CINCO

Hace un muy buen día. El sol calienta pero no quema. Paco Flores ya ha comprado el aceite que necesita para su pequeña freiduría. Camina al comenzar el día. Va pensando, probablemente, en la cantidad de pescado que tendrá que sacar hoy. Lleva la garrafa de aceite en una mano, y una bolsa de plástico con papel de estraza y un cuaderno Guerrero lleno de cuentas en la otra.

Deja en el suelo la garrafa de aceite de la cooperativa de la Virgen del Espino de El Pedroso.

—Sus muertos, cómo pesa, coño.

Se mete la mano en el bolsillo, saca un manojo de llaves. Tiene dos de aluminio de color verde. El llavero es el logotipo de Ford por delante y la dirección del concesionario donde compró su furgoneta por detrás. En relieve y con pringue.

Son las 11 de la mañana. Se agacha. Mete la llave. La gira. Repite la operación en cada una de las dos cerraduras. Sube la persiana y se encuentra todo revuelto. Lo primero que hace es pensar en un robo, pero no. En el centro del desastre hay un cadáver. Lleva camisa y pantalón oscuros, un delantal negro y una cartera de cuero, grande, en la cintura, como para cobrar en un bar de modernos. Tiene los ojos desencajados y alguien le ha metido casi a presión kilos y kilos de puntillitas por la boca y las orejas. Tiene frituras incluso en las fosas nasales. Están mezcladas con sangre, y probablemente lágrimas.