelia es una cobarde, impedida para la acción especializada por las complejidades de su conciencia, su razón y su papel.
El rey Lear viene a ser un minucioso relato de hechos en los autos del proceso en el que unas personas se trasladan desde un mundo de «papeles» a un mundo nuevo de «empleos». Es este un proceso de renuncia o dejación que no se produce súbitamente, a no ser en la imaginación de un artista. Pero Shakespeare vio que se produjo en su época. No hablaba del futuro. Sin embargo, el viejo mundo de las posiciones sociales o papeles había continuado sobreviviendo como un fantasma, del mismo modo que, tras un siglo de electricidad, el occidente todavía siente la presencia de los viejos valores del alfabetismo, la vida privada y la independencia personal.
Kent, Edgar y Cordelia están «desfasados», por decirlo al modo de W. B. Yeats. Son «feudales» en su absoluta lealtad, que ellos consideran simplemente natural a sus papeles. En tales papeles no ejercen autoridad o poderes delegados. Son centros autónomos. Como señal a Georges Poulet en sus Studies in Human lime (pág 7): «Para el hombre medieval, pues, no había solamente una duración. Había duraciones, alineadas una sobre otra, y no solo en la universalidad del mundo exterior, sino también en él mismo, en su íntima naturaleza, en su propia existencia humana». El plácido hábito de configuración, que había durado varios siglos, sucumbe con el Renacimiento ante las secuencias continuas, lineales y uniformes del tiempo, el espacio y las relaciones personales. Y semejante mundo de posiciones sociales y proporciones se ve súbitamente sustituido por un nuevo mundo lineal, como en Troilo y Cressida (111, in):
Sigue el camino trillado;
que la senda del honor
es tan estrecha que apenas
pasar de frente se puede.
Una vez en él, mantente,
que tiene la emulación
mil hijos que, uno tras otro,
te perseguirán. Si cedes
O rodeas hacia un lado
desde el Centro del camino,
todos se abalanzarán
como la marea en flujo
y te dejarán postrero.
En el siglo XVI, la idea de una segmentación homogénea de personas, relaciones y funciones solamente pudo aparecer como la disolución de todos los vínculos del sentido y de la razón. El rey Lear ofrece una demostración completa de la sensación que produciría vivir en plena transición del tiempo y espacio medievales al tiempo y espacio del Renacimiento, de un sentido inclusivo del mundo a un sentido exclusivo. La nueva actitud de Lear respecto a Cordelia refleja exactamente la idea de los reformadores acerca de la Caída de la naturaleza. Dice poulet (pág 10):
También para ellos, tanto el hombre como la naturaleza estuvieron animados por la divinidad. Para ellos también hubo un tiempo en que la naturaleza y el hombre participaron en el poder creador… Pero, para ellos, aquel tiempo ya terminó. El tiempo en que la naturaleza era divina estaba ahora reemplazado por el tiempo de la naturaleza caída; caída por su propia falta, por el acto libre a consecuencia del cual se apartó de su origen, se separó de su fuente, negó a Dios. Y desde aquel momento, Dios se retiró de la naturaleza y del hombre.
Lear es completamente explícito al definir a Cordelia como una puritana: Despósela el orgullo, que ella llama llaneza.
Los reformadores, al dar tanta importancia a la función del individuo y a la independencia, no podían ver, naturalmente, la razón de ser de todas las formalidades propias de la posición social, impersonal por completo. Sin embargo, para el espectador resulta claro que es precisamente la dedicación de Cordelia a su papel tradicional lo que la deja tan indefensa ante el nuevo individualismo de Lear y de sus hijas:
Amo a Vuestra Majestad
conforme a mi deber; ni más ni menos.
Bien sabe Cordelia que la fidelidad de su papel es tanto como «nada» en términos del nuevo y estridente individualismo. Poulet describe (pág 9) este nuevo mundo como «no otra cosa ya sino un inmenso organismo, una gigantesca red de intercambios e influencias recíprocas, animado, guiado interiormente en su evolución cíclica por una fuerza en todas partes la misma y perpetuamente diversificada, que pudo llamarse indiscriminadamente Dios, Naturaleza, Alma del Mundo o Amor».
