Desde fuera, el horno de famosas tortas de aceite, en Castilleja de la Cuesta, parece cerrado y a oscuras. Son las cuatro de la mañana. Es martes. Llega un coche, un Audi A8 azul oscuro. De él se baja un hombre. Viste elegante. Lleva una gabardina fina que parece cara, con los cuellos levantados. Apenas se le ve el rostro. No hay absolutamente nadie en la calle. Llama siete veces con los nudillos a la puerta y dice en voz baja cerca de la puerta: «Pringá de la Algaba». La puerta se abre despacio y el hombre entra.
—Llegas tarde.
—Lo siento.
Alguien con capucha acompaña al recién llegado por el horno vacío. Aparta una mesa y abre una trampilla en el suelo. Hay una escalera por la que los dos bajan. Llegan a una capilla secreta en la que hay unas quince personas alrededor de una. Todas visten túnicas de penitentes con un extraño escudo en el antifaz. Miran a los que acaban de llegar. El último se disculpa, se quita el abrigo, los zapatos y se pone una túnica. Se incorpora al círculo. No quedan huecos. Una de las personas parece el jefe. Comienza a hablarle a la persona del centro.
—Entendemos que te haces cargo del especial momento que atraviesa nuestra orden. Quizá el más delicado de toda su historia pero, sin duda, uno de los más apasionantes. El hermano Juan dejó la obra inconclusa pero mucho camino recorrido. Sabemos que el listón está alto, pero también que es usted el candidato ideal para continuar su obra… comisario.
Al hombre que habla no se le distingue. Solo unos cirios morados iluminan la capilla secreta. Grita.
—¡Traed la comunión! —grita el sacerdote mayor.
Dos de los encapuchados salen del círculo. Van a una mesa y traen una bandeja de la que van cogiendo todos algo: son aceitunas gordales. El hombre del centro coge la última. Todos se las comen. Vuelven a pasar la bandeja y dejan los huesos, apurados al máximo. El último que deja el suyo es el que parece sacerdote mayor.
—Ya eres un miembro más de Serva la Bari, es hora de que conozcas a tus hermanos de dolor.
Todos los miembros de la reunión comienzan a quitarse los antifaces y a presentarse.
Todos están destapados y se miran unos a otros. Todos, menos el líder. Parece que nadie conoce su identidad.
—Yo, como hermano mayor de Serva la Bari, le doy la bienvenida hermano, nos vendrán muy bien sus conocimientos en armas y su reciente jubilación. Estamos seguros de que esta Feria será movidita, de momento ya tienes un encargo.
Da dos palmas y otros dos encapuchados traen en una silla de ruedas al periodista Burguillos amordazado y esposado.
El comisario mira desde el centro y sonríe.
—Lo entiendo perfectamente, hermano mayor, le aseguro que esta Feria será movidita.