DIEZ

La casa de José Manuel Poto está en Espartinas, a unos 12 kilómetros de Sevilla. Tiene escrito, con letras de mensaque en la puerta: «Villa Déjame Quererte».

Después de pasar por el Hospital Policlínico de la Macarena y de que a Villanueva le pongan cuatro puntos en el interior, él y Jiménez llegan a la casa y llaman a la puerta.

Les abre la mujer del cantante. Han llamado antes por teléfono, así que allí saben de su visita. Les acompaña por un jardín de césped. Hay un jazmín y arriates con geranios. No entran en el chalet. Lo rodean y llegan a una pequeña casita que tiene otro cartel en la puerta, «Quitapesares». Abren. Dentro hay poca luz y unas diez o doce personas.

Uno tiene una guitarra. Otros beben. Hay botellas de ron y whisky encima de las mesas. José Manuel Poto toca palmas sordas mientras una mujer canta una versión por rumba de My Way de Frank Sinatra. Hay solo una persona de pie, hombre, que baila con sensualidad. Al entrar Villanueva y Jiménez todos se callan de golpe. El cantante, poco pelo y ojos claros, ejerce de anfitrión.

—Hombre, supongo que serán ustedes los agentes, pasen, pasen y siéntense, estamos de celebración porque mi compadre José Luis, del grupo «Siempre Igual», va a volver a ser padre.

Un hombre grueso, con el pelo engominado hacia atrás, rizos en la nuca y una camisa rosa metida por dentro, asiente y hace el gesto de brindar con un cubata en vaso de sidra hacia los policías.

—Verá, señor Poto, no sé si es el mejor sitio para hablar con usted teniendo en cuenta por qué venimos…

—Mire, señor policía, me da igual hasta su nombre, usted viene a mi casa y aquí se hace lo que digo yo, mis amigos son mi familia y ustedes si están aquí son ya mis amigos, así que ustedes se sientan y están con nosotros un rato. Niña, trae dos sillas para los señores y dos vasos con hielo, de tubo no, que esto no es un bingo.

Ron con cola. Whisky. Risas. Suenan Vivo por ella, Ese toro enamorado de la Luna, 19 días y 500 noches y muchas otras canciones versionadas a rumba. Villanueva, con tres Coca-Colas solas en el cuerpo, se levanta y comienza a mirar las fotos que hay colgadas en la pared. Las hay de otras fiestas: el cantante anfitrión con un antiguo presidente de la SGAE, otra toreando una vaquilla, discos de oro, un cartel enmarcado con mensajes de fanes, una foto jugando al pádel con un expresidente del gobierno dedicada, otra con Manuel Ver de Faruso… En ese momento Villanueva comienza a mirar una foto de familia, en el jardín, en la que sale mucha gente, el cantante aparece de repente, lo coge por el hombro y amistosamente lo saca fuera. Ya es de noche. Corre un aire fresco que huele a jazmín. Cierra la puerta. El ruido de la juerga suena sordo. Un San Bernardo viene corriendo y se sienta al lado del cantante, para que lo acaricie.

—Cada vez que veo mi foto con Manuel Ver de Faruso… Ay, qué amigos fuimos Manolo y yo, en fin, el tiempo cura las heridas… ¿Y el hijo puta del perro este? Me lo compré porque creí que venía con el barril de whisky y cuando vi que era mentira casi lo devuelvo. Ya lo que pasa es que le he cogido cariño al cabrón, qué cabeza tiene, coño, ahora que lo miro… ¿En fin, qué quería preguntarme agente… VILLANUEVA?

El detective se queda petrificado por el hecho de que conozca su nombre, aún no se había podido presentar a nadie.