Al parecer, no se ha reconocido debidamente a Shakespeare el mérito de haber hecho en El rey Lear la primera alusión verbal, que yo sepa la única en cualquier literatura, a la perspectiva tridimensional. Hasta El Paraíso perdido (II, 11. 1-5), de Milton, no vuelve a darse deliberadamente al lector un punto de vista fijo:
Elevado, en un trono de regia majestad
más brillante que el fasto de la India y Ormuz,
o de donde el Oriente con su más rica mano
sobre sus reyes bárbaros vierte perlas y oro,
hallábase sentado, exaltado, Satán…
La selección arbitraria de una posición estática particular crea un espacio pictórico con un punto de fuga. Este espacio puede ser llenado trozo a trozo, y es completamente distinto del espacio no-pictórico, en el que cada cosa simplemente hace resonar o modula su propio espacio en forma visual bidimensional.
Pues bien, el fragmento sin par de arte verbal tridimensional que aparece en El rey Lear se halla en el acto IV escena VI. Edgar se ve y se desea para persuadir a Gloucester, a quien han cegado, para que se haga la ilusión de que están al borde de un escarpado precipicio:
EDGAR. ¡Atento! ¿Oís el mar?
GLOUCESTER. No, ciertamente.
EDGAR. Será que la tortura de los ojos
vuestros otros sentidos ha dañado…
…………………………………………………
Venid aquí, Señor; este es el sitio.
No os mováis. ¡Que pavor y asombro causa!
dirigir tan abajo la mirada!
La ilusión de la tercera dimensión se trata ampliamente en la obra de E. H. Gombrich, Arte e ilusión. Lejos de ser un modo normal de visión en el hombre, la perspectiva tridimensional es un modo de ver adquirido convencionalmente, tan adquirido como lo son los medios de reconocer las letras del alfabeto o de seguir una natación cronológica. Shakespeare nos ayuda a ver que se trata de una ilusión con los comentarios que hace sobre los restantes sentidos en relación con la vista. Gloucester está maduro para la ilusión porque ha perdido la visión súbitamente. Su poder de visualización está ahora separado por completo de sus otros sentidos. Y es el sentido de la vista, en deliberado aislamiento de los otros sentidos, el que confiere al hombre la ilusión de la tercera dimensión, como Shakespeare hace explícito aquí. Hay también la necesidad de fijar la mirada:
Venid aquí, Señor; este es el sitio.
No os mováis. ¡Que pavor y asombro causa!
dirigir tan abajo la mirada!
Los cuervos y los grajos que aletean
a media altura, no se ven tan grandes
como un escarabajo. A la mitad
de la quebrada hay alguien suspendido
que siega hinojo: ¡fastidioso oficio!
No parece mayor que su cabeza.
Los pescadores que andan por la playa
asemejan ratones; a lo lejos
anclado se ve un barco, que parece
no mayor que su bote; el bote mismo,
no mayor que una boya, tan pequeño
que puede verse apenas. El murmullo
de las olas que rompen en las rocas
no llega aquí, tan alto. Más no miro,
no vaya a ser que pierda la cabeza,
se me nuble la vista y me despeñe.
Lo que hace aquí Shakespeare es situar cinco planos horizontales de dos dimensiones, uno tras otro. Al darles una torsión diagonal, se suceden uno a otro, como en perspectiva, por así decir, desde un punto fijo. Tiene plena conciencia de que la disposición de esta especie de ilusionismo resulta de la separación de los sentidos.
Milton aprendió a producir la misma clase de ilusión visual después de quedar ciego. Y en 1709, en su Nueva teoría de la visión, Berkeley denunció lo absurdo del espacio visual newtoniano como una simple ilusión abstracta, desconectada del sentido del tacto. Posiblemente, uno de los efectos de la tecnología de Gutenberg haya sido la separación de los sentidos y la consiguiente interrupción de su interacción en sinestesia táctil. Este proceso de separación y reducción de funciones había alcanzado un punto crítico, ciertamente, a principios del siglo XVII, cuando apareció El rey Lear. Sin embargo, determinar en qué medida pudo estar provocada por la tecnología de Gutenberg tal revolución en la vida de los sentidos humanos, requiere un método distinto al de ir dando ejemplos de la sensibilidad de una gran obra teatral escrita en el período crítico.
El rey Lear es una especie de sermón admonitorio medieval, de razonamiento inductivo, para poner de manifiesto la locura y la miseria de la nueva vida de acción del Renacimiento. Shakespeare explica minuciosamente que el principio mismo de la acción es la división, en segmentos especializados, de las funciones sociales y de la vida de los sentidos de cada individuo. El resultante frenesí por descubrir una nueva interacción general de fuerzas, asegura una furiosa activación de todos los componentes y personas afectados por la nueva tensión.
