Es por la tarde en los relojes pero ya se ha hecho de noche en el cielo.
Villanueva está absolutamente perdido.
Camina pensativo por la calle Tetuán. No deja de mirar las caras de la gente. No sabe adónde ir. De repente, le llega un intenso olor a algo avinagrado. Muy fuerte: adobo.
Hay un callejón que sale a la izquierda. Ve gente en la puerta. A un lado del callejón está una tienda Zara, enfrente un pequeño bar, «Blanco Cerrillo». Villanueva entra y entre la gente pide una cerveza.
—¿Quiere adobo?
Villanueva no sabe muy bien a lo que dice que sí pero asiente.
Le ponen un pequeño plato con pescado frito y se apoya en la barra a escuchar. Hay una discusión entre dos personas a gritos que siguen todos. Parece que bromean a pesar del volumen.
—Te digo que mi cartel de toros es más antiguo.
—Pero, vamos a ver, si no te acuerdas de la fecha, ¿cómo estás tan seguro?
—Coño, porque tú eres un triste, y tú no vas a tener un cartel de toros más antiguo que el mío, seguro, que me costó un dineral.
—Vamos a ver, aunque no te acuerdes de la fecha, vamos a hacer una comprobación. ¿De qué está hecho el tuyo?
—¿Cómo que de qué está hecho?
—Sí, de qué material, cojones.
—El mío de un papel muy antiguo, muy antiguo. Muy viejo, viejísimo, el más viejo que hay, vamos, será papiro y todo.
—Ea, pues ya está, el mío es más antiguo seguro porque en el mío las letras están escritas sobre una tela así… que parece seda.
A todo el bar le parece un argumento incontestable. La gente asiente y murmura, todos están de acuerdo. El otro hombre no parece darse por vencido.
—Mira, te voy a decir una cosa y me vas a dar la razón en que mi cartel es más antiguo, ya verás, so enterado. ¿Sabes quién es el primer espada que sale en mi cartel?
El bar entero se calla. Todo el mundo espera acontecimientos. Villanueva parece pensar en el humorista que ha perdido a su hermano y en la conversación que tuvieron sobre cómo se compite en esa ciudad por ser más de esa ciudad. El hombre del cartel de seda por fin responde.
—No tengo ni idea. ¿Quién?
Silencio total en el bar. Podría hablarse incluso de tensión. Finalmente, el hombre responde.
—¡GLADIATOR! ¡Ole, Ole, Ole! —Y el hombre comienza a dar saltos por el bar con las manos arriba, como bailando sevillanas y riendo.
Villanueva, como todos en el bar, no puede evitar la carcajada. Sale con la cerveza a la calle. Se apoya en la pared de Zara. En ese momento se le acerca un hombre mayor. Tendrá unos setenta años. Bebe una copa de vino. Lleva una cartera de piel.
—Usted no es de aquí, ¿no?
—¿Perdone?
—Disculpe que haya entrado así, tan brusco, me llamo Nicolás, soy periodista y me he fijado en usted cuando estos dos discutían. Me llama mucho la atención cómo reacciona la gente de fuera en esta ciudad ante determinadas situaciones que aquí son más o menos normales. De hecho, estoy escribiendo ahora algo que va por ahí. Perdone, si le molesto me marcho.
—Nada, nada, no se preocupe. Me estoy despejando. Esta es una ciudad compleja. Ya lo sabrá usted.
—Ya lo creo, «Sevilla es una ciudad con muchos hijos: hijos ilustres e hijos humildes, hijos sencillos e hijos soberbios, hijos enamorados de ella e hijos enamorados de sí mismos… Pero, en definitiva, hijos que aguardan la dádiva de su madre». Lo dijo José Luis Manzanares, el arquitecto.
—Ya, ese es mi problema, alguno de sus hijos…
—Cualquier ciudad debe ser extraña viniendo desde fuera, mucho más esta que se abre tan poco.
—Ese es el problema, es casi imposible penetrar. La gente, que parece muy abierta de primeras, luego se cierra en torno a los suyos, cuesta, ya le digo yo.
—Si quiere sacarle cosas a la ciudad tiene que fijarse en los detalles. No olvide esto, dele una vuelta a las cosas. Lo de darle una vuelta a las cosas es una frase muy de periodista, le reconozco que yo la odiaba cuando era más joven, pero es muy útil. Escuche, seguramente esa discusión que ha escuchado en el bar, la de los carteles de toros, sea lo más verdad que vaya a sacar esta noche de esta ciudad. Dígame una cosa, ¿le gusta?
—Es bonita, sí, no está mal.
—Ya, pero uno sabe a los diez minutos de estar en un sitio si podría vivir allí o no, ¿usted podría?
—Ciertamente no. Me parece una buena amante, pero no me podría casar con ella.
—Esa es una de las mejores definiciones que he escuchado de esta ciudad, enhorabuena. La meteré en mi libro, si a usted no le importa. ¿Está aquí por trabajo?
—Sí, sí… llevo ya un tiempo.
—Espero que le dé tiempo a quedarse para Semana Santa, todos los años es especial, pero este yo creo que lo será aun más.
En ese momento le suena un mensaje de texto al hombre. Saca el teléfono y lo mira.
—Vaya, parece que mis nietos salen del conservatorio. Tengo que marcharme, ha sido un placer para este pobre viejo.
—Igualmente, mucha suerte.
El hombre se marcha, pero antes de desaparecer se vuelve.
—Perdón por la descortesía. Me llamo Nicolás Baras, por si quiere buscar el libro que escriba, le aseguro que su cita, la de que tendría a Sevilla de amante pero no de esposa saldrá. No deje nunca de aprender, esa es la clave.
—Perfecto, Villanueva, me llamo Villanueva, perdone no haberme presentado yo tampoco, tendré en cuenta lo del libro, un placer.
Villanueva se apura de un trago lo que le queda de cerveza y deja el vaso en un saliente de una de los escaparates de la tienda de ropa.
Vuelve a la calle Tetuán, que está llena de gente. Sigue pensando y mirando manos. Mira todas las que puede. Baja hacia la plaza del Duque. La Comisaría está cerca. Entre mano y mano ve una librería. Decide entrar. Hay un chico con un chaleco de tela verde y una placa en la que se lee Teo.
—Perdona, estoy buscando algún libro de Nicolás Baras.
—Sí, debe haber algo, pero espere, que se lo miro en el ordenador.
El joven se acerca a un ordenador y comienza a teclear en silencio. Villanueva parece pensar en cualquier cosa. La búsqueda acaba rápido.
—Nos queda un solo ejemplar suyo. A ver si está. Le acompaño.
El empleado camina diligente hacia el final del local. Se para en la sección de Ensayo y busca entre los lomos con la mirada y el dedo índice.
—Aquí lo tiene.
Villanueva lo coge con las manos. Lo lee y palidece: el libro se llama Muerte en Sevilla.