Villanueva y Jiménez llegan a una inmensa mansión en el Plantinar.
—Hombre, por Dios, Criaturito, no seas pesado y deja a estos señores. No ladres que te doy en los hocicos. Tengan ustedes cuidado que es muy cariñoso pero muy pesado, como una sandía de Los Palacios.
—No se preocupe, está bien —dice Villanueva mientras se quita al perro de encima.
—Miren, este es el auditorio que tenemos aquí para nuestras fiestas, nada de alcohol, eso sí, porque yo solo tomo zumo de naranja, tomen buena nota, solo zumo de naranja, bueno, y agua. Así que ya me dirán ustedes en qué les puedo ayudar, porque me están esperando unos señores a los que les tengo que mandar unos burofaxes de unas gestiones muy importantes. Yo todos los días puedo mover 700 u 800 millones de pesetas, ¿saben?
Villanueva comienza.
—¿Conoce usted el restaurante Ratantal?
—¿Ratantal? Verán ustedes, yo soy poco de comer fuera de mi casa, a mí me gustan mucho las milanesas que hace mi señora, con papas fritas de perol, y cuando tengo que comer fuera, porque esté en alguna reunión con señores, voy a alguno de los restaurants que tenemos por toda la ciudad, tenemos una chacina de Cumbres Mayores muy buena, muy buen solomillo al whisky…
Villanueva le interrumpe.
—El restaurante del que le hablo está cerca del acueducto, igual lo recuerda porque tienen gazpacho de fresa en el menú. Varios testigos le sitúan a usted allí al menos una vez.
Manuel Ver de Faruso se mete el dedo entre la camisa y su cuello y mueve la cabeza. Levanta un teléfono de cable:
—Señorita Jacinta, venga usted a por Criaturito un momento y me hace el favor de llevárselo, por favor, que aunque sea un perro se entera de todo. No te preocupes, Criaturito, que todo está bien.
Don Manuel vuelve al investigador.
—Efectivamente, sí estuve en ese restaurante, pero casi prefiero olvidarlo. No sé a qué vienen ustedes porque ya no me queda más sangre que dar. ¿¿QUÉ LE PASA A ESA JUEZA, DIOS MÍO, QUÉ LE PASA QUE ME ESTÁ EXIGIENDO, QUE ES QUE ME ESTÁ CANSANDO??
—Tranquilícese, por favor.
—Yo ya le he dicho que no suelo salir de mi casa a comer fuera nunca. Soy un hombre muy ocupado y duermo tres horas cada cuatro días. Pero el demonio aquel que me compró el equipo, el que venía de Jerez, me convenció de que había que celebrar la operación en un sitio bueno, que no fuéramos a ninguno de los míos que después los pagarés olían a fritanga. Él fue el que lo dijo. Por lo visto alguien le había hablado de ese sitio. Tomen buena nota de que don Manuel Ver de Faruso reconoce sus errores y sabe que no se portó allí bien con los chicos del restaurant, pero, vamos a ver, yo acababa de vender el equipo, lo que había sido MI VIDA en los últimos 20 años. Yo iba de pequeño con mi padre por la vía del tren a ver los partidos del…
Villanueva vuelve a interrumpir bruscamente el discurso.
—Escúcheme, el cocinero de aquel restaurante ha sido asesinado.
Jiménez completa.
—Y en una freiduría.
El empresario sevillano palidece.
—¿No habrá sido en La Isla?
Responde sorprendido.
—Exactamente.
—Hombre, por Dios. Con lo que me gusta a mí el cazón de esa gente. ¿Y entonces ustedes no vienen de parte de la señorita jueza esta como se llame?
—Pues no, venimos, me temo, por algo más serio: el asesino de la regañá.
—Ah, sí… sí… he leído hoy el ABC. Que aunque no hay que justificar lo que ha hecho la criatura, ya era hora de que saliera un asesino de sevillanas maneras y no uno que parezca forastero. A mí me recuerda al representante de un futbolista alemán negro que me vendieron, debe ser también una persona sin escrúpulos. Es rapidísimo, me decían… Me quedo mucho más tranquilo, no tengo nada que ver. ¿Quieren un licor de manzana? Es sin alcohol. Lo hay también de mora, está muy rico, los tengo para no beber siempre zumo.
Jiménez en ese momento se lanza, como si llevara tiempo conteniéndose.
—Yo tomaré uno, don Manuel. De mora. Y por cierto, ¿me podría hacer una foto con usted? Hay que ver con lo que hizo usted hace 20 años por el equipo…
—No me hago fotos normalmente, pero hacía tanto que nadie me reconocía aquello… qué rápido olvida la gente. Me tenía que haber gastado el dinero en Los Lebreros, que me lo ofrecieron por lo mismo. ¿Nos la puede hacer usted, Villanueva?
En ese momento, el teléfono de Villanueva suena y salva la situación.
—Inspector, al habla el comisario, vengan deprisa a la Jefatura. Hay algo en la segunda carta que tienen que ver. Es URGENTE.