Cervantes tuvo una intuición semejante, y su Don Quijote está galvanizado por la nueva forma de los libros, tanto como Maquiavelo quedó hipnotizado por la particular zona de experiencia que había elegido para elevarse a la más alta intensidad del conocimiento. De la matriz del poder social hizo Maquiavelo la abstracción de la entidad del poder personal, de modo comparable al que se había seguido muchísimo antes al hacer, de las formas animales, la abstracción de la rueda. Tal abstracción provoca mucho más movimiento. Pero lo que intuyen Shakespeare y Cervantes es la futilidad de tal movimiento y de la acción deliberadamente encuadrada por una predisposición a lo fragmentado y especializado.
W. B. Yeat escribió un epigrama que expresa en forma críptica los temas de El rey Lear y del Quijote:.
A Locke le dio un desmayo. El jardín se marchitó.
Dios ha quitado la rueca
de su lado.
El desmayo de Locke fue el trance hipnótico inducido por la intensificación del componente visual en la experiencia, hasta que llega a ocupar todo el campo de la atención. Los psicólogos definen la hipnosis como el estado en el cual uno solo de los sentidos ocupa el campo de la atención. En tal momento el jardín se marchita. Esto es, el jardín significa la interacción de los sentidos en háptica armonía. Con la preocupación, interiormente’ intensificada, por uno solo de los sentidos, el principio mecánico de abstracción y repetición surge en forma explícita. Tecnología es lo explícito, como dijo Lyman Bryson. Y a lo explícito, a la claro y lúcido, se llega desmenuzando las cosas una a una, los sentidos uno a uno, las operaciones mentales o físicas una a una. Puesto que el objeto del presente libro es discernir los orígenes y modos de configuración de los acontecimientos de la época de Gutenberg, bueno será considerar los efectos del alfabeto en los pueblos aborígenes de hoy, ya que están en la misma relación con el alfabeto fonético que estuvimos nosotros antes.
En su trabajo Culture, Psychiatry and the written world, publicado en el número de noviembre de 1959 de Psychiatry, J. C. Carothers hace una serie de observaciones en las que pone en contraste a los indígenas analfabetos con los indígenas más cultos, y al hombre analfabeto con el hombre occidental en general. Parte (pág 308) del hecho conocido de que:
en razón de la clase de influencias educativas que inciden en los africanos durante su infancia, adolescencia, y podría decirse que durante toda su vida, el individuo llega a considerarse más bien como una parte insignificante de un organismo mucho mayor —la familia y el clan— y no como unidad independiente y que confía en sí misma; la ambición e iniciativa personales tienen pocas oportunidades para manifestarse; y en cada hombre no se produce una integración sustancial de sus experiencias individuales y personales. Por contraste con la limitación impuesta a su nivel intelectual, se le permite una gran libertad en el nivel temperamental, y se supone que el hombre viva intensamente el «aquí y ahora», que sea extravertido en alto grado, y que dé libérrima expresión a sus sentimientos.
En una palabra, nuestra noción de que el indígena es un hombre sin inhibiciones, ignora la total inhibición y supresión de su vida mental y personal, inevitable en un mundo analfabeto:
A diferencia del niño occidental, al que desde muy pronto se le presenta un mundo de bloques de construcción, llaves y cerraduras, grifos y una multitud de objetos y hechos que lo obligan a pensar en términos de relación espacio-temporal y de causación mecánica, el niño africano recibe, por el contrario, una educación que depende, de un modo mucho más exclusivo, de la palabra hablada, y relativamente mucho más cargada de elementos dramáticos y emocionales (pág 308).
Es decir, que, en cualquier medio occidental, el niño está rodeado por una tecnología visual, abstracta y explícita, de tiempo uniforme y espacio continuo, en los que la «causa» es eficiente y trascendente, y en los que las cosas se mueven y ocurren, por orden sucesivo, en planos únicos. Pero el niño africano vive en el mundo implícito y mágico de la resonante palabra hablada. No encuentra causas eficientes, sino causas formales en un campo configurativo del tipo de los que elabora cualquier sociedad analfabeta. Carothers repite una y otra vez que el «africano rural vive primordialmente en un mundo de sonidos —un mundo cargado de significado directo y personal para el oyente— en tanto que el europeo occidental vive, en mayor grado, en un mundo visual que, en conjunto, le es indiferente». Pues que el mundo del oído es un mundo hiperestésico y caliente, y el mundo de la vista es un mundo relativamente neutro y frío, el europeo aparece a los ojos del hombre de cultura oral como un tipo extraño —como un pez frío— en verdad.[6]
Carothers analiza la idea, corriente entre los iletrados, del «poder» de las palabras, según la cual el pensamiento y la conducta dependen de la mágica resonancia de los vocablos y de su fuerza para imponer inexorablemente lo que significan. Cita a Kenyatta en relación con la magia erótica entre los kikuyu:
Es muy importante aprender el uso correcto de las palabras mágicas y su entonación apropiada, ya que el progreso en la aplicación efectiva de la magia depende de la articulación de tales palabras por su orden ritual… Al realizar estos actos de magia erótica, el «oficiante» ha de recitar la fórmula mágica… Tras esta recitación, pronuncia en voz alta el nombre ' de la muchacha y comienza a hablarle como si estuviese escuchándole(pág 309).
