Una gran habitación en la que casi todo es de aluminio contiene a todos los policías. Todos en el depósito de cadáveres están delante del cuerpo que aún huele a cerveza. El cadáver es muy delgado, debe medir metro setenta y tiene las manos grandes. Un policía habla.
—Se llamaba Claudio França. Era brasileño y llevaba viviendo en Sevilla unos cinco años. Se vino de Brasil por su novio, José María Maduit, él sí sevillano. Desde hace tres tenía una tienda de delicattesens cerca de la calle Zaragoza, ya sabe, una de esas tiendas pijas en la que te venden botellas de agua por seis euros y foie gras por veinticinco.
Están todos en el tanatorio de Virgen del Rocío. El comisario, Villanueva, un policía que explica todo lo que se ha averiguado de la víctima, y Jiménez, que no se reprime.
—Coño con el agua, seis euros, menuda hostia.
Todos vuelven a mirarle.
—Vamos allá. ¿No nos acordamos ya de que encontré el cuerpo?
—No se le conoce ningún tipo de enemigos ni de problemas con nadie. No ha recibido amenazas nunca y era absolutamente feliz por lo que nos parece ver. La tienda, inexplicablemente, le iba bastante bien. Murió asfixiado. Probablemente con una bolsa. Están analizándola, pero me juego mi carné del Sevilla a que era una bolsa de Regañá El Guijo que encontramos en uno de sus bolsillos. Había escrito un mensaje: «Cata toda la cerveza esta, sommelier de mojones. 6 de 7».
Villanueva sigue todos los datos atentamente y pregunta.
—¿Tenemos localizado a su marido? Me gustaría interrogarle.
—Lo tiene en la habitación de al lado. Está velando el cadáver mientras vienen sus familiares de Brasil.
Villanueva sale del depósito y mira la sala de espera. No le cuesta identificar quién es Antonio. El marido es delgado. Mide metro sesenta aproximadamente. Va vestido con un pantalón vaquero estrecho, unos zapatos blucher, camisa por dentro y flequillo largo.
—¿Antonio?
—¿Sí?
—Soy el inspector Villanueva, sé que no es el mejor momento, pero me gustaría charlar con usted a solas.
—Por supuesto.
El joven se levanta. Se seca las lágrimas. Obedece la indicación de la mano de Villanueva para salir fuera.
—Tengo entendido que no tenían problemas de ningún tipo usted y su novio.
—¿A qué se refiere?
—A amenazas, ¿temían que alguien les pudiera hacer algo?
—No. Claudio era muy cariñoso y todo el mundo lo adoraba.
—Igual le extraña mi pregunta pero ¿en su tienda organizaban catas de vino?
—Pues sí que me extraña la pregunta, pero sí, así es, era uno de los servicios que ofrecía Claudio. Yo trabajo en un estudio de arquitectura. Además también hacía catering, cursos de cocina… era una persona muy inquieta.
—¿Sabe si fue algún famoso alguna vez a alguna cata?
—Pues no, no tengo ni idea, quizá porque era de fuera, quizá porque era de familia acomodada, a Claudio no le impresionaban mucho esas cosas, aunque hubiera aparecido Madonna, no me lo habría contado. Bueno, miento, el caso de Madonna sí que me lo habría dicho.
Llegan dos personas al lugar en el que están hablando Villanueva y el viudo.
—¡ANTONIO! ¡DIOS MÍO, QUÉ COSA MÁS TERRIBLE!
Lo abrazan rápidamente. Comienzan a llorar. Villanueva se echa hacia atrás y agacha la cabeza. La sube y se encuentra con la mirada de José el humorista, el Gachón de Triana, y su marido. José asiente como pidiendo aprobación sin que Carlos se dé cuenta. Su marido se lleva un dedo a los labios en señal de silencio. Se acerca a Villanueva.
—Ya no puede hacerse nada, no le diga que lo pusimos nosotros en el punto de mira, por favor.
Villanueva asiente y se marcha.