VEINTISIETE

Es por la mañana. El día está despejado a pesar de que es temprano. Unos seis policías rodean un cuerpo extraño que pende de una viga en un patio.

—El cadáver lo encontró uno de los asistentes de uno de los modistas, de José Héctor.

Villanueva y Jiménez entran en una elegante casa-palacio del centro de Sevilla. Villanueva se queda parado y lee una placa en la que se dice que allí nació un famoso pintor. El agente de la policía científica que les va contando todo, les acompaña.

—No sé si usted estará más familiarizado con muertes violentas, pero le aseguro que por aquí, esta es la peor que recordamos.

Villanueva anda deprisa. Jiménez sigue pensativo hasta que pregunta.

—José Héctor es el delgado alto, ¿no? ¿O el otro?, no los voy a diferenciar en mi vida… Joder, ¿aquí huele a limón o me lo parece a mí?

Los tres acaban saliendo a un típico patio sevillano pero abierto al cielo. Parece un claustro. Tiene un pozo en el centro. Lo cruzan varias vigas. En una de ellas hay colgado un cadáver que queda suspendido en el aire y se balancea haciendo un poco de ruido. Lo sostiene a la viga una tela de color granate que lo tiene atado por la cintura. Los brazos y las piernas caen. Parece una gran C bocabajo. Villanueva casi comienza a llorar. Varios policías lo están desatando siguiendo las órdenes del juez. El policía científico sigue.

—Se llamaba Nino Piriti. Tenía 33 años. Era un prometedor diseñador de moda. Se licenció en Saint Martins, una de las escuelas más prestigiosas del mundo de la moda y comenzó muy fuerte. Fue colaborador de Alexander McQueen y vistió a gente como Kylie Minogue. Sin embargo, parece que las cosas no le fueron siempre bien y decidió volver a Sevilla. Llevaba poco más de un año con una tienda propia cerca de La Campana.

—¿Cómo ha muerto?

—Aparte del evidente trozo triangular de regañá que le ha perforado uno de los pulmones, parece que ha muerto abrasado por dentro.

—¿Qué quiere decir?

—Alguien le obligó a tragar algo que lo quemó vivo por dentro, y por el olor que hay, no creo que haya muchas dudas de que ese producto fue Agerul.

—¿Agerul?

—Sí, es un quitagrasas muy potente que se fabrica aquí, en Sevilla. Yo lo usé una vez para limpiar la grasa de un mueble de la cocina y se llevó hasta la pintura. Imagínese lo que debe ser tragárselo.

—Dios mío…

En ese momento el ambiente se rompe con un alarido y un llanto que sigue, absolutamente desconsolado. Todos se giran. José Héctor Gómez y José Esteban Velázquez, diseñadores sevillanos, entran llorando al verlo todo. Un agente sale a su encuentro y comienza a tranquilizarlos. Se acercan a la escena y observan el cadáver ya en el suelo.

—Pero ¿qué ha pasado aquí? Por el amor hermoso, si mañana es Domingo de Ramos. ¿Qué ha pasado aquí…? ¿Quién puede ser tan malvado…? Y, coño… ¿Por qué huele a limpio?

Villanueva se acerca a ellos y les extiende la mano para saludarlos.

—Soy el inspector Villanueva. Este hombre ha sido intoxicado hasta la muerte con un producto de limpieza.

Los dos diseñadores miran el cuerpo y José Esteban añade.

—Agerul, ¿no?

—Efectivamente.

José Héctor se agacha para mirar de cerca el cadáver.

—Dios mío, es Nino, aquel chaval que acababa de llegar, ¿te acuerdas? El que había trabajado con McQueen.

—Ay, por Dios…

—¿Lo conocían?

—Bueno, tampoco mucho. Nos lo habíamos cruzado en un par de fiestas, la verdad es que tampoco era muy hablador. Acababa de llegar y parecía ir un poco de vuelta con eso de venir de Londres, imagínese, a nosotros que hemos desfilado ya en todo el mundo.

—Madre mía, qué horror, tan joven, eso sí, era un poco estirado. Verá, lo normal cuando se llega a una ciudad como esta, y más si tienes oportunidad, es pedir ayuda y consejo a gente que ya nos hemos abierto paso aquí. A él parecía que no le hacía falta. Vendía mucho para fuera, bueno, mucho… que vendía algo, que en estos tiempos ya es bastante, pero la verdad es que comenzaba a sonar aquí. Una duquesita le compró un par de vestidos, creo, la mujer de un torero de Córdoba otro y creo que alguna mujer de futbolista también anduvo por su tienda.

En ese momento José Héctor se fija en algo y aparta a varios agentes hacia el cadáver.

—Un momento, por favor, déjenme pasar…

Se agacha, coge la tela granate con la que el cuerpo estaba atado a la viga y comienza a buscar algo dentro. Levanta la tela enseñando la etiqueta.

—Efectivamente, lo sabía, estas mangas tan malamente hechas solo podían ser de una persona.

—¿De qué habla?

—Agente, creo que le acabo de dar una pista, este traje de flamenca con el que ha sido atado el cuerpo ha sido diseñado, o más bien perpetrado, por una persona en concreto: Susy Marín Mayoral.