Como dijo Joyce, es una cuestión de «palabras rituales por orden rutinario». Pero, una vez más, cualquier niño occidental crece hoy en esta clase de mundo de cantilenas mágicas, pues que oye constantemente los anuncios de la radio y de la televisión.
Continúa Carothers preguntándose (pág 310) cómo puede operar en una sociedad el conocimiento del alfabeto con el efecto de que la noción de las palabras como fuerzas resonantes, vivas, activas y naturales quede sustituida por la noción de las palabras como portadoras de «sentido» y «significación» para la mente:
Me atrevo a sugerir que la escena quedó preparada para que las palabras perdieran su poder mágico y vulnerador solamente cuando salieron a ella en forma escrita, o mejor aún en forma impresa. ¿Por qué fue así?
En un artículo anterior, referente a África, desarrollé el tema de que los pueblos rurales iletrados viven mayormente en un mundo de sonidos, en contraste con los europeos occidentales, que viven más bien en un mundo visual. En cierto sentido, los sonidos son cosas dinámicas, o al menos son siempre indicio de cosas dinámicas, movimientos, sucesos, actividades contra las que el hombre debe estar siempre alerta cuando, en la selva o el páramo, se halla muy indefenso ante los azares de la vida. Los ruidos pierden mucho de su significación en la Europa occidental, donde el hombre tiene que desarrollar frecuentemente una habilidad asombrosa para ignorarlos. En tanto que para los europeos «ver es creer», para los africanos de las regiones rurales la realidad parece residir, muchísimo más, en lo que se oye y se dice.
… En efecto, nos vemos impulsados a creer que el ojo está considerado por muchos africanos menos como un órgano receptor que como un instrumento de la voluntad, siendo el oído el principal órgano receptor.
Carothers reitera que el occidental depende en alto grado de la conformación visual de las relaciones espacio-temporales, sin la cual es imposible tener el sentido mecánico de las relaciones causales, tan necesario en el orden de nuestras vidas. Pero el supuesto, totalmente contrario, de la vida esencialmente perceptiva del indígena, ha hecho que Carothers se pregunte (pág 311) cuál ha sido, posiblemente, el papel de la palabra escrita en la transformación de los hábitos de percepción, de auditivos en visuales:
Por supuesto que, cuando las palabras se escriben, pasan a formar parte del mundo visual. Como la mayor parte de los elementos del mundo visual, devienen cosas estáticas y, como tales, pierden el dinamismo tan característico del mundo auditivo en general y de la palabra hablada en particular. Pierden mucho del elemento personal, en el sentido de que la palabra escuchada nos ha sido dirigida, comúnmente, en tanto que la palabra vista no lo ha sido, y la leemos o no, según queramos. Pierden aquella resonancia emocional y énfasis descritos, por ejemplo, por Monrad Krohn… Y así, en general, las palabras, al hacerse visibles, pasan a formar parte de un mundo de relativa indiferencia para el que las ve, un mundo en el que la «fuerza» mágica de la palabra ha sido abstraída.
Carothers continúa sus observaciones en el campo de la «ideación libre», abierto a las sociedades que conocen el alfabeto y que no cabe imaginar en las sociedades con una cultura oral o analfabetas:
El concepto de que el pensamiento verbal es separable de la acción y es o puede ser inefectivo y quedar contenido en el hombre… tiene importantes implicaciones socioculturales, porque solo en las sociedades que reconocen la posibilidad de contener así los pensamientos verbales y de que no surjan naturalmente en alas de su poder, puede la coerción social, al menos en teoría, permitirse el lujo de ignorar la ideación(pág 311).
