Cima de la Giralda. Entre cientos de turistas, dos hombres hablan tranquilamente asomados a las ventanas.
—¿Se nos ha echado encima la Semana Santa, eh?
—Sí, y da gusto llegar con todos los deberes hechos. Las flores para los pasos ya están reservadas, los cirios… todo está a punto. O casi a punto, no creo que en cuatro días que quedan para el Domingo de Ramos nuestro hombre no acabe su trabajo, ¿no es así, hombretón?
En ese momento se giran. El hombre de manos grandes se incorpora a la reunión. Se apoya en la barandilla de piedra del mirador con los codos y mira también al horizonte que marca el Aljarafe.
—A cinco minutos del centro de Sevilla dicen que está eso. Un mojón para ellos. En fin, no os imagináis cómo me jode que la obra de la puta torre esa se cargue la misión, y que fuera ese el único trabajo que se quedara a medias.
—No te preocupes, de psiquiatría me han dicho que no creen que vuelva a dormir tranquila en su vida. Mucho menos con el tratamiento que le están dando. Se acabará volviendo loca y se tirará de su propia torre, si no, al tiempo. No te preocupes por eso, grandullón, que agua pasada no mueve molino. Además, ya cuadraste la cabalística en la capital del Reino con el mandril ese que nos hacía los encarguitos.
—Perfecto.
—¿Cómo va nuestro traidor?
—¿Esa rata? Lo tengo en el sótano de un Cash María atado. Pilla cerca de mi casa, así que voy a verlo a menudo para que no se nos muera antes de tiempo. Creo que lo que más daño le está haciendo es no decirle cómo queda el Sevilla.
—Nunca tuvo que haber entrado.
—Ya, pero reconoce que echamos unos ratitos muy buenos cuando se ponía con lo del taco y lo de los tiesos.
—Eso sí. Es lo que tienen los humoristas. Da pena, la verdad.
—Yo lo veo como una herramienta, y ya está.
Quedan en silencio un momento. El tercer hombre, hasta ahora callado, sin dejar de mirar el horizonte, le pregunta al hombre de las manos grandes.
—No todo va a ser trabajo, tendrás limpio ya tu traje de diputado de tramo, ¿no?
—Este año es especial, hermano. Encargué hace tiempo uno nuevo. Cuando sean los fuegos artificiales quiero estar lo más presentable posible.
—Me parece genial. Intenta controlarte este año y no formes ningún pollo cuando se te cruce algún imbécil como otros años. A ver si vamos a cagarla al final por una tontería.
—Descuida, seré paciente, sé que hay un fin mayor. El Señor requiere mi fuerza en otros caminos.
Vuelve a hablar el otro hombre, sin mirarlo.
—Por cierto, y de último regalo… qué bonita camisa llevas.
—Es de camisería Galán, de calle Sagasta.
—Ya, ya sé de dónde es, incluso sé que no te han dejado pagarla, para que veas que te cuidamos.
—Eh, gracias.
—Toma, el último sobre. Un diseñador no hace camisas tan bonitas desde luego. Más bien mariconadas. Lo único bueno es que se le ven las tetas a las tías con tanta transparencia. En los desfiles, claro, porque yo todavía no he visto una cosa así por la calle en mi vida.
—Perfecto. Lo he entendido perfectamente. Está sentenciado.