Han pasado apenas quince minutos. Villanueva y Jiménez aparcan como pueden en un hotel, y caminan hacia el showroom de Susy Marín Mayoral.
—Si es diseñadora, supongo que tendrá un control de a quién vende qué trajes. No espero un descuido de nuestro hombre, nos ha demostrado que no es tan torpe, pero a lo mejor sí es un hilo del que tirar, por fin.
Nadie les espera. Hay cinco o seis personas dentro. Miran ropa y apuntan datos en papeles. Se giran al escuchar que Villanueva y Jiménez entran. Susy Marín Mayoral se les acerca con mala cara.
—Estamos cerrados, lo siento. Marcos, por favor, cierra la puerta para que no entre nadie.
Se vuelve a lo que estaba haciendo dándoles la espalda. Todo está desordenado. Hay ropa por todas partes.
—Soy el inspector Villanueva y este es el agente Jiménez.
Susy Marín Mayoral se vuelve entonces, sorprendida.
—Anda, qué barbaridad, perdón. Vaya, ¿y cómo se han enterado del robo?, si todavía ni siquiera nos ha dado tiempo a llamar a la policía.
—¿Robo?
—Bueno, de hecho todavía no sabemos ni si se han llevado algo. Supongo que pensarían encontrarse dinero aquí en vez de trajes. Ya sabe, es el precio de ser una cara conocida, dentro y fuera de la moda. Marcos me ha dicho que ayer vio a dos hombres empujando un carro de esos con chatarra y entraron a preguntar si teníamos algo, algo sospechoso, ¿no? Uno por muy de Rumanía que sea sabe que en el taller de una modista no hay chatarra. Un momento, por favor.
En ese momento le suena el teléfono móvil.
—Hombre, el niño de las bicicletas… qué tal… Oye, ¿me puedes llamar en otro momento? Que ahora no puedo hablar que me pillas con un lío… ¿Todo bien, canarinho? Ea, pues yo que me alegro, ya te llamo en otro momento con más tiempo, gordito.
—Disculpen, les decía que huele a los de la chatarra estos, de momento nos hemos encontrado la puerta forzada, mucho revuelo, pero llevamos un rato de inventario y parece que no falta nada.
—¿Podría comprobar si le falta un traje color granate con el escote en V y la espalda descubierta?
—Sangre de Trabajadera.
—¿Perdón?
—Ese traje al que usted se refiere lo bauticé Sangre de Trabajadera en honor a un costalero que falleció en el Arco del Postigo hace unos años. Disculpen, otro momento por favor…
El teléfono le vuelve a sonar. Lo mira fastidiada.
—Javi, me pillas con la policía en el taller y todo… Sí, sí, todo está bien, nos han forzado la puerta pero parece que está todo, o casi todo, te llamo en otro momento, ¿vale, gordito? Vale… Adiós.
La diseñadora cuelga el teléfono y se gira a su ayudante.
—Marcos, ahora llama el defensa, tendrá cara… como si no hubiera pasado nada, y que digan que es maricón… en fin, por dónde íbamos, ah sí, chicos, ¿«Sangre de Trabajadera» está?
Todos los colaboradores comprueban sus papeles y ninguno lo tiene.
—Hijo de puta el chorizo maricón. Era mi nueva colección. ¿No habrán sido estos dos, no? Disculpe pero es que usted no sabe la envidia que me tienen los dos loros esos con la de desfiles que llevan ya y que no me dejan vivir.
—Señorita Marín, me temo que hemos encontrado su traje en casa de esos diseñadores a los que creo que se refiere, pero también estoy prácticamente seguro de que no tiene nada que ver con ningún tipo de espionaje industrial. Le seré claro: han asesinado a Nino Piriti envenenándolo y parece que el asesino ha usado su traje para atarlo a una viga de la casa de sus amigos.
Susy Marín Mayoral abre la boca y directamente se desmaya. Villanueva es capaz de cogerla antes de que choque contra el suelo en un acto reflejo que Jiménez ni ha visto.
—Rápido, Jiménez. Llame a una ambulancia.
La ambulancia se lleva a la mujer. Villanueva y Jiménez miran cómo se cierra la puerta y se marcha. Afortunadamente el hospital está muy cerca.
—Jiménez, llame para que le pongan protección. No sé si la utilización del traje en la escena del crimen es un aviso para ella o un simbolismo más de nuestro asesino.
—Perfecto, pero con el diseñador van siete ataques; lo bueno, si se me permite, es que se supone que ya ha acabado. ¿Qué pasará ahora?
Suena el teléfono de Villanueva. Este se separa para hablar. Está unos dos o tres minutos alejado. Vuelve a donde está Jiménez con la cara desencajada.
—No hable tan rápido, y vamos al coche lo antes que podamos, acaba de llegar una carta a la Comisaría. Parece que nuestro hombre tiene nuevos planes.