—Se llamaba Pere Rubinat. Llevaba tiempo ya en Sevilla pero era en realidad de Vilanova i la Geltrú. Era uno de los miembros más activos de una ONG de ecologistas. Lo conocíamos por haber intentado evitar que atracara un petrolero en Gibraltar hace unos años con una pequeña lancha, y antes porque se subió con otros compañeros a la copa de un árbol en la Alameda de Hércules, estuvo cerca de un mes para que no los talaran. Últimamente había estado muy involucrado en la lucha antitaurina.
El cuerpo del que fue Pere está justo en el centro del albero de la Maestranza. Jiménez y Villanueva están a dos metros. Ha sido apuñalado por la espalda con seis o siete cuñas de regañá. Parecen banderillas. Con la sangre de la víctima el asesino ha escrito una frase en la tierra amarilla: «Esto sí es tortura, jipi comeflores».
Villanueva suspira y niega con la cabeza.
—¿Trabajaba en algo?
Jiménez prosigue.
—Bueno, trabajar… Ya sabe que esta gente de los jerséis de lana no producen. Llevaba siete años preparando una tesis sobre la biodiversidad de la marisma de Doñana.
—Ya… Vaya, «leña marismeña» —musita para sí mismo Villanueva.
—Sí, la verdad es que siete años a mí también me parecen una barbaridad. Seguramente sería un niño de papá de esos que va de hippie y que cuando se harte tendrá un sillón cómodo…
—No hablo de eso Jiménez, este hombre estuvo anoche en mi hotel.
—Ah, es que como ha dicho usted lo de «Vaya leña marismeña…». ¿Cómo que estuvo anoche en su hotel?
—Estuvo anoche en mi hotel y no solo eso, mire, me dejó este sobre escrito.
Jiménez lo abre, lo lee y mira a Villanueva con terror.