Así, en una sociedad tan profundamente oral como es la rusa, en la que se espía con el oído y no con el ojo, cuando tuvo lugar el memorable proceso llamado «purga» de 1930, los occidentales expresaron su desconcierto ante el hecho de que muchos se reconocieran totalmente culpables no por lo que habían hecho, sino por lo que habían censado. En una sociedad altamente civilizada, por contra la adecuación de la conducta en lo visible deja al individuo libre para desviarse interiormente. No así en una sociedad oral, donde la verbalización interna es conducta social efectiva: En estas circunstancias, queda implícito que la coerción de la conducta deba incluir la coerción del pensamiento. Puesto que en tales sociedades toda conducta está gobernada y concebida con arreglo a líneas altamente sociales, y puesto que el pensamiento dirigido difícilmente puede serlo de otro modo que en el personal y único para cada individuo, resulta tanto más implícito en la actitud de tales sociedades que la mera posibilidad de tal pensamiento sólo difícilmente se reconozca. Por tanto, si tal pensamiento se produce, a niveles que no sean los estrictamente prácticos y utilitarios, está expuesto a ser visto como procedente del demonio o de cualquier otra maligna influencia externa, y como algo temible y vitando para uno mismo y para los demás (pág 312).
Quizá resulte un poco sorprendente ver que se califican de «gobernadas y concebidas con arreglo a líneas altamente sociales» las compulsivas y rígidas normas de una comunidad intensamente oral-ótica. Porque nada puede exceder en automatismo y rigidez a una comunidad analfabeta, oral, en su colectividad no-personal. Cuando las comunidades cultas de occidente entran en contacto con las diversas comunidades «primitivas» u óticas que todavía quedan en el mundo, se produce una gran confusión. Áreas como la China y la India son todavía audio-táctiles, en gran parte. El conocimiento del alfabeto fonético que haya podido penetrar en ellas ha alterado pocas cosas. Incluso Rusia es todavía profundamente oral en sus prejuicios.
Solo gradualmente va el conocimiento del alfabeto cambiando las subestructuras de lenguaje y sensibilidad.
Alexander Inkeles, en su libro sobre Public Opinion in Russia(pág 137) da una información muy útil de cómo la tendencia ordinaria e inconsciente, incluso de las minorías rusas ilustradas, tiene una orientación contraria por completo a la que consideraría «natural» una comunidad en contacto con el alfabeto desde largo tiempo.
La actitud rusa, como la de cualquier sociedad oral, es de polaridad inversa a la nuestra:
En los Estados Unidos y en Inglaterra lo que se valora es la libertad de expresión, el derecho mismo, en abstracto… En la Unión Soviética, por el contrario, son los resultados del ejercicio de la libertad lo que está en el primer plano de la atención, y la preocupación por la libertad en sí es secundaria. Esta es la razón de que las discusiones entre representantes soviéticos y anglo-americanos no logren —es característico— ningún acuerdo sobre propuestas específicas, aunque ambas partes afirmen que debe existir la libertad de prensa. Generalmente, el americano está hablando de libertad de expresión, del derecho a decir o no decir ciertas cosas; un derecho que, afirma, existe en los Estados Unidos y no en la Unión Soviética. El representante soviético, generalmente, está hablando del acceso a los medios de expresión, en absoluto del derecho a decir cosas; y este acceso, mantiene, está cerrado para casi todos en los Estados Unidos y existe para casi todos en la Unión Soviética.
La preocupación soviética por los resultados de los medios de expresión es natural en cualquier sociedad oral, en la que la interdependencia es la consecuencia de una interacción instantánea de causa y efecto en la estructura total. Tal es el carácter de una aldea, o, desde el advenimiento de los medios eléctricos, tal es así mismo el carácter de la «aldea global». Y es en la comunidad moderna de la publicidad y de las relaciones públicas donde se está más al tanto de esta nueva dimensión básica de la interdependencia global. Como la Unión Soviética, están preocupados por el acceso a los medios de comunicación y por los resultados. No sienten ningún desasosiego por la autoexpresión, y les sorprendería cualquier intento de tomar, digamos, un anuncio de petróleo o carbón como vehículo de una opinión o sentimiento personal. Del mismo modo, los burócratas de la Unión Soviética no pueden imaginar que alguien desee utilizar los medios públicos de comunicación de un modo privado. Y esta actitud no tiene nada en absoluto que ver con Marx, Lenin o el comunismo. Es la actitud tribal normal de cualquier sociedad oral… La prensa soviética es el equivalente de la Madison Avenue americana como medio de dar forma a la producción y a los procesos sociales.