Sábado por la mañana. El Pasaje de los Azahares. En pleno centro de la ciudad, entre calles de adoquines y casas antiguas, hay una especie de callejón con locales de tiendas extrañas. Villanueva es dirigido por Jiménez hasta la tienda «Pasión del Mundo Cofrade».
La tienda se parece más al bar que visitaron ayer, al Garlochí, que a cualquier otra cosa. Si alguien quiere comprar una Virgen de casi dos metros, cirios o velas, o incluso un cáliz, ese es el lugar que necesita. Lo atiende Carolo. Treinta y pocos años. Rellenito. Camisa celeste con rayas azules. Cráneo importante. Pelo engominado hacia atrás. Barba apurada.
—Ustedes deben de ser los agentes. Bienvenidos a este humilde negocio, ya me dirán en qué podemos colaborar con ustedes.
Es muy amanerado al hablar y al moverse. Sonríe sin parar.
—Verá, no se preocupe, es más que nada una ronda de información; por supuesto no tenemos nada contra usted ni sospechamos de nada, puede estar tranquilo, lo único es que estamos preguntando por algunos negocios de la zona, estamos investigando el caso del Asesino de la Regañá.
—Es tremendo, desde luego que sí, pero… ¿En qué le puedo ayudar yo?
—Seguramente en nada, pero tenía que comprar unas velas y ya he decidido aprovechar el viaje —añade Villanueva.
—Unas velas, eso es otra cosa; ¿quiere velas blancas de velatorio o un buen cirio rojo?
—No lo tengo muy claro, ¿me las enseña?
—Claro.
Villanueva y el dependiente hablan de tipos de cera, de la rapidez con la que se derrite o de la cantidad de modelos de mecha que hay. Jiménez no entiende nada y curiosea por la tienda. De repente, la conversación cambia.
—Estando aquí, supongo que escuchará a muchos clientes, habrá muchas conversaciones.
—Hombre, claro, claro…
—¿Y qué opina la gente de este hombre, del asesino de la regañá?
El dependiente traga saliva y gira la cabeza. Es un gesto que le recuerda al inspector al que hacía Manuel Ver de Faruso constantemente.
—Se dicen muchas cosas inspector, ya sabe que Sevilla es una ciudad señorial para muchas cosas, pero un pueblo para muchas otras. La gente habla mucho, más con casi un 30 por ciento de paro.
—¿Qué cosas se dicen?
—Pues de todo, hay quien dice que lo ha visto dando vueltas por el barrio de Santa Cruz buscando algún guiri al que clavarle la regañá, otros dicen que es un fantasma que no tiene sangre sino vino de naranja, hay quien dice que es la reencarnación de un antiguo inquisidor o los hay, incluso, que dicen que tiene que ver con el mismísimo Ver de Faruso.
—¿Con Ver de Faruso, el expresidente del equipo?
—Sí, pero yo creo que es porque a ese señor se le echa de menos en la ciudad desde que dejó el equipo. También existe el rumor de que serán siete las personas que asesine.
—¿Cómo?
—Sí, ya le digo que son solo habladurías, pero el siete es un número clave en la ciudad. Una de las calles más bonitas es la de las Siete Revueltas, está aquí cerca por si quieren pasarse, se llama así porque tiene siete giros. Según a quién se le pregunte, lo más importante o lo más odioso para otros, la Expo, fue en el 92, 9 menos 2 da también 7. Una de las hermandades con más tradición es la «Real e Ilustre Hermandad Sacramental de Nuestra Señora del Rosario, Ánimas Benditas del Purgatorio y Primitiva Archicofradía del Sagrado Corazón y Clavos de Jesús, Nuestro Padre Jesús de la Divina Misericordia, Santísimo Cristo de las Siete Palabras, María Santísima de los Remedios, Nuestra Señora de la Cabeza y San Juan Evangelista», que para ahorrarse uno toda esa barbaridad, se conoce como la hermandad de las Siete Palabras. Ya para los precristianos era un número místico. Existe el restaurante de Las Siete Lunas, donde se comen unas espinacas con garbanzos espectaculares y, no se olvide de una cosa, cuente: Sevilla.
—¿Que cuente qué?
—Las letras, Sevilla, tiene siete letras.