DIECINUEVE

A unos 177 kilómetros de Marbella, Susana Abalde entra en su chalet de Simón Verde. Es una de las zonas residenciales más caras de Sevilla. Técnicamente está fuera, en otra localidad, pero tan cerca que es prácticamente un barrio. Llega cansada. Tiene los zapatos de seguridad llenos de barro y cemento. Quizá por eso los deja a la entrada. Se calza unas zapatillas que tiene justo allí. Deja las llaves en un vaciabolsillos diseñado por Alessi y cuelga los portarrollos con planos en la percha de un mueble oriental. Es joven, sobre unos 35 años. También, a pesar de la poca luz que hay, parece guapa y delgada. Se lava las manos en el fregadero. Pulsa un mando a distancia y comienza a sonar un disco de Florence + The Machine. Camina por la casa medio bailando y cantando estribillos en voz alta. Llega a la cocina que es americana, nada la separa del salón. Coge un cuenco y se sirve unas uvas. Saca su iPad del bolso y lo coloca en una pequeña barra de la cocina. Se sienta en un taburete y, mientras come, comienza a repasar los planos de una obra. Parece una torre.

De repente, detrás de una cortina emerge una sombra. Es bastante grande. Se aproxima hacia ella. Aunque la música ahoga el sonido de los pasos. Las zapatillas Victoria negras, propias de costalero, apenas producen ningún sonido contra la tarima flotante de sauce noruego. Cuando la sombra está justo detrás de la chica la música cambia de repente. A mucho más volumen, al máximo del equipo de música Denon, suena la marcha de Campanilleros. Ella salta. Se asusta. Mira su iPad y ve el reflejo en la pantalla de alguien justo detrás de ella. No le da tiempo ni a gritar, se gira y dos manos que casi no son humanas por su tamaño comienzan a estrangularla. Ella abre la boca queriendo gritar y los ojos casi se le salen. Una voz que parece nacida del mismísimo infierno le grita:

—¡Puta! Quieres dejarnos sin ser patrimonio de la humanidad, ¿no, zorra? Con tu torre de mierda… ¡Te la puedes meter por el coño! ¡Entérate de que la única torre de esta ciudad es la Giralda!

La joven y prometedora arquitecta deja de resistirse y cae al suelo inánime.

Las manos que hasta ahora estaban arrebatándole la vida que transitaba por su cuello ahora le comprueban el pulso. No tiene. Esas mismas manos, envueltas en guantes de algodón blanco de nazareno, apagan la música. Ahora, el asesino le acerca la boca a su oreja, el aliento le huele a mistela y le canta algo en susurro.

—«La giralda es chocolate. Turrón la Torre del Oro. El Postigo es un piñonate y un flan la plaza de toros». A ver si pega ahí la torre Pelli, so puta.

El asesino le araña los brazos y las piernas con una regañá que deja allí. En unos instantes desaparece como si nunca hubiera estado.

El cuerpo de la arquitecta está en el suelo de la cocina lleno de cortes. Han pasado horas. El teléfono ha sonado varias veces. De repente, casi ya de noche, tiene una tos violenta. La arquitecta se despierta con la boca seca. Tiene toda la cara manchada de maquillaje corrido de haber llorado. Se despierta milagrosamente y vuelve a llorar. Apenas puede ponerse en pie. Intenta llegar con la mano hasta la barra en la que se comía las uvas. Las tira al suelo. El cuenco se parte. Sigue tentando con la mano. Tira un cuchillo. Finalmente su mano consigue que caiga su teléfono, marca como puede el 112.

Habla. Da su dirección y pronuncia entre llantos: «No tarden, por favor».

En ese momento, cierra los ojos y cae al suelo.