TREINTA Y DOS

Villanueva va a toda velocidad por el pasillo del hotel. Llega a la recepción y pide un taxi.

—¿Adónde quiere ir, señor?

—¡A las Setas!

—Me temo que ahora mismo, en plena madrugada, por muy poco multitudinaria que sea esta, tardará menos usted en ir caminando, el taxi no puede entrar, le indico el camino en un mapa.

Villanueva sale corriendo sin esperar al mapa. Gira a la derecha y cruza el puente de Triana. Ve gente. Todo el mundo tiene miedo. Parece fuera de sí. Va pensando en voz alta.

—Vamos, vamos, vamos, ya sé el día y el sitio, lo único que no sé es el cuándo, pero si todo el mundo está tranquilo es que aún es todavía, no hay sitio para el ya no, para el tardaste demasiado, no hay sitio para el irreversible.

Villanueva esquiva patrullas de la Policía Nacional. Camiones del ejército. Hay controles en cada cruce de la ciudad. Atraviesa el puente. Sigue hasta calle Sierpes. Pasa cerca de Blanco Cerrillo, el bar en el que comió adobo y habló con aquel periodista.

—«Fíjate en los detalles». «Dale una vuelta». ¡Aquel hombre me dio la clave!

Por fin llega a las Setas. Se para justo delante. Las mira. Vuelve a correr. Hay varias entradas, pero busca una en concreto: la de mercancías. Encuentra una especie de túnel que baja y lleva hasta la puerta. Está cerrada sin llave. Entra en un inmenso almacén vacío. Cierra la puerta intentando no hacer ruido. Jadea. Anda. Observa, y de una puerta a unos doscientos metros sale una sombra inmensa. Está vestida de nazareno. De negro. Se quita el antifaz y enseña un rostro ancho. Es él. Por fin le ve. Tiene nariz aguileña. La raíz del pelo retrasada. Tiene rizos en la nuca. Se cruje las manos. Son inmensas. Está descalzo.

—Vaya, al final desentrañó el misterio del disco. Fue un riesgo, pero nos pareció divertido parodiar a todos esos satánicos de mojones. Me presento, me llamo Juan, Juan Arrima.

Villanueva comienza a acercarse.

—¿Qué va a pasar aquí?

—Vaya, parece que no le van los formalismos, vayamos al grano entonces. ¿Ve esta llave? Es la única que abre esta puerta que hay a mi espalda.

El nazareno se agacha. Choca la llave contra algo metálico y deja caer la llave dentro.

—¿Y ve esta alcantarilla? Pues se acaba de llevar la única posibilidad, por remota que fuera, de que usted evitara lo que tiene que suceder.

—Hijo de puta, ¿qué has tramado?

—Puede verlo usted mismo, inspector. Hay una pequeña ventana en la puerta.

El inmenso nazareno se aparta. Se aleja del sitio. Sabe jugar con las distancias. Villanueva se acerca y mira por la ventana, una especie de ojo de pez como de puerta de camarote de barco.

—Ahí dentro está nuestro examigo el humorista, seguro que lo conoce, el del taco y esas cosas tan graciosas. Le hemos puesto un partido de fútbol, para que se entretenga. Concretamente la final de la UEFA de la temporada 2005/2006: Sevilla-Middlebrough. Sí, sí, la de Eindhoven. ¿Ve todas esas latas que hay alrededor? Se preguntará qué son, pues yo se lo explico. Son 700 latas de zotal que hemos vaciado en ese depósito que ve y al que está atado nuestro humorista, o lo que queda de él. El Zotal, querido amigo, es un disolvente tremendamente potente que se fabrica aquí en Sevilla. De la tierra. Pocos saben que si se mezcla con pólvora y alcohol se convierte en una de las sustancias más explosivas y destructoras que existen. Última pregunta, ¿sabe de dónde se saca la pólvora? No se preocupe, ya le respondo yo, de la naranja, la inventaron los chinos, que antes de poner supermercados ya se comían el talento. Pues lo que hay encima del depósito de zotal es otro contenedor, algo más pequeño, pero lleno de vino de naranja del bar de Álvaro Perejil. Nuestro amigo el humorista tiene unas cuerdas atadas a las muñecas, en el momento en el que suba los brazos para celebrar un gol, y le aseguro que lo hará, el vino cae en el Zotal, se mezclan, reacciona y… ¡PUM! Se lo acabo de poner y, si no recuerdo mal, Luis Fabiano marcó en el 29, yo de usted me iría ahora que puede, le aseguro que lo va a celebrar con ganas.

Villanueva se abalanza sobre el nazareno. Comienzan los golpes. Son manos grandes, que aprietan. La pelea sigue. Caen al suelo. Los golpes se suceden de manera confusa, Villanueva golpea la cabeza del nazareno contra el irregular suelo del almacén. El nazareno se recompone. Lanza sus manos y coge el cuello de Villanueva. Logra darle un giro a la pelea y ponerse encima del inspector. Comienza a apretar el cuello. Cada vez más. Villanueva va debilitándose. Su cuerpo pierde rigor y está a punto de ceder. Entonces suena un disparo. Las manos que aprietan, aflojan, y el inmenso cuerpo de nazareno se desploma. Villanueva abre los ojos hasta su límite y aun más la boca. Apenas puede respirar. Intenta coger aire. Se echa una mano al cuello y levanta la cabeza, ve a Jiménez aún empuñando el arma a unos diez metros. Le mira y sonríe.

—Villanueva, sabía que lo conseguiría… Le he seguido porque lo sabía, y al final he tenido que salvarle el culo, como en la fábrica de Cruzcampo.

Villanueva sonríe, intenta recomponerse. Con apenas un hilo de voz y entre toses responde:

—Sí, esta vez ha sido incluso mejor, Jiménez, esta vez ha sido incluso mejor.

Villanueva se levanta. Jiménez y él miran dentro de la habitación. El humorista de Triana está fuera de sí. Se le cae la baba. Está delgado. Tiene mal color de cara y no deja de mirar la pantalla ansioso. El Sevilla ataca con todo al conjunto inglés.

—Rápido, dispare al candado. Esperemos que no se asuste y se lleve las manos a la cabeza.

—Prefiero no hacer ruido ni chispas con todo lo que hay ahí metido Villanueva, llámeme mijita.

Jiménez saca unas tijeras y un destornillador y abre el candado. Villanueva lo mira sorprendido.

—Soy del Polígono, jefe.

Abren la puerta. El humorista los mira sin verlos. Villanueva y Jiménez entran con mucho cuidado. El depósito de disolvente es mucho más grande de lo que parecía desde fuera y el de vino de naranja está suspendido sin apenas sujeción. Villanueva y Jiménez lo miran.

—Cualquier movimiento podría verter el vino, tenga cuidado, Jiménez, por Dios, a ver si va a cagarla al final.

Villanueva se acerca lentamente a la silla.

—Amigo, tranquilo, amigo, estamos aquí para ayudarte.

—Sentaos, ahora trae mi mujer unos platos de jamón en condiciones, coged una silla hombre, que es la final de la UEFA y podemos ser campeones, traedme un botellín fresquito ya que estáis de pie.

Villanueva está a un par de metros. Semiflexionado. Tiene los brazos estirados. Gesticula con las manos suavemente.

—Tranquilo, ese partido ya se ha jugado, es de hace años, es muy importante que no levantes los brazos.

—¿Qué decís? Vosotros sois del Betis, seguro, cabrones, no os acerquéis que me cago en los muertos de Oliveira ya y de su puta madre… Vamos, Daniel, sube ahí coño, sube, cómo ha mejorado este jugador, cuando llegó era una cabra…

—Eso es, di que sí, qué bueno es Daniel, pero una cosa…, ¿en qué minuto va el partido?

—Yo qué sé, ahí lo pone, pero da igual porque… ¡Este partido, lo vamos a ganar! ¡Este partido, lo vamos a ganar!

El humorista mueve levemente las manos acompañando sus vítores. Villanueva y Jiménez miran cómo se mueven los cables. El depósito de arriba se balancea. El líquido se queda al borde.

—Sí, sí, claro que lo vamos a ganar, seguro, pero es importante que me digas en qué minuto va el partido.

—Niño, qué pesado eres con el minutito, haz el favor de traerme un botellín y unos chicharrones, aunque sea para empapar… A ver, que veo menos que un gato metido en lejía, el minuto es el… el 27, ¿contento? Trae ese botellín ya.

Villanueva y Jiménez se miran. Intentan acercarse pero no hay manera.

—Si no traéis botellín, aquí no se acerca ni Dios, que vosotros sois béticos y me vais a cambiar el fútbol para poner el Sálvame ese, que os lo ha dicho mi mujer, que como os vea cerca pego un tirón de la cuerda esta de la cisterna que tanto miedo os da. Venga, a por el botellín. ¡Ar!

En la televisión el partido sigue. Manolo Ladrón de Guevara lo narra.

Minuto 28. Ataca el Sevilla. El balón por la banda…

—Vamos Daniel, vamos, ponla niño, pónsela a Luisfa.

Jiménez mira con miedo a Villanueva y le toca el hombro.

—Villanueva, esta es la jugada del gol.

Villanueva mira al humorista. Parece estar en otra parte. No oye a nada. No hay nada que pueda hacer que aparte la vista de ese hombre del televisor. El balón de Daniel vuela desde la banda. Va a llegar a la cabeza de Luis Fabiano. El humorista está con la tensión contenida. Los puños los tiene abajo. Emite un ruido sostenido, algo como «Uuuuuuuuh». De repente, Jiménez le grita con todas sus fuerzas:

—¡COMPADRE!

No consigue que despegue los ojos de la pantalla. Remata Luis Fabiano y antes de que el balón llegue a la portería, Jiménez grita aún más fuerte.

—¡¡COMPADRE!! ¡¡HAN METIDO A TU PRESIDENTE EN LA CÁRCEL POR ARREGLARLE MAL LOS PAPELES A LA TONADILLERA EN MARBELLA!!

El humorista se gira. No oye nada. No ve el gol. No ve a Luis Fabiano corriendo y abrazándose con sus compañeros. No escucha la celebración de la televisión. Con la camiseta del Sevilla se derrumba en la silla, agacha la cabeza y la hunde en sus manos.

—Pues para mí siempre será el mejor presidente de la historia.

Villanueva se acerca rápidamente. Le sujeta las manos.

—Tranquilo, hombre, no se ponga así. Si no es sentencia en firme.

Le desata los cables y lo levanta.

—Ya, si además en el Sevilla nadie es imprescindible…

—Vamos. Ahora tienes que descansar. Todo ha terminado.