—Verá, José Manuel…
—Llámeme Pepe, José Manuel solo me dicen los fanes.
—Muy bien, Pepe. Seguramente le parecerá de lo más peregrino el motivo de mi visita, pero debo reconocerle que estoy absolutamente perdido y tengo pocos sitios a los que agarrarme en una investigación importante que estoy llevando. Seguramente habrá leído algo acerca del asesino de la regañá.
Villanueva suelta el comentario como si nada. Seguramente espera ver qué reacción provoca. El cantante de canción ligera sigue acariciando el enorme cráneo del San Bernardo. Asiente con la cabeza. Es un asentimiento absolutamente natural. No tiene prisa por nada. La noche huele a jazmín y a cloro de piscina en ese jardín. Hay grillos que cantan. Villanueva continúa.
—Creo que he estado realmente cerca del asesino. Siguiendo las pocas pistas que nos deja, llegué a una capilla y allí creo que estuve con él. Fue un encuentro rápido, pero le puedo garantizar que contundente, de hecho mi mentón puede probarlo.
El cantante continúa acariciando la cabeza del perro con una mano. Con la otra bebe sorbos de un cubata con los hielos casi derretidos completamente en un vaso ancho con una publicidad de Brugal serigrafiada. No se inmuta, incluso parece interesado. Villanueva continúa.
—Verá, José… Pepe, perdón, el caso es que en su huida, porque salió huyendo de aquella capilla, se dejó esto.
En ese momento Villanueva saca el vinilo de la bolsa de la FNAC y se lo enseña al cantante, que lo coge.
—José Manuel y Amigotes, hombre, no es Todo va por ella, que no vea aquello, menudo melocotonazo de disco. Esta casa, la del Rocío, el chalet de Isla Canela y un montón de chucherías más me llegaron de aquí, y todavía me sigue rentando. Pero ¿qué quiere que sepa yo de esto? Aparte de que es un asesino con un excelente gusto musical, claro.
—Comprobé en la FNAC si el disco había sido pagado con tarjeta, ese día o en los últimos meses, pero nada, había sido abonado en efectivo poco tiempo antes, por eso lo llevaría. Ya le dije que me parece incluso ridículo estar aquí, pero se sorprendería de los datos que he sacado algunas veces de intentos absurdos. Me preguntaba si con esto de los foros, o los clubes de fanes, le sonaba a usted alguien que se significara por ser especialmente violento, o agresivo… con lo moderno.
—¿Cómo que agresivo con lo moderno?
El tono es diferente en su pregunta. Parece un poco alterado. Villanueva se sorprende. Calla y deja hablar al cantante.
—No hay que ser agresivo con lo nuevo, hay que ser agresivo con lo que es una pedazo de mierda. Por supuesto que tengo muchos fans que se enfadan con la porquería musical que se hace hoy, pero como todos deberíamos hacer. ¿Sabe usted quién es la Lady Faja esa o como se llame? Valiente mamarracha. Mire, no quiero calentarme y desde luego no comparto la forma de lo que está haciendo ese degenerado, pero cambiar por cambiar lo que está bien, no tiene ningún sentido. Mire, escuche esto: «Para olvidar un amor / si se ha querido en las venas / has de cambiar el color / y ya te vuelven las nenas».
El cantante asiente con la cabeza sonriendo. Sigue dando palillos con los nudillos en la pierna. Y retoma, cantando más agudo y más bajo aún. Casi susurra.
—«Para olvidar un amor / si se ha entregado la risa / duele tanto el valor / duele taaaanto el pavor / que ya el dolor ni te avisa».
—Muy sentido —responde Villanueva.
—Ahora compare con esto, «Don no sé qué, don no sé qué, Alejandro… Don’t call no sé cuánto, don’t call no sé cuánto, Fernando», de la mamarracha, hombre por Dios. En fin, Sevilla es una ciudad especial, Villanueva. ¿Sabe por qué el escudo del Betis tiene trece barras? Por la masonería. Aquí se guarda un legado de siglos con la Semana Santa, esta ciudad ha sido cuna de varias civilizaciones y todas, por cierto, sucumbieron al rey católico, es una ciudad que tiene esencia, y no una mierda de ciudad-tienda de cartón piedra como Barcelona, o un nido de after hours y maricas drogadictas como Madrid. Aquí se es serio, y no gusta que vengan a tocarnos los cojones. Perdone que me ponga así, pero estoy harto de que haya artistas como la copa de un pino, como alguno de los que están en la fiesta de ahí dentro, o yo mismo, y que no tengamos ningún tipo de apoyo y estemos malviviendo.
En ese momento se abre la puerta de la caseta. Sale una persona de la fiesta. A Villanueva le suena su cara de los expositores de discos de las gasolineras.
—¿Pepito, estás bien?
—Sí, sí, Manolo, no te preocupes, el agente Villanueva ya se iba. Siento no haber podido ayudarle. Vaya con Dios.
Villanueva asiente.
—Sí, ya me marchaba, perdón por haberle robado su tiempo y gracias por la invitación.
—Y por cierto, quédese el disco que lleva y escúchelo, es música buena.
Situación incómoda. Villanueva parece no saber si irse, porque Jiménez sigue dentro. El de las gasolineras y el anfitrión bloquean la entrada invitándole a irse. Entra entre ellos, disculpándose, para buscar a Jiménez. Su compañero está sentado, con una copa en la mano, hablándole al oído a una de las cantantes de Las Lunas que se ríe, imposible determinar a cuál de ellas habla, probablemente habría sido imposible también a plena luz del día. Villanueva lo mira con reprobación. Jiménez suelta la copa y se levanta despidiéndose de la cantante.
—Te llamo, ¿eh, rubia? —Y hace el gesto de llevarse la mano como si fuera un teléfono a la